Castiel recuerda la primera vez que fue consciente de que no tenía una familia normal, ya que no tenía una mamá y su papá no lo trataba como los papás de sus amigos los trataban a ellos.
Sabía que los demás niños tenían madres, sabía que había existido un momento en que también había tenido una, pero siempre se dijo a sí mismo que no era algo fuera de lo común. Después de todo todavía tenía a su padre.
Cuando Castiel tenía seis años, su maestra les pidió que hablarán sobre las cosas que más amaban de su madre. Todos los niños tenían algo que decir, una bonita historia sobre cómo su madre los hacía sentir seguros o sobre cómo ella le contaba una historia cada noche antes de irse a dormir o una anécdota divertida sobre cómo la madre de alguien le permitió pintarle la cara, y que había ido al mercado con ese maquillaje ya que estaba orgullosa de usarlo porque su hijo lo había hecho.
Cuando le tocó a Castiel, había intentado con todas sus fuerzas recordar algo sobre su madre, cualquier cosa, pero no había podido hacerlo.
Castiel recuerda sentirla acariciándolo, él recuerda su presencia, y también recuerda que un día ya no la sintió más.
Pero lo curioso de todo es que también recuerda unos ojos azules muy parecidos a los suyos observándolo y sabe con seguridad que no son los de su madre.
Siempre se había preguntado a quién pertenecían, cuando era niño solía pensar que le pertenecían a su ángel de la guarda, pero a medida que fue creciendo y gracias a su forma de vida se dio cuenta que no tenía ninguno.
Su padre solo le había dicho que su madre los había abandonado, y eso es todo. Castiel había pasado muchas noches en su habitación, llorando porque quería a su mami. Quería que ella hiciera su almuerzo, que le leyera una historia, que lo besara y que lo abrazara.
Pero ella ya no estaba allí y aunque quiso buscar consuelo en su padre, no lo hizo. Cada vez que su padre lo escuchaba llorar, venía a su habitación y lo golpeaba. Y se lo merecía, había sido malo, y cuando eres malo, debes ser castigado. Pero eso solo aumentó el dolor y la humillación que sentía dentro de él. En momentos como esos pensar en aquellos ojos azules era su único consuelo.
-Yo ...- Había dicho, tratando de encontrar algo, cualquier cosa -Mi mamá ... Ella ... Ella hace ricos panqueques-
Los otros niños habían estado esperando que diga algo más, pero no pudo hacerlo. Castiel no sabía si su madre hacía buenos panqueques o no; nadie nunca había hecho panqueques para él.
-Me encantan los panqueques- habia dicho uno de los niños de su salón, con una gran sonrisa en su rostro. El niño había estado sentado al otro lado de la sala, sus grandes ojos verdes vibrando de emoción, y Castiel había estado muy feliz de que el niño hubiera decidido hablar, ya que después de eso todos comenzaron a hablar de su panqueque favorito.
Dean.
Todavía recuerda a la maestra haber dicho el nombre del niño cuando lo había presentado a toda la clase, pero lo triste era que nunca habían hablado.
La verdad es que Dean había sido un chico muy amigable, y nunca había estado solo, lo que había hecho muy difícil el que Castiel hablara con él. Una vez había logrado ver a la madre de Dean, se había visto muy hermosa y había tenido un delicioso aroma parecido al que tenían las galletas.
Castiel había deseado desde lo profundo de su alma poder tener una madre así también.
Cuando llegó a casa de la escuela, le había preguntado a su padre dónde estaba su madre y cuándo volvería. Su padre lo había tomado por el cuello levantadolo del suelo.
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Inesperadamente tú │Destiel
FanfictionTodo comenzó con un reto, un reto estúpido y cruel. Pero el era Dean Winchester, tenía una reputación que mantener y sinceramente, ¿a quién le importa el chico raro del colegio?. Finalizada: 30/07/18