Mis ojos miran en torno deseosos de encontrar aquello que vienen buscando. Sentados a la barra del bar del hotel yacen dos viejos amigos por cuyas venas corre la misma sangre demoníaca. Están separados por un taburete vacío. De entre todos los humanos de la sala mi corazón dicta reunirse con dos seres tan inmortales como peligrosos. Ocupo el taburete y llamo la atención del camarero que saca brillo a las copas de vidrio.
−Un vaso de whisky, por favor.
−Guau, empiezas fuerte, preciosa− comenta Enzo.
Se lleva el vaso a los labios y se bebe el fluido ambarino de un trago. Me guiña un ojo y deposita el vaso sobre la barra.
−Eso no es nada− replica Damien mediante un resoplido−. Camarero, sírvanos a mi amigo y a mí otra copa de bourbon.
El servicial empleado nos hace entrega del pedido y se aleja a retomar su tarea sin apartar la mirada de los dos jóvenes a los que ha servido varias copas y aún continúan en pie.
Damien eleva el vaso hacia Enzo, ignorando mi persona por completo, con una sonrisa amarga. Se traga todo el licor de un buche y sin contraer el entrecejo.
−Aire para mis pulmones.
Enzo menea la cabeza sin cesar de sonreír, solo que no diferencio si se trata de una muestra de humor o de repulsión.
−Tu ganas, compañero, me retiro.
Tambaleándose se levanta del taburete y se encamina hacia la salida del bar.
−¿Eso es todo lo que puedes dar de ti?− desafía Damien−. Los siglos han hecho de ti un viejo.
El camarero envía una mirada al teléfono para llamar a la policía si es preciso. Entretanto, Enzo frena en seco para asumir el reto del demonio. Se dirige a la mesa ocupada por un señor regordete con pipa y sombrero. Le arrebata el vaso y se lo bebe.
Damien sonríe con astucia. El viento se levanta en el bar cuando se mueve velozmente hacia el interior de la barra. Toma una botella de bourbon y empina el codo para verterse todo el contenido en la boca.
−Madre de Dios− bufa el camarero−. Llamaré a la policía ahora mismo.
Cuando toma el teléfono en una de sus manos, Damien aparece para situarla encima y ejercer tanta fuerza que sus huesos crujan. Establece el contacto directo con sus ojos y, por consiguiente, con su mente.
−Va a quedarse quieto y con la boquita cerrada hasta que mi amigo o yo digamos lo contrario.
−No me moveré de aquí− promete el camarero totalmente esclavizado.
−Buen chico.
−Quizá pueda darnos algo de sangre− sugiere Enzo.
Enzo le quita el sombrero de la cabeza al cliente y clava sus colmillos en la arteria de su cuello. Se lame los labios para eliminar la sangre.
−Deberías probarlo, está delicioso.
Damien sonríe y saca a la luz unos largos incisivos parecidos a los de los vampiros. Sin pensárselo dos veces los hunde en el cuello del camarero.
No estoy dispuesta a tolerar esto. Doy un golpe sobre la barra que llama la atención de los dos demonios.
−Para ahora mismo− ordeno.
El negro de sus ojos ha ocupado todo el espacio quitándole el puesto al color blanco. Se acerca con dos ríos de sangre bajándole de las comisuras.
−No te acerques a mí− le advierto retrocediendo.
−Soy yo, nena, Damien.
Me alcanza más rápido de lo que creía. Acerca nuestros labios y me besa apasionadamente. El regusto a sangre en su boca pasa también a manifestarse en la mía. Le doy un empellón con violencia para apartarlo de mí.
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Descenso: Ciudad de los muertos
FantasyLa huida de Gabriel supone un alivio para Allison, quien cree que este es el final, pero no es más que un principio que comienza con la intervención de los arcángeles y la llegada de un Nefilim que busca algo más que venganza.