Capítulo 6 - Te salvaré.

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Las estaciones pasaron con rapidez en el reino, dejando atrás recuerdos y experiencias. William trabajó sin descanso todos esos meses hasta que llegaron a convertirse en un año. Todas las noches se encontraba con su amada en la torre abandonada y allí forjaron un amor que nada podría romper jamás. Leia se aferró con fuerza a la idea de que esto nunca cambiaría, y que algún día podría proponer a su padre el hecho de casarse con William. Ingenua a lo que iba a suceder, tejió a su alrededor una fina capa de sueños respecto a su futuro en el castillo.

Y poco antes de su primer año trabajando en el castillo, William asistió al decimoséptimo cumpleaños de Leia. Se preparó una decoración tan bella como todos consideraban que ella era, pues en ese último año había cambiado muchísimo. Era más alta y esbelta, su cabellera rubia alcanzaba en graciosos tirabuzones su cintura y sus ojos eran aún más azules que antes.

Pero William también había cambiado tras haber cumplido la mayoría de edad. Ahora tenía el rostro de un adolescente y dejó atrás ese aspecto de niño, pero en sus ojos aún quedaba mucho de ese pasado. Ya no tenía el pelo tan deshecho aunque seguía siendo aquel cabello incontrolable tan lleno de mechones levantados. A Leia le encantaba intentar peinar al joven aunque no diese resultado.

La princesa se levantó en su cumpleaños con mucha más energía que de costumbre, pero al abrir las cortinas sintió un leve pinchazo en el pecho, como un mal presentimiento. Por alguna razón no se sentía cómoda sabiendo que estaba su padre allí incluso cuando prácticamente había olvidado las advertencias del diario de Caroline. Tal vez se debía al baúl que acababa de encontrar en un trastero del tercer piso con la inicial de su madre en la cerradura, tal vez era por las pertenencias que faltaban en el baúl de la sala de criadas y había encontrado allí.

Quizás porque los objetos que habían allí eran precisamente para ella.

No se había atrevido a abrirlo incluso después de recibir la llave de Danae, ya que estaba esperando el momento adecuado, pero no era ese.

Antes de poder disipar de su pecho aquella mala sensación, su padre entró a felicitar su cumplaños. Sin saber el motivo, Leia sintió miedo al cruzarse con sus ojos.

-Felicidades pequeña, ¿cómo has dormido?

-Muy bien - susurró ella -. Ahora iré a desayunar, padre.

Cuando estuvo sola, se palpó un poco las mejillas para despejarse y luego se vistió con rapidez. Bajó ilusionada al comedor cuando la recibieron con flores y sus alimentos favoritos; le esperaba una gran celebración. Olvidó totalmente lo ocurrido esa mañana al estar con la gente que apreciaba, aunque la euforia duró lo mismo que la fiesta, pues poco después de la hora de comer su padre reclamó su presencia en su habitación.

Cuando Leia llegó, su padre estaba terminando de quitar el polvo a un retrato. En él había un hombre que pasaba la treintena, moreno y de ojos claros, pero era la persona más fea que ella jamás había visto, sin embargo iba vestido de forma muy noble.

-¿Quién es ese, padre?

-Tu futuro marido.

Leia se quedó petrificada en el sitio esperando haber escuchado mal a su padre.

-¿Qué? - musitó, incrédula -. Padre, no pienso casarme aún, y menos con alguien como él, ¿no le has visto?

-Leia, querida, este hombre es el dueño de las tierras más ricas y poderosas de todo el país - miró a su hija con un tono de superioridad que nunca había usado antes con ella -. Te casarás con él, ya sea por voluntad propia o en contra de ella.

-¡No pienso hacerlo! - gritó enfurecida.

-Lo vas a hacer.

Toda la llama de la furia que Leia tenía pasó a las cenizas del miedo cuando su padre la miró. No era la misma mirada de siempre, era totalmente negra, fría, manipuladora. Desde ese momento el rey no volvió a ser su padre, sino una persona que jamás había querido a su hija más que para darle un heredero. Recordó todas las palabras de su madre y se odió por no haber hecho caso antes a la única verdad que había recibido por parte de sus progenitores. Miró al suelo, aterrada.

-Está bien...

La joven se marchó llorando a su habitación. Se cruzó con Danae, que lo había escuchado todo. No necesitó hablar con ella para que la fiel criada buscase a  William de inmediato. La princesa se encerró con llave e inmediatamente fue al baúl de su madre.

-Madre, ahora sé para qué me dejaste esto - tras decir esto, lo abrió mientras contenía la respiración.

En él habían dos espadas, un colgante de plata y algunos objetos que no iban a servir para escapar. Las espadas, por el brillo del filo y su escaso peso se podía deducir que no eran espadas normales. Estaban encantadas, ya que era sabido que en ese país había numerosos expertos en la alquimia y las runas, un tipo de magia poco utilizado en los cuentos y bastante complejo. Aquellas dos espadas estaban forjadas para ser las más ligeras y a la vez las más resistentes. Leia no supo por qué su madre consiguió dos si ella solo era una. De todos modos la segunda iba a entregársela a William.

El collar parecía normal, no era más que una media luna fabricada con plata pura. Sin embargo, si te fijabas podías ver en el reverso el inconfundible relieve de una runa, pero Leia no sabía identificarla; jamás la había visto en ningún libro de runas.

Los criados se encargaron de preparar una armadura decente para la pareja, además de un caballo y algo de comida por si acaso. Leia se encargó de poner a buen recaudo sus objetos personales ya que temía que el rey los destruyese. Sabía que con Danae no iban a pasarle nada. 

No salió de su habitación en toda la tarde para no alarmar a su padre, pero cuando la noche se cernió sobre la región y se aseguró de que el rey dormía profundamente, salió hacia la torre.

William había salido antes gracias a que el criado de confianza para salir al poblado se excusó con que tenía que sacrificar aquel caballo y vender unos objetos, pero lo que en realidad había en aquella gran bolsa era el muchacho escondido. Cuando el criado volvió al castillo el joven ya estaba esperando a Leia en la parte trasera del edificio con el caballo, lejos de ojos delatores.

La princesa inició su descenso por la gran planta, sabía que el suelo era sinónimo de libertad y pronto podría empezar una nueva vida lejos de aquel lugar.  Pudo ver a William esperando abajo.

-Date prisa, pueden vernos - dijo él con señas.

-Voy bien - se susurró para ella misma -. Solo un poco más y podré ser feliz.

Pero al terminar de decir esta frase, cuando aún quedaban cerca de diez metros para llegar al suelo, una rama traicionera se rompió bajo los pies de Leia, provocando su caída.

No hubo lesiones ni heridas porque William sujetó a la joven antes de impactar contra el suelo, pero el susto había provocado que ella gritara de miedo y eso no pasó desapercibido para su padre, el cual se despertó y se asomó a una ventana cercana. Otros guardias también se asomaban, curiosos.

-¡Apresadlos! - gritó el rey.

En cuestión de segundos ya estaban huyendo con el caballo, a la vez que tenían toda una plantilla de soldados pisándoles los talones. No sabían muy bien por dónde ir, pero William estaba con la mirada fija en el horizonte con Leia agarrada a su cintura. Solo susurraba una frase para sí mismo.

-Te salvaré, Leia - murmuraba con determinación -. Lo juro.

Más allá del cristal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora