Finn se desperezó en la cama. El edredón de color rosa oscuro le tapaba de cintura para abajo y lucía una sonrisa de oreja a oreja, nunca se había sentido tan relajado. Marceline dormía a su lado, estaba acurrucada de costado con las manos apoyadas cerca de su brazo derecho y la mejilla encima de él. Su respiración era suave y lenta.
Finn le apartó algunos mechones de pelo negro de la cara para poder verla mejor y se dio cuenta de lo satisfecha que estaba. Los dos se lo habían pasado muy bien la noche anterior.
Sólo cuando pararon empezó a dar muestras de cansancio, y él se había conformado con verla dormir. Le encantaba ver la sonrisa dibujada en sus labios mucho tiempo después de que empezara a soñar. Estaba preciosa mientras dormía, era preciosa cuando estaba despierta, y estaba preciosa cuando gritaba su nombre mientras alcanzaba el clímax.
Y lo había hecho varias veces.
Cualquier criatura inmortal que estuviera a menos de tres kilómetros a la redonda y hasta el último de los mortales que vivían en su edificio tenía que haberla oído, Finn sonrió orgulloso de haber conseguido que ella gritara con tanta fuerza. Justo después de hacerlo ella se había sonrojado intensamente y luego se había empezado a reír. A él le encantaba la forma que ella tenía de reírse y le encantaba ser él quien le provocara la risa.
Ya hacía bastante rato que había amanecido y el sol proyectaba una cálida luz que bañaba la habitación a través de las cortinas de gasa blanca. Al final Finn no había dormido mucho, era tanta la fascinación que sentía por ella que la había estado observando toda la noche. Cuando se dio cuenta de que ya empezaba a amanecer, decidió dormir un poco entre los brazos de Marceline. Él nunca había dormido con alguien de aquella forma sintiendo cómo la otra persona le abrazaba, protegido por su abrazo y su satisfacción. Ahora volvía a estar despierto, pero su ángel seguía durmiendo. Quería despertarla, que le mirara y verla sonreír, pero ella necesitaba descansar. Últimamente había pasado por demasiadas cosas y él había visto lo mucho que todo aquello la había afectado. Su sonrisa había desaparecido, pero él había conseguido que la recuperara, y se sentía como si fuera el responsable de hacer que el sol volviera a brillar.
Finn le dio un dulce beso en la frente y le apartó las manos de su brazo con mucho cuidado. Ella murmuró una suave protesta, arrugó la nariz y se volvió a acurrucar, él se levantó de la cama y estiró de las sábanas hasta los hombros de Marceline para taparla.
Finn se pasó la mano por encima del cuerpo para hacer aparecer la tela negra que le cubría la entrepierna y salió del dormitorio en silencio, cruzó el salón y entró en la cocina. La pequeña cocina y el salón estaban más oscuros. Los rayos del sol no llegaban a aquella parte del edificio. Le picaban los hombros y los hizo rotar intentando aliviar la tensión que se había acumulado en ellos. Sentía la necesidad de desplegar las alas. Hacía milenios que no las escondía durante tanto tiempo. No había necesitado hacerlo. Dormir con ellas le había resultado doloroso y se había tenido que esforzar mucho para hacerlas desaparecer. A Marceline parecía gustarle sin alas. Eso había conseguido que desaparecieran las pocas reservas que pudiera tener sobre él.
Ella pensaba que los ángeles eran santos.
Aquella noche Finn había destruido esa teoría por completo, Sonrió, abrió el cierre de las puertas del balcón y salió. El sol estaba muy alto y lo sintió brillar sobre su espalda cuando alcanzó la barandilla negra del balcón; le calentó la piel y fundió la tensión que le atenazaba los músculos. Suspiró y desplegó las alas, que se extendieron por toda la longitud del balcón. Se alegró de poder desplegarlas un rato. Antes de que Marceline se despertara volvería a esconderlas. No quería asustarla ahora que estaba consiguiendo hacer progresos con ella. No estaba seguro de que ella se asustara al ver sus alas, pero no quería arriesgarse.
- Finn dice: ¿Tendrán el mismo problema los demás guerreros?
Deseó tener alguno cerca para poder hablar de ese asunto con él. Finn observó los tejados de pizarra negra que cubrían aquel barrio residencial de París. Bajó la mirada y vio una avenida arbolada escondida entre las sombras. El lejano ruido de los coches que cruzaban el barrio rompía el silencio, y aquel ruido de fondo hacía que el mundo pareciera un lugar apacible.
No creía que ninguno de los otros guerreros se hubiera enamorado de una Bruja, en sus labios se volvió a dibujar una sonrisa. Una Bruja. A ella le preocupaba lo que la gente pudiera pensar si tuvieran la oportunidad de ver sus alas negras. ¿Qué pensarían de ella si supieran que poseía poderes que sólo eran reales en la imaginación de algunos humanos?
- Marceline dice somnolienta: Mmm, estás aquí.
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Un Ángel Justiciero
FanfictionLa historia gira en torno a Finn y Marceline... Finn Un Ángel que protege un poso sin fondo escucha el llamado de su supuesto "Amo" Pero al acudir al llamado descubre que en realidad el llamado que escucho fue de una chica llamada Marceline la cual...