Capítulo 3

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Con la ida de Heiden cae el primer copo de nieve. De alguna manera, la naturaleza sabe que se ha ido por mucho tiempo, como respuesta las calles comienzan a congelarse, igual que mi corazón. Nunca ha estado tan abandonado y lejos de la calidez que aporta un beso o una caricia del ser amado. Por suerte las vacaciones de Navidad están apunto de llegar y podré refugiarme en los brazos de mi cálida y empedernida madre.
−¿Piensas que este invierno será tan frío como el anterior?− pregunta Dorian, entre pausa y pausa al mordisquear el tapón del bolígrafo. Están tendida boca abajo en la cama, con el libro de matemáticas abierto delante de sus narices como un jeroglífico que invita a perderse en él.
Me encojo de hombros a modo de respuesta y le enseño el gorro de lana de color blanco que hay sobre la mesilla de noche. Mantiene mis orejas calientes cuando debo recorrer el campus en busca de la facultad.
−Podremos ir de compras si ves que andas falta de ropa de invierno− ofrezco mediante una mueca burlona.
−No me refería a eso exactamente− el inquietante sonido de su voz me hace poner más atención en lo que dice−. El invierno anterior tuvimos que hacer frente al propio demonio...
−Chis− le chisto.
Salto de la cama para cerrar la puerta con el fin de mantener ocultos los secretos más oscuros que poseemos.
−Todo parece tan normal y mundano...− sus ojos van a la ventana casi empañada−. Los copos de nieve pueden caer con sutileza sobre la copa de ese árbol, la calidez de nuestras respiraciones llenar de vaho el cristal, ¡incluso puedo aprobar matemáticas sin someter con magia a ningún profesor!
−¿No te alegras de eso? En mi opinión la normalidad es mucho más relajante que el riesgo de no saber si vivirás mañana.
−¡A eso me refiero!
Salta de la cama imitando el grito de ¡Eureka! de Arquímedes al salir de la bañera. A partir de este momento, mi menuda compañera de habitación comienza a gesticular sin parar.
−Cada mañana despierto con la agonía en el pecho de descubrir que me deparará hoy el destino, y resulta que no es nada.
−Creo que no te sigo.
−¿Cuando comenzó tu vida a irse al traste el año pasado?
Me sonrojo sin darme cuenta. Conocer a Heiden no lo llamaría "irse al traste".
−Heiden estaba en mi clase de historia...
−¿Ves? Todo tiene un comienzo, un arjé. ¿Y si ese comienzo está esperando a pillarnos desprevenidas para aparecer?
Abro la boca para replicar utilizando el humor, pero la cierro de inmediato. Dorian podría no estar delirando. La primera noche que llegamos al campus, en la discoteca conocí a un chico que despareció a los pocos minutos. Después la presencia del enmascarado que nos observaba a Damien y a mí a la salida del museo. Desde aquella vez no he vuelto a ver algo parecido, pero si ha habido incontables veces en las que me he sentido incómoda, como si alguien vertiera una jarra de agua fría por mi espalda.
−Tengo que contarte algo.
La puerta se abre con un crujido extraño que nos hace dar un brinco a las dos. El corazón de Dorian se estabiliza cuando Kayser aparece bajo el marco con una sonrisa de oreja a oreja, pero yo aún sigo temblando. Dorian se despide con la mano y vuelvo a quedarme en soledad en la pequeña y acogedora habitación. Reviso cada rincón oscuro en busca de algo o alguien a quien desenmascarar. De nuevo la puerta vuelve a abrirse.
Abigail entra con rapidez, coge un bolso y se lo echa al hombro. Le da más volumen a sus rizos con las manos y se dispone a marcharse nuevamente.
−Oye, ¿quieres venir?− pregunta desde la puerta.
Asiento, cojo mi bolso y en un momento estoy con ella. Emprendemos una marcha ligera por el pasillo, mis pies casi no rozan el suelo cuando doy el próximo paso. Es complicado adaptarse a su ritmo al andar.
−¿Dónde vamos?− me atrevo a preguntar.
Sonríe con astucia y menea la cabeza.
Aprieta el paso, si se puede, y yo tengo que esforzarme en seguirle el ritmo.
El campus es enorme y cerca hay una peluquería, varios pisos de estudiantes y un bar al que acuden muchos universitarios a desayunar y estudiar con tranquilidad fuera del ajetreado mundo dentro de la universidad. Abigail saluda a un peluquero asiático con acento francés con dos besos en las mejillas.
−Magnus, esta es Allison, mi compañera de habitación.
Sus ojos rodeados de largas pestañas se dirigen a mi pelo primordialmente. Abigail toma asiento en uno de los sillones reservados para clientes y escruta su reflejo en el espejo.
−¿Tú también vas a querer hacerte mechas?− me pregunta el joven peluquero.
Declino su oferta con un movimiento de la cabeza. Se pone manos a la obra con su primera clienta.
Mientras, tanto ojeo una revista de mechas y tintes para el cabello. Hay uno que me llama ligeramente la atención. Al sentarme a su lado, Abigail me mira sorprendida por mi osadía y yo le sonrío con entusiasmo.

Descenso: Ciudad de los muertosWhere stories live. Discover now