Capítulo 8

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−¿Y para qué necesitas todas estas cosas?− pregunta Matthew sosteniendo una pila de libros en alto.
Guardo una taza adquirida en un sorteo de clase en la caja de cartón antes de dirigirme a solucionar la duda de mi mejor amigo.
−Para aprender.
−¿A lidiar contra un grupito de vampiros, ángeles y demonios?− dice con cierto rastro de humor en sus palabras.
−No, eso no podría aprenderlo de un libro. ¡Deja de entretenerme, Matt! Quiero acabar con esto ya.
Le quito los libros de las manos y golpeo su hombro de manera juguetona con ellos. Vuelvo a la caja para hacerles un hueco.
Arrastro mi maleta por todo el pasillo hasta el escalón que separa el interior de la residencia de estudiantes con el exterior. Hago un esfuerzo mayor y consigo que las ruedas se deslicen por la acera congelada. Dorian está a punto de perder el equilibrio cuando Kay pasa el brazo por su cintura. Ambos ríen por lo que podría haber pasado. Siento tanta envidia por su romántica historia de amor que aparto la mirada para no herirme.
−Bonjour, mon amie− saluda Dorian con su pésimo acento francés.
Kay mueve la cabeza a modo de saludo y yo hago lo propio con una sonrisa.
−¿Ya lo tenéis todo preparado?
−Oh, oui, oui. Todo listo.
−Cariño, voy metiendo las cosas en el coche− objeta Kayser, de nuevo rodeando a mi mejor amiga por la espalda.
Durante la Navidad, Dorian y Kay viajan a París. Pasarán unas vacaciones de ensueño, sin duda. Aunque con su hermana no se lleve del todo bien, le ha tocado la lotería con este chico. Hacen una pareja fantástica pese a que mi ataque de celos no haga más que negarlo.
−Todavía no me he echo a la idea de que vaya a ir a Europa. ¡Y en avión! Detesto los aviones.
−Nunca has montado en uno− le recuerdo.
−Por eso mismo. Ah, hola, Matt. ¿Qué tal te va todo?
−Descontando el hecho de que ahora sea un escéptico que ve seres sobrenaturales por todas partes, de maravilla.
Dorian suelta una risita y pone los ojos en blanco.
−Todos llevamos a un ser extraño dentro.
De su palma nace una pequeña llama de color azul que, asustados, nos obliga a Matt y a mí a retroceder unos pasos. La bruja vuelve a reír, pero esta vez muestra su forma de hacerlo habitualmente, sin disimular que es una chica cursi e ingenua como hace con Kay.
−Será mejor que no vuelvas a hacer eso en público− advierte Matt todavía recuperándose del susto−. ¿Él lo sabe? Lo de tu magia digo.
−Chist. Claro que no, ni quiero que lo sepa. Al menos no por el momento.
Tuerce la cabeza para observar a su chico que ,angustiado, aún intenta hacer hueco en el maletero para las tres maletas de Dorian. Aunque todos sus sentimientos amorosos van dirigidos a Kayser, también lo hacen los del mayor temor. Hay pocos humanos que acepten y lleven tan bien el hecho de convivir con seres sobrenaturales. Y el desconocimiento de cómo se lo tomaría Kay le incita a mantener la boca callada y mantener oculta la persona que es verdaderamente. Debe ser doloroso fingir quien no eres por amor.
−Los seres sobrenaturales estamos muy limitados en cuanto al amor− confiesa Dorian−. Estamos acostumbrados a ser repudiados por todos y una sola pizca de amor nos puede destruir por completo.
−He visto como te mira Kay. Habría que estar muy loco para dejarte escapar.
Matt asiente con la cabeza para reforzar mi pequeño granito de arena al tema. Los ojos de Dorian se cristalizan y nos acoge a ambos entre sus brazos.
−Sois los mejores, chicos. Os voy a echar mucho de menos.
−Seguro que con un croissant se te olvida− comenta Matthew buscando sacar una sonrisa a la bruja.
Nos quedamos ahí plantados, casi congelados, observando la partida de Dorian y suplicando en voz baja que la sonrisa con la que va vestida sea la misma que traiga a su vuelta.
Matt conduce su jeep como si llevara toda la vida sentado delante de un volante. Aunque se distraiga y no mire a la carretera las ruedas continúan su recorrido sin despistarse. Observo el bosque de árboles que pasan a gran velocidad por los laterales de la carretera. Había añorado hacer este camino para volver a casa.
−Supongo que no quieres hablar de nada sobrenatural ahora.
El tono que emplea confiesa que oculta algo. Conozco a Matthew desde que éramos unos críos y siempre que ha tenido secretos ha hablado con ese mismo tono. Me alegra saber que después de tantas vueltas y tantos cambios, las cosas más importantes siguen siendo iguales que antes.
−Di lo que tengas que decir, Matt.
Suspira y señala los asientos traseros del jeep con la cabeza. Alcanzo la caja rectangular que hay sobre ellos y admiro el papel rosado en el que está envuelto.
−Feliz cumpleaños, Al.
−Madre mía, Matt, ¿me has comprado un regalo? No tenías por qué hacerlo.
−Eres mi amiga de la infancia, adolescencia y lo poco que llevamos de juventud. Claro que tenía que hacerlo. Eres más de lo que pensaba que serías. Abre el maldito regalo de una vez.
Con una carcajada escapando de mis labios tiro del lazo amarillo que mantiene la caja cerrada y la destapo. Un papel casi transparente interviene entre mi regalo y mis ojos, así que lo aparto y admiro el vestido de color azul.
−Oh, Matt, es precioso.
−Ahora estarás tan hermosa como ese cielo que tanto admiras.
−No sé cómo agradecértelo.
−¿Qué tal si empiezas por ponértelo?
Entusiasmada me voy quitando las prendas una a una para vestirme con él. Nunca me he sentido tan a gusto de estar en ropa interior delante de un chico sin tener el miedo de desconocer qué cosas se le estarán pasando por la cabeza.
Cuando me quiero dar cuenta hemos estacionado dentro del bosque, que ahora se encuentra iluminado únicamente por la luz de la luna. Bajo del jeep al mismo tiempo que Matt para admirar nuestro alrededor.
−Mierda. Se ha pinchado una rueda.
El tronco de los árboles se me antojan sombras de horripilantes monstruos que vienen a jactarse de nuestros cuerpos y nuestra sangre.
−Tienes una de repuesto, ¿verdad?
−Quiero creer que sí, iré a echar un vistazo al maletero.
El coche se encuentra algo ladeado por la ausencia de aire en un neumático. La brisa de la noche llega hasta mi piel con el fin de erizarla. Me abrazo a mi misma y me pego al coche a la espera de que Matthew regrese con una rueda entre los brazos.
−Más vale que te sigan gustado las acampadas, Al.
−Es una broma, ¿verdad? Espero que sea una broma, Matthew.
Enfurecida y dejando la huella de mis zapatillas en la tierra que piso llego hasta el maletero para comprobar que las palabras de Matt eran del todo sinceras.
−¿Cómo no puedes llevar una rueda de repuesto? ¡Dios, Matt! Sabes que odio dormir al aire libre y mucho más si es en pleno invierno.
Para esto último ofrece una solución y me pasa una manta de lana por los hombros. Pongo pucheritos tras oír el gruñido de un búho. Me hago un sitio en su pecho, encargándome de que la calidez de la manta también se traspase a él. Yacemos así, abrazados, el tiempo suficiente hasta que mis pies piden un descanso.
−¿Nunca te has preguntado por qué el destino nos eligió a nosotros? De todos los individuos del mundo, nosotros dos teníamos que pertenecer al mundo de las sombras.
−Primero tendría que comprobar si el destino existe realmente.
−Solo éramos dos adolescentes sin ninguna ambición. Antes mi única preocupación era entrenar lo suficiente para continuar siendo el capitán del equipo de fútbol, ahora solo pretendo continuar vivo al día siguiente.
−Antes solo te preocupaban tus abdominales, ahora el deseo constante de poder vivir un día más. Supongo que eso significa convertirse en un adulto. Mi madre trabaja sin descanso para ofrecerme una mejor vida.
−No hablo de madurez, hablo de haber sido elegidos por algo o alguien. La muerte de mi hermana debía estar prevista. Se las daba de listilla y de superior a los demás, pero jamás habría hecho daño a nadie. Al menos mientras fuera ella quien controlara sus instintos.
−Nadie quería que tu hermana muriera, Matt. Heiden actuó por propio instinto para salvarme la vida.
−He culpado a Heiden mucho tiempo y ahora me pregunto si él no hubiera estado ahí qué habría pasado. Ella quería matarte y yo no habría sido capaz de matarla a ella.
No hace falta ser muy avispado para conocer la tristeza que inunda su alma en estos momentos, pues se ve reflejada en sus ojos. No quiero continuar por esta senda porque sé que acabará mal. Yo terminaré defendiendo la postura de Heiden y eso dará pie a una discusión. Pongo a trabajar a mis engranajes para buscar otro tema del que hablar que no incluya muertes o algo que tenga que ver con lo sobrenatural.
−¿Por qué me besaste?
−¿Qué?
Hace un mohín y esconde sus ojos verdes tras sus largas pestañas pelirrojas. El flequillo casi le tapa los ojos. Necesita un corte de pelo irremediablemente.
−No me refiero a aquel día en preescolar, sino a aquella vez hace un año en el motel de carretera.
Las imágenes de ese beso acuden a mi mente. Un par de puños aporreando la puerta atrancada y mis labios puestos sobre los de Matthew. Fue la primera vez que se produjo un contacto tan íntimo entre ambos, obviando aquel beso en los primeros años de nuestra amistad.
No es una pregunta formulada al azar, es algo que lleva deseando saber desde hace mucho tiempo y que los dos hemos evitado por miedo a conocer la verdad. Desde que lo hice soy consciente de que llegaría el día en que tendría que hacer frente a mis actos, y ese día ha llegado. Un sin fin de respuestas revolotean alrededor de mi mente, deseando no ser seleccionadas pues tras ellas tendrán que venir la explicación de un por qué.
−No... no lo sé. Simplemente lo hice.
−¿No hubo ningún motivo tras ello?− niego inmediatamente−. ¿Deseabas hacerlo?
−Sí− confiesa mi voz antes que mi sentido común.
−¿Y ahora? ¿Deseas volver a besarme?
Alzo la barbilla para encontrarme con sus resplandecientes ojos verdes. Nunca me he parado a pensar en Matthew como algo más que un amigo. Es atractivo, eso no hay quien lo dude, y guapo, es guapísimo, y atento, y bueno. Pero no sé si podría volver a besarle como lo hice aquella vez. No sé cómo reaccionaría después de que nuestros labios se separaran. Si él sintiera algo por mí y no fuera correspondido en mi caso, no podría permanecer a su lado pues eso le ocasionaría más dolor que alivio.
Todo ocurre a una velocidad de vértigo a partir de que mis pensamientos se detengan. Sus labios se aproximan veloces a los míos y yo, involuntariamente, gacho la cabeza. Aprieta su boca contra mi frente, depositando el beso más eterno y cargado de dolor que jamás haya existido.
−Matt, yo...
−Hemos venido al lugar perfecto, Vladimir. Un desamor hace que los corazones se agrieten y sepan aún más deliciosos.
Dos hombres de tez pálida se hayan a una distancia prudencial de nosotros, entre el hueco de dos árboles. Visten prendas bastante abrigadas y antiguas como para pertenecer a este siglo. Uno de ellos luce un platino pelo rubio mientras que el otro, de apariencia más envejecida, lleva la melena castaña y algo canosa crecida hasta la barbilla. Por el tono de voz del castaño los identifico de nacionalidad rusa.
−Eres un viejo sabio, Elián.
−¿Quienes sois? ¿Qué queréis de nosotros?− pregunta Matthew a la ligera con cierto nerviosismo en la voz.
Estos ya habrán percibido el desazón en mi amigo, pues en sus labios se aventura la llegada de una curva que deja lucir sus afilados colmillos. Vampiros.
−¿Por qué será que estos humanos siempre hacen las mismas preguntas? Por muchos siglos que transcurran nunca cambiarán− adivina el rubio en voz alta.
En seguida mi instinto protector sale a la luz y cambio de postura para dejar a Matthew a mi espalda.
−Ponte detrás de mí y no digas nada− le ordeno en voz baja.
−Una de las cualidades de los vampiros es que tenemos el oído agudizado− informa el vampiro más anciano desde la distancia.
−Sé cuales son vuestras cualidades− murmuro para mí misma de manera inconsciente.
Los vampiros se observan perplejos. ¿Sorprendidos de que una humana conozca el gran secreto del mundo sobrenatural?
Estoy tan ocupada regocijándome en mí misma, que cuando quiero darme cuenta tengo al vampiro rubio delante de mis narices. Sus ojos son mucho más rojos de los que jamás he visto en ningún otro vampiro.
−Llevamos días sin comer nada− explica el vampiro castaño al que le asigno el nombre de Elián.
−Anhelamos la sangre− continúa el otro. Olisquea el hedor a vainilla y sangre que desprende mi piel desde una distancia de quince centímetros−. Y mi intuición me dice que disfrutaremos de la comida, tienes pinta de estar deliciosa.
−No la tocarás− ruge Matthew desde mi espalda−. Idos y no os haremos daño.
El vampiro rubio se piensa dos veces como actuar y en una milésima de segundo se encuentra con el cuello de Matt agarrado entre una mano por encima del suelo.
−Odio a los impertinentes como tú.
Arroja el cuerpo de mi mejor amigos al tronco de un árbol con ferocidad. Me atrevería a decir que los vampiros manejan más fuerza que los demonios. Son seres creados a su imagen y semejanza, los crean más rápidos, más fuertes y mucho más ambiciosos que ellos. De modo que si un vampiro desea algo, tarde o temprano lo obtendrá. Y en este momento, estos vampiros desean mi sangre por encima de todas las cosas.
Matthew cae a los pies del árbol escupiendo sangre por la boca y muy malherido como para levantarse y pelear. El vampiro rubio vuelve a ocupar su lugar anterior, frente a mí con un soplo de aire que ondea mis rizos.
−¿Por dónde íbamos? Ah, sí.
Juguetea con uno de los rizos que yace recostado sobre mi hombro. Lo aparta con delicadeza obteniendo así el acceso a mi cuello. Se humedece los labios con la punta de la lengua.
−Dime, niña, ¿cuánto aprecias tu vida?
−No te tengo miedo− digo entre dientes.
Hace una mueca de convicción y procede a acariciar la piel de mi clavícula y cuello. El tacto de su mano es tan frío como el hielo. Hago un esfuerzo por que no se note el efecto que tiene en mí. Estoy acobardada, pero tengo que ser valiente.
−¿Has sido mordida antes?− inquiere con los ojos tan abiertos que casi escapan de sus órbitas.
Sus dedos palpan el rastro de la mordedura de vampiro que dejó el repartidor de pizzas hace un año en mi cuello. Todavía siento el mareo y la pérdida de control de mi cuerpo al recordar ese momento tan turbio y doloroso.
−¿Por qué te dejaron vivir? Contesta.
−Estaba arrepentido de haberme mordido y salió huyendo.
El vampiro Vladimir asiente tras haber calmado su sed de curiosidad, pero Elián se adelanta hasta nosotros movido por la intriga.
−Aún así, ¿cómo sobreviviste? Esa es una vena muy importante. Se trata de la arteria aorta.
Guardo silencio. No quiero dar a conocer el nombre de Heiden y el amor que nos unía a ambos por aquel tiempo. Siento una punzada de dolor al pensar en esto. ¿Habré dejado de amar a Heiden? ¿Podrá ese amor haberse disipado tan rápidamente? Bastó un año para enamorarme total e incondicionalmente de él. No creo que en apenas unos meses ese gran amor se haya extinguido.
−Fue la persona de la que estabas enamorada− adivina el más viejo de los vampiros−, él te salvó. ¿Qué clase de ser sobrenatural es?
−Contesta de una vez− presiona Vladimir.
Niego con la cabeza.
Si siguen presionándome terminaré por contar toda la verdad y eso supondría un riesgo para la vida de Heiden. Opto por la opción más humana e insensata posible: convertirme en su presa. Muerdo mi labio inferior hasta provocarme una herida. La sangre que brota de ellos es tan líquida y caliente que llama la atención de los vampiros con solo salir la primera gota.
−Basta de preguntas, estoy hambriento− decide Vladimir.
−¡No!− gruñe Matt con debilidad.
Me giro hacia él para calmarle con una mirada de tranquilidad. En esto, mis piernas flaquean por el miedo y me desplomo en el suelo. Vladimir captura mi cabeza antes de que impacte contra la tierra húmeda por el frío y hunde sus colmillos en la piel de mi cuello. Suelto un alarido de dolor, pero no hago ademán de librarme de él. Es demasiado fuerte como para lograr algo. Tratar de empujarlo sería como mover un bloque de cemento. Solo perdería las pocas fuerzas que me escasean. El segundo vampiro, tentado de contemplar a su allegado probar mi sangre, se sirve de mi muñeca para beber.
Había probado la amarga sensación de ser la comida de un vampiro, pero no de dos. Es una sensación tan extraña y abrumadora que no me veo capaz de describir con palabras. Es como si todo mi existir se escapara por esos dos agujeros formados en mi piel por los colmillos de un vampiro. Me pregunto como será la sensación de morir. ¿Agradable y placentera? ¿Veré una luz venir hacia mí? ¿O será simple oscuridad lo último que pruebe de la vida?
Mi cabeza cae por el efecto de la gravedad hacia atrás cuando Vladimir saca sus colmillos de mi cuello.
−Deliciosa como imaginaba. ¿A qué sabrá tu amigo, querida?
Creo balbucear algo como una respuesta negativa o una amenaza, pero solo es la voz de mi subconsciente, inteligible e inaudible para ellos. Elián suelta mi muñeca tras haber bebido hasta la última gota de sangre de esa vena. No obstante, otras venas se han visto perjudicadas y se ha formado una hemorragia que muy pronto acabará conmigo.
El vampiro rubio, que parece ser extremadamente perfeccionista con todo lo que hace, coloca mis manos en mi estómago y procura que mi cabeza esté recta. Dispone algunos rizos por mis hombros y pecho. Limpia una gota de sangre de mi cuello y tras esto se lame la yema del pulgar.
Acerca su boca a mi oreja y susurra:
−De esta no habrá quién te salve, y si lo haces te buscaré allá donde vayas para servirte como un fiel esclavo.
Inhala el olor a vainilla de mi pelo y resopla.
−Va a ser una pena no volver a apreciar este delicioso olor.
Matthew grita y lanza objetos a los vampiros para tratar de alejarlos. Solo espero que no opte por correr, a los vampiros les encanta la caza. Perseguir un olor les desquicia. Ojalá pudiera compartir estas historias con Daylon al mismo tiempo que veo como crece y deja de ser un niño para convertirse en un hombrecito. Mi cuerpo yace completamente muerto, sin vida. Mi corazón apenas puede latir sin lamentar no poder continuar ejerciendo su labor durante muchas décadas más. Una lágrima recorre mi mejilla helada. Si esta es la muerte, lenta y dolorosa, prefiero hacerlo rápido. Una muerte efímera resolvería este dolor incierto y parecido a un descenso al infierno. Ojalá pudiera hacer más de lo que he hecho, pero mi muerte, mi verdadera muerte, pondrá fin a esa encrucijada de ángeles y demonios y de las cadenas que me atan a la indeseable vida sobrenatural.

Descenso: Ciudad de los muertosWhere stories live. Discover now