Narrador omnisciente.
Hace 20 años.
Era una fría mañana de noviembre, cuando la familia Fuller se alistaba para el viaje de carretera que cambiaría sus vidas para siempre. Viaje que habían pospuesto infinidad de veces en los últimos meses, pero que ya había llegado el momento de realizarlo. Después de todo, Stephen tenía una promesa que cumplir, y que esperaba, pudiera poner fin a los conflictos pasados.
Terminando de acomodar el equipaje en el maletero del coche, tanto Salma como Stephen fueron en busca de la pequeña Samantha que jugaba con sus muñecas en medio de la sala, esperando a sus padres, ya que habían sido claros al decirle que se quede dentro de casa hasta que vuelvan por ella. No querían que la ventisca invernal que empezaba a sentirse la fuera a enfermar.
Stephen se detuvo en el porche al notar que su esposa se había quedado atrás, volteo a verla, encontrándola con el semblante preocupado. Salma sabía que, si quería detener la locura de su esposo tenía que hacerlo ya, puesto que una vez el auto se pusiera en marcha, no había modo de echarse para atrás.
—No estoy segura de esto, Stephen —expresó su inquietud, acercándose a él, para tomar su mano—. Sé que necesitas cumplir la promesa que le hiciste a George, pero hay algo que... que no me da buena espina sobre este viaje.
Su marido suspiró, sintiéndose en una encrucijada.
—No eres solo tú, amor —respondió—. Yo también tengo mis dudas respecto a este viaje, pero confió en que todo saldrá bien, además no puedo dejarla desamparada después de lo que me informaron sobre su salud —Recordó la llamada de uno de sus primos, alertándole que debía poner atención a su madre, puesto que no se dejaba ayudar por ellos—. Es la mujer que me dio la vida, después de todo.
A Salma no le quedó más remedio que asentir con un nudo en la garganta, entendiendo a su esposo. Su situación familiar no era fácil, por lo que no se lo pondría más difícil. Su deber era apoyarlo y si él creía que esta vez sería diferente, entonces ella también lo haría, por más repulsión que podría sentir hacia su suegra.
—Bien.
Stephen dejo escapar un suspiro de alivio y besó su frente antes de abrazarla. Sabía que la llevaba contra su voluntad, pero le daba algo de tranquilidad saber que lo apoyaba.
—Gracias —susurró en su oído.
Se separaron y ambos se sonrieron antes de ir por su pequeña, a la cual encontraron a punto de caer dormida en el sofá, abrazando a su peluche favorito, el cual no soltaba por nada del mundo.
—Samy —La niña entreabrió sus hermosos ojos azules al oír el llamado de su madre— Hora de irnos, cariño.
—Samantha —corrigió, frunciendo el ceño aun estando adormilada. Sus padres no pudieron evitar reír ante lo graciosa que se veía—. Tengo sueño —Les dejo saber antes de volverse a acurrucar en el sofá.
—La llevare cargando al auto —informó Stephen, acomodándole el gorrito de lana en la cabeza.
—Vale, pero que sea la última vez, ya está grande para que la sigamos malacostumbrando —dispuso su esposa, encaminándose a la puerta.
Él solo asintió, sabiendo, desde ya, que iba a ignorar las palabras de Salma por mucho que la amara y respetara, puesto que cuando se trataba de la pequeña Samantha siempre se llevaban la contraria, ya que él era un padre engeridor y consentidor mientras que su esposa era la encargada de poner el orden y la disciplina. Sin embargo; al fin de cuentas, de eso modo se complementaban.
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¿A escondidas? © #1
Roman d'amourSerie Pregúntame: Libro I Todo comenzó de un día para otro, como un juego del destino, cuando dos completos desconocidos cruzaron las miradas por primera vez, ninguno de los dos espero que al siguiente encuentro todo cambiaría, y que ya nunca jamás...