Mi niña

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Alfred ya no sabía q hacer. 
Quería alejarse del mundo y dejarse llevar, parar de causar problemas.
Amaia era la única razón que le quedaba por la que había aguantado un poco más. Pero ahora ya no había nadie, sus padres le entendían, sus amigos le entendían...era lógico que quisiese dejar sufrir y de hacer sufrir a todo el mundo. Pero Amaia era una niña y Alfred siempre había sentido el deber de enseñarle el mundo, su mundo. Pero ya había echado de allí a aquella niña, había reunido todas las fuerzas que le quedaban para cerrar las puertas de su universo a aquella persona que le hacía feliz. Aunque la verdad es, que, Alfred deseaba que volviese, deseaba que no se hubiese ido jamás y esperaba que aunque el no estuviese, ella probase a volver a entrar por esa puerta a la que el chico no le había querido dar ni dirigiera una vuelta de llave.
En la habitación 1016, al lado de un piano, Alfred creía estar preparado para dejarse ir. Cuando entraron por la puerta cerró los ojos y se concentró en memorizar una melodía como último recuerdo, quizás era un City of Stars. Aunque tuvo que volver a abrirlos porque en vez de dejar de sentir, ahora oía mucho más. En frente suyo, una televisión encendida y sus padres a su lado. No era posible. Aitana y Amaia?? Dedicándole una canción a un compositor anónimo?? Comenzó a unir cabos en cuanto escucho las primeras notas. Efectivamente, la canción era para él. Se emociono tanto que su madre también empezó a llorar. Por primera vez en los últimos meses, su hijo volvía a ser feliz.
Y entonces sucedió, la canción acabo y vio a Amaia bajar del escenario, llorando. No, ella no lo entendía, ella le seguía queriendo a su lado, a ella le daba igual se tenían que sufrir, ella no estaba dispuesta a abandonar aquel mundo al que había sido invitada desde una habitación de Cataluña.
- Mama -comenzó a decir Alfred -llama a Amaia y dile que vuelva, que yo todavía no me voy.
Mientras sus padres salían para hacer una llamada, Alfred, despacito y con cuidado, se acercó más a la televisión y se sentó, por primera vez desde que lo habían tumbado en esa cama, para escuchar hablar a la niña que le había enseñado lo que era capaz de hacer.

Amaia, las luces aun brillanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora