Cómplices

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Cuando John llegó al lugar del concierto, se tomó un momento para caminar sin rumbo, entre la multitud de gente. El lugar era a cielo abierto, lleno de pequeños puestos de venta. Tenía un ridículo tiempo de sobra hasta que el espectáculo comenzara, gracias al estúpido plan que había montado, previamente con sus amigos.

Amigos —murmuró desdeñoso.

No era justo que se sintiera tan mal, por culpa de ellos. Siempre había sido más fácil ignorar sus cumpleaños, no hacerse esperanzas y dejar el tiempo correr. Pero en la mansión le enseñaron que todo eso no era necesario, que podía tener cosas buenas, que podía ser el centro de la atención. Que podía ser feliz.

Estaba tan enfadado que hubiera deseado quemar el lugar en una rabieta.

Click, clock. Click, clock. Click, clock. Abría y cerraba el mechero más aprisa, intentando relajarse, sin éxito.

Vagó por algunos puestos de venta, esforzándose por distraerse. Descubrió, luego de un rato, que si quería un trago, debería buscar a alguien mayor o con identificación falsa, porque resultaba que todo ahí era legal y bonito.

No estaba exactamente sorprendido, solo que, al salir impulsado por la rabia, olvidó la identificación falsa que guardaba bajo el colchón.

Hasta en eso, sus amigos, lo habían fastidiado.

Paseó su mirada por la multitud, para hacer un escaneo rápido que le dijera a qué grupo de personas podía acercarse con una enorme sonrisa y actitud de chico malo, para seducir un poco y encajar superficialmente, para obtener algún trago y... "¡Oh, dios veden camisetas pro-muti!".

No dudó en correr hacia el puesto de camisetas y comprar una de color negro que rezaba el eslogan Derechos mutantes ¡ahora! La banda era de esas con espíritu revolucionario. Era de esperarse que se apoyaran los derechos de su raza, entre su público. Después de todo, la humanidad se dividía entre los tolerantes y los idiotas. Era bueno encontrarse con niños tolerantes. A pesar de que muchos no tenían idea de lo que significaba el eslogan.

Arrojó la camiseta que trajo, al basurero (que, recordó, pertenecía a Bobby) y volvió a su búsqueda de idiotas mayores que él. Vio a unos tipos, uno de ellos llevaba una camiseta parecida a la que acababa de comprar, llevaban algunos tragos y otro de cabello negro pedía un mechero a gente que pasaba, para encender el cigarrillo que colgaba entre sus dedos.

"Bingo" —pensó cuando se acercaba. Nunca tuvo problemas en socializar superficialmente. Especialmente para fumar y beber alcohol. Él vivió en las calles, se juntó con chicos malos. Él no necesitaba a los niños de la mansión que se hacían llamar sus amigos. Él podía divertirse sin ellos.

*********

—Quizás solo debemos correr y alcanzarlo —murmuró Bobby sin levantar la mirada del suelo. Estaba sentado en el suelo. Luego de que el pirómano se había marchado, todos y cada uno había ido decayendo silenciosamente en un agujero negro, entre auto-reproches y dudas—. Ni siquiera tiene llaves de auto. No llegará lejos.

—Como si él necesitara llaves —espetó Jubilee. Sonaba amargada, aunque no del todo triste, sino más bien fastidiada u ofendida. Ninguno podía llegar a descifrarla. La pirotécnica era de ese tipo de personas impetuosas y alegres. A veces enfadada, a veces muy enfadada, pero nunca triste, realmente, nunca del todo, nunca demostrándolo sinceramente. Quizás por eso se llevaban tan bien con John.

—Debemos hacer algo —susurró Kitty—. Herimos sus sentimientos.

—¡Nos insultó! —le recordó Jubilee. Parecía un intento por hacerle notar a todos que ellos no estaban equivocados, que John estaba mal en esto.

Que te conviertas en viejito, con pelo blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora