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Con el pote de pochoclos en una mano, el control remoto de la televisión en otra, me siento en la cama y observó como Malcom revisa el estante de libros que tenia en una esquina.

Los chicos se habían ido hace más de una hora, pero Beasley se decidió quedar para pasar el día conmigo. Sentía emoción, porque con mis padres fuera de casa y mis hermanas sin hacer acto de presencia, teníamos el día para hacer lo que queramos.

No mal pensar esto. Gracias.

—¿Qué haces?—Cuestiono al ver que saca un par de libros y los ve con asombro.

—Ernest Miller Hemingway— Responde, sin añadir nada más, como si decir eso ya me explicara todo.

—¿Y ese es....?

Sus ojos casi se salen de órbitas al escuchar lo que estaba preguntando, como si no saber quién era ese viejo fuera un delito penal.

En todo caso, si delito penal fuera, ya me estaría reclamando Harriet, especialista en leyes.

—Ernest es uno de los principales novelistas y cuentistas del siglo XX, tiene una gran influencia sobre la ficción de esa época, hasta ganó un premio Nobel—Se acerca a mi y me muestra el libro que sostenía en sus manos, donde se podía ver en la portada a un hombre y a un pez gigante—Tienes el libro El viejo y el pez, lo estuve buscando porque lo quería leer, dicen que es muy bueno.

—Yo lo empecé a leer y me aburrió— Llevo un puñado de palomitas a mi boca—Es de mi hermana, se le habrá olvidado en mi estante de libros.

—¿Tienes hermanas?

—Cuatro insoportables, celosas y malhumoradas, hermanas menores.

—Qué suerte la tuya—Se ríe. Que melodioso sonido—¿Eres el único hombre?

Asiento, al mismo tiempo que él se sienta a mi lado. Abre el libro y empieza a mirar algunas páginas, revisando cada detalle de la escritura.

Mientras tanto yo me entretengo viendo sus facciones de costado, cada rasgo y detalle. Maldito acosador, Hamilton.

—¿A tu hermana le molestará si me lo llevo?

Salgo de mi nube y niego, algo atontado y avergonzado; con las mejillas de un leve color rojo, las cuales disimulo girando el rostro a un costado y jugando con mi pelo, mientras buscaba mi celular con la mirada.

—El otro día estaba viendo un documental, y mostraba algo interesante...—Lo miro cuando dice eso, se está agarrando la barbilla y una sonrisa cruza sus labios—Un chico le hacía a su novia mensajes en la espalda.

—¿Y cómo es eso?

—Sacate la remera y te muestro.

—Que coqueto, Beasley—Lo miro con ojos divertidos—¿No tendríamos que tener una cita primero?

—¡Hamilton!—Rueda los ojos y sucesivamente se muerde el labio con nerviosismo.

Me gustaba verlo así, causar ese efecto en él.

Me levanto de la cama para sacarme la remera y dejarla en el piso, él me hace un ademán para que me acueste boca abajo, así que eso es lo que hago. Beasley se monta sobre mi espalda, quedando a caballo y juraría que el que nos viera, pensaría que somos pareja. Trago saliva y trato de que el nerviosismo no se note.

Puedo sentir su mano fría sobre mi piel y su dedo realizar formas desconocidas para mi, las cuales tenía que descifrar para saber el mensaje, o algo así me explico él.

Pero yo solo podía pensar que lo tenía sobre mi, estando sin remera, tocando mi piel y haciendo que mi corazón lata cada vez más rápido.

—¿Ya adivinaste que escribí?

Niego con la cabeza y cierro los ojos, para relajarme.

—No, creo que vas a tener que seguir escribiendo un poco más, solo para saber...

Lo escucho reír.

Bendita risa, Malcom Beasley.


Que nadie lo sepaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora