Sigue ardiendo

134 9 0
                                    

Algunas bandas teloneras tocaban*, poniendo el ambiente un poco más movido, aunque sin lograr llamar la atención de la mayoría del público que seguía vagando en espera de algo mejor qué hacer o solo de que Rage against the machine subiera a la tarima.

Pyro y los demás niños estaban de pie al final de la multitud que se agrupaba frente al escenario, listos para correr y adueñarse de un lugar mejor, más adelante, cuando alguna canción los obligara a hacerlo. Hasta el momento, no habían bebido más de un vaso de cerveza entre la enorme plática profunda que caía en bromas tontas y retomaba la seriedad.

Eran un grupo de niños mutantes que exigían sus derechos, que creían que no debían ocultarse, que creían que eran superiores.

Argumentos sobre la importancia de la cultura o la formación intelectual, sobre la necesidad del buen uso de la retórica, del arte o cualquier tipo de expresión cultural para hacer a una revolución. Todos ellos, en una oposición, que no llegaba a ser tal, ante el argumento de la necesidad de defenderse, porque los humanos atacaban cada vez que veían su oportunidad, porque los querían destruidos.

—Llámame Nick —le pidió Avalancha a John, luego de la tercera broma inteligente del más pequeño. Este último se sentía bien al recibir risas de sus comentarios. La mayoría de los chicos de su edad arqueaban sus cejas y se preguntaban silenciosamente a qué se refería cuando usaba alguna palabra complicada. Era su pequeño karma de artista de las letras y sarcásticos incurable.

—Creo que estoy celosa —comentó Wanda—. Tardé meses en que Nick me permitiera llamarlo Nick —lo acusó fingiendo seriedad, aunque sus labios carmesí siguieran torcidos en una sonrisa.

—Sabes que no es verdad. Tardaste tres minutos en comenzar a llamarme Nick.

—Las ventajas de ser bella —punzó Pietro con algo de broma en la frase de hermano celoso.

—Dirás: las ventajas de ser Wanda —corrigió Avalancha. Y de nuevo ellos estaban bien, riendo. Porque eso era algo genial de esos chicos: se insultaban, se punzaban para hacerse estallar, pero tenían la suficiente fuerza como para que eso les importara una mierda y reírse de ello.

Y a John le encantaba. Pietro sonriente, impaciente y cleptómano. Wanda sin ética, risueña, dulce y rara. Nick en calma, pero simpático e inteligente.

Eran los malditos amigos que el pirómano deseaba tener... pero de nuevo, él nunca obtenía lo que quería. Ya había perdido a sus amigos, unas horas antes.

—¡Oh, cielos! —chilló Wanda, de repente—. ¡Escuchen esa canción! —seguía emocionada, tomando de la mano a John para jalarlo hacia adelante—. Esa es tuya, Pyro.

*Era el momento más oscuro,

de una noche demasiado larga,

hubo quien permaneció despierto, en la hoguera,

vigilando el fuego

Viejos vientos reviven recuerdos,

de combates y de resistencia,

accionando los interruptores,

de las lámparas de la imaginación.

Wanda cantaba en medio de un rebote continuo sobre sus pies. No soltaba la mano de John, mientras Nick y Pietro parecían ignorar la cercanía que la chica tenía con el pirómano, ya sea porque estaban habituados a esa actitud de su parte o porque no lo veían como una amenaza.

Que te conviertas en viejito, con pelo blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora