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Viernes.

Noche de pasta en la casa Shepard.

Normalmente todos los jugadores del equipo íbamos los viernes a la noche a la casa de Bill, para cenar su famosa pasta y mirar los partidos de fútbol americano.

Al llegar con los chicos, pude apreciar los gritos de Bill, mandandome a poner la repetición del 28 de noviembre, mientras que a los demás les manda a hacer otras cosas. Sunshine es la que se encarga de ir a buscar a Malcom, quien al parecer estaba en su habitación.

Luego de preparar el partido en la tele, miro la hora, ¿por qué tardarán tanto? Tenía ganas de ir a buscarlos yo mismo si no bajaban.

Pero dios escucho mis pensamientos, pues al rato el número 27 se encontraba bajando las escaleras a paso apresurado y yendo hacia la cocina para ayudar a los jugadores.

Tenia cierta curiosidad sobre lo que hayan hablado allá arriba, pero no podía ir hacia él a preguntarle directamente. Mientras que Kansas estaba hablando con Zoe sobre que no debía comer helado antes de la cena, mientras que la niña contradecía todo tratando de convencerla.

Cuando la cena está lista, todos los jugadores, Bill y Sunshine, nos sentamos en los sillones y sillas alrededor del living. A mi lado estaba Timberg, y al otro Mercury.

Podía sentir una mirada sobre mi, y cuando volteo, estaba él observándome con intensidad, como si fuera algo fascinante, algo de mayor importancia de lo que en realidad es. Trago saliva y trato de sostenerle la mirada.

Alzó una ceja, preguntando ¿de que iba? ¿Por qué me miraba así?
Sentía como si estuviera desnudo ante él, metafóricamente hablando.

Es maravilloso, lo que podes transmitir a alguien con sólo mirarlo, con tan sólo observaro. Me quitaba el aliento, hacía que mi corazón bombeara más rápido. Me hacía sentir como si hubiera realizado un touchdown a tan sólo un minuto de terminar un partido, con toda la euforia del público de fondo.

Si, eso ocacionaba Malcom Beasley en mi.

Me levanto para ir a buscar más pasta, cuando veo que él se dirige hacia la cocina.

—¿Qué hay, tigre?—Pregunto, mientras me sirvo la comida—¿Listo para el juego de mañana?

—Y lo estaré si no te comes toda la pasta—Réplica, al ver la cantidad de fideos que echo en mi plato.

—Lo siento, mi ansiedad de carbohidratos se dispara cuando se trata de la salsa de Bill Shepard—Me disculpo.

El se acerca a paso firme, lo que me deja en alerta por cualquier cosa que quiera hacer y decir; aunque no entendía que le pasaba.

Abro los ojos cuando estamos a centímetros de distancia y él levanta su mano derecha, acercandola a mi rostro, o más precisamente mis labios, retirando con sus dedos una mancha roja de salsa que estaba al costado de mi boca.

Quedo en shock.

Dejo de respirar.

Trago saliva.

—Estas perdonado, Hamilton.

Y lo observo salir.

Casi se me cae el plato con la pasta de la sorpresa.

Que nadie lo sepaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora