No heriré a nadie por ti

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Era el tercer cumpleaños de John en la mansión.

En el desayuno, sirvieron pastel, luego de cantar la grotesca canción del cumpleaños feliz. Un pastel de chocolate y menta, solo para el pirómano. Al chico no le gustaban las cosas dulces y luego de algunos años de intentarlo, todos habían captado el mensaje.

Cuando llegó al Instituto Xavier para Jóvenes Talentos, Pyro se encontró con un niño rubio, insoportablemente parlanchín, que por algún motivo se esforzó por ser su amigo. Y, aunque John nunca lo admitiría en voz alta, Bobby se ganó el lugar de mejor amigo, a fuerza de perseverancia.

Porque bueno, soportar a St. John Allerdyce era algo complicado, especialmente con su tendencia a alejar a todos con su actitud.

Xavier siempre sostuvo que era su forma de defenderse, tras años de gente lastimándolo física y psicológicamente.

John y los demás, solo creían que era un patán.

Así que bien, Bobby logró su cometido y se convirtió en el mejor amigo del chico malo. Pero detrás de él, venía todo un grupo que no podía dejar de lado. Porque Kitty era adorable y siempre era buena con él, a pesar de haberla hecho llorar en su primera semana ahí. Un pedido de disculpas, luego de la mirada decepcionada que Bobby le dedicó, y la pequeña Shadowcat lo adoraba como lo hacía con todas las cosas que respiraban. O un poquito más.

Con Jubilee fue diferente. Se hicieron amigos, después de la tercera vez que se hallaron esperando fuera de la oficina del Profesor, para tener una plática sobre su mal comportamiento.

Los chicos malos debían unir fuerzas en un lugar de niños buenos. Ella sabía lo que era vivir en las calles y sabía lo genial que era romper reglas. No había más motivos para no dejar ir a esa explosiva.

Con Coloso fue más extraño aún. El ruso tenía un complejo de hermano mayor y todos lo sabían. Se le asignó la cama contigua a la de John. Y luego de la primera noche, en la que el pirómano hizo crecer una llamarada; medio dormido; después de una pesadilla y Scott insistiera con todas sus fuerzas en que el Zippo fuera confiscado, por las noches, en nombre de la seguridad de los demás estudiantes, el ruso se ofreció a tener el mechero con el tiburón pintado en su mesilla de noche, siendo su cama la pared entre John y la llama, durante las noches. Los maestros aceptaron. Y aunque John tardó un poco en confiar en el ruso gigantesco, prefirió eso, antes que dormir desprotegido.

Y así, Pyro llegó a los 17 años. El tercer cumpleaños en la mansión.

Pasó por el tortuoso cantico del cumpleaños, apagó velas y recibió un vergonzoso beso en la mejilla de parte de Storm, que a veces olvidaba que el pirómano no solo no era demostrativo, sino que además ¡tenía 17 años! No necesitaba que todos se rieran por lo bajo, ante su sonrojo.

Pero sobrevivió a todo ello. A pesar de que a penas hubiera comenzado el día y en el fondo le encantara toda la ridiculez. Después de todo, él nunca tuvo nada de todo eso. Ni pastel, ni cántico tonto, ni besos o sonrisas. Su madre lo abandonó cuando tenía dos años. Su abuela cuidó de él, hasta los cinco años, cuando murió. Él apenas recordaba algunas sonrisas y las tardes soleadas de Australia. Luego, lo enviaron a New York, con el borracho golpeador de su padre. Niños burlándose de él, debido a su acento y adultos que tenían cientos de cosas más importantes que hacer que preocuparse por el pequeño niño que llegaba a clases con demasiadas magulladuras.

Y tanto tiempo después, él tenía a toda esta gente haciendo cosas ridículas que se suponía debían hacerse por las personas. Como preocuparse por él o preguntarle qué deseaba hacer o comer en su día especial.

Todas esas ridiculeces, como hacerlo sentirse algo más que una escoria.

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Que te conviertas en viejito, con pelo blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora