✓ "La secuestrada"

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Abrió los ojos lentamente al sentir unos rayos de sol molestándola. La ventana tenía que estar completamente abierta. Probablemente, la noche anterior se emborracharía y al llegar a la casa habría dejado la ventana abierta. En tal caso, era un sueño su maratón por la calle intentando huir de un hombre. Aquel pensamiento consiguió aliviarla por completo porque al final de su sueño, el misterioso hombro la alcanzaba.

Gimió de dolor al mover el pie y sentir unos pinchazos en el tobillo. Así que encima de emborracharse, ¿se había torcido el tobillo? Abrió los ojos de golpe. En su sueño se torcía el tobillo y caía de bruces en el suelo. El extraño le decía algo acerca de que no debió haber corrido y la socorría. Quería pensar que en realidad había pretendido ayudarla y no cualquier otra cosa.

Se incorporó lo más rápido que pudo sobre la cama, apartándose de encima las mantas y las suaves sábanas y se quedó mirando la habitación boquiabierta. Ésa no era su habitación y ojala lo fuera. Nunca había visto una habitación así. Debía de costar una fortuna todo lo que había en ella, todo era tan lujoso y parecía de diseño.

- Mmm… - gimió por el dolor de cabeza-¿dónde estoy?

Miró un escritorio de roble pegado a la pared frente a la cama y vio sobre ella sus zapatos rojos de tacón de aguja. Era lo más caro que tenía dentro de su ya bien reducido armario. Se los había regalado un tío suyo por su cumpleaños y eran unos auténticos Manolo Blassic. Quien quiera que la hubiera secuestrado se había tomado muchas molestias al recoger sus zapatos.

Desvió su mirada hacía la silla junto al escritorio y vio su top rojo de satén con una fila de botones en el pecho, su minifalda blanca de lino y su sujetador negro de encajes. ¿Eso significaba que aquel hombre la había visto desnuda? A saber si se había estado tocando mientras observaba su cuerpo o peor aún, podría haberla tocado e incluso desvirgarla mientras estaba dormida o drogada.

Se llevó las manos a la cara sonrojada y se echó la bronca mentalmente por celebrar que a lo mejor había dejado de ser virgen por fin. No podía celebrar que alguien la hubiera forzado en un momento en el que no tenía nada que hacer para defenderse. Tenía que escapar de aquel sitio, denunciar a aquel hombre por secuestro e ir a un médico para comprobar que no la hubieran tocado. Ese desgraciado iba a ver las estrellas si le había puesto un solo dedo encima. Nadie tocaba a Kagome Higurashi sin su consentimiento.

Un suave clic se escuchó en la habitación, llamando la atención de Kagome. Ésta levantó la vista y vio abrirse lentamente la puerta. El extraño se dio la vuelta antes de que pudiera identificarle, pero incluso desde atrás se le hacía muy familiar. Se quedó observando la larga melena negra y entonces cayó en la cuenta de que solo conocía a un hombre con el cabello largo, liso y brillante de ese color.

- ¿Inuyasha?

- La verdad es que no me esperaba que fueras capaz de reconocerme tan de prisa, Kagome.

Inuyasha se dio la vuelta y se la quedó mirando desafiante desde donde estaba. Kagome, en cambio, se quedó mirándolo asombrada y a la vez fascinada. Él era quién la había secuestrada, el pervertido que la había desvestido y que probablemente la habría violado.

Sin perder un solo segundo, sacó las piernas de la cama y se levantó. Le dolía bastante el tobillo, pero podía aguantarse hasta encarar hacer encarado al cerdo de Inuyasha. Prácticamente corrió hasta él y, alzó la mano derecha y abofeteó la mejilla del hombre.

PLAFF

En aquella bofetada puso todas las fuerzas de las que disponía y quedó satisfecha al escuchar el sonido al golpear la palma de su mano contra su mejilla.

- Eso duele… - dijo llevándose la mano a la mejilla- ¿por qué me has pegado?

- ¡Eres idiota! – exclamó furiosa.

 Secuestrame ✓ FinalizadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora