XXXIV

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-Estúpida mujer - me dijo al entrar en la habitación.

-No te acerques a mi - le dije con voz fría aunque el hizo caso omiso y se sentó en el suelo junto a mi cogiéndome en brazos.

-Estúpida por no saber lo que te amo, por pensar que no quería arreglar nuestro matrimonio.

-Como lo vamos a arreglar?

-Con paciencia y amor, cariño.

-No esperaba esa respuesta, quería una solución.

-Judith, el tiempo hará que todo sané.



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Efectivamente así fue.

Desde aquel momento nosotros fuimos la comidilla del día durante un tiempo, pero también pasamos a ser un matrimonio feliz. Discutimos un montón de veces más pero nunca nos volvimos a separar.


    Carlos tenía ya 15 años y era la sombra de su padre. Eric estaba empeñado en que debía  aprender todo lo que suponía ser un rey. Menos mal que hace unos años convencí a Eric de dejarle ser un niño feliz y la única obligación que tuvo de pequeño fue aprender a manejar la espada.

Rosaly, mi niña estaba con una escolta leyendo en el patio del castillo. Si , tuvimos que ponerle escolta por que su belleza era tan llamativa que no la podíamos dejar sola ni un segundo, siempre había algún heredero de.... o moscardón como ella les llamaba, que intentaban conquistarla.

-Eric, venga deja a Carlos descansar.

-Pero si lo va a hacer mientras nosotros vayamos al bautizo de nuestro sobrino.

-Cariño - le dije a mi hijo - dejame a solas con tu padre.


           Mi hijo salió del despacho mientras yo me acercaba a mi marido, colocándome entre su silla y la mesa.

-Le estamos metiendo demasiada presión.

-Judith, con su edad mi padre ya me había llevado al pueblo para conocer lo que es estar con una mujer.

-Por Dios Eric, no harás eso con mi niño.

-Llevarlo yo no, pero se que está deseando irse con los guardias.

-Es un niño - dije apenada - es mi niño.


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Hoy cumpliamos 25 años de casados y 25 años que yo llevaba en el trono. Me puse un vestido marfil y el mismo velo que llevé el día de mi boda. Estaba caminando del brazo de mi hijo hacia el altar. Decidimos renovar los votos.

Mientras caminaba pensaba en el y en la conversación que tuvimos hace un rato.

-Encontrarás a la mujer adecuada y solo entonces querrás casarte. No te preocupes, llegará.

También pensaba en mi preciosa hija que hoy estaba felizmente casada.

-Mamá - me dijo ella - quiero ser igual de feliz que tu en tu matrimonio.

-Hija, hubo muchos baches hasta llegar a la felicidad que hoy siento y hasta tener el amor que tu padre y yo nos tenemos, pero mereció la pena y solo deseo que seas mucho más feliz que yo.


   Llegué al altar, puse mi mano en la suya y le dejé hablar.

-Mi hermosa Reina, nunca te di las gracias por tu confianza, amor y respecto. Creo que tardé demasiado en darme cuenta de todo lo que significas para mi y para tu pueblo. Eres justa, querida y cercana a todos. Para tus hijos, nuestras maravillas, eres su pilar. Para mi eres el amor de mi vida, aquello que anduve buscando y lo encontré. Gracias por darme esta familia y por hacer de mi casa un hogar.

-Nuestro matrimonio, como muchos, fue una obligación pero conseguimos lo que casi ningun matrimonio consigue, ante todo el respecto hacia los votos y con el tiempo llegó el amor. Me enseñaste que junto a ti los problemas siempre son menores y las cargas no pesan tanto. Me enseñaste que la confianza ciega existe y me demostraste que el amor verdadero a primera vista existe, por que fue lo que sentí al ver a nuestros hijos. Te agradezco todo lo que hemos vivido estos años y por enésima vez, te quiero.


                       La fiesta duró tres días seguidos, tres días en los cuales Carlos conoció el amor y Rosaly anunció su embarazo.

                                                                  FIN.

Reina de las HighlandsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora