capítulo 1.

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2004, Mill Wave.

Me gustaba sentarme bajo un viejo árbol de abedul al que iba para pensar cada vez que tenía tiempo en las primaveras.

Ese día por la mañana, recuerdo que las palmas de mis manos estaban reposando en el pasto de una de las colinas adornadas con flores silvestres de diferentes colores. Me encantaba observar el bosque vestido de verde que se encontraba frente a mi, lleno de altos pinos y árboles frutales, además de su hermosa fauna escondida entre el follaje. Yendo un poco mas profundo del bosque se pueden ver ríos y quebradas, el río mas famoso de la zona lleva el nombre de "El río de la muerte ", eso debido a que su corriente se incrementa a tal grado de arrastrar todo lo que se atraviese en su camino.

El bosque de Mill Wave es húmedo desde que tengo memoria, y frío como una nevera en los inviernos. Llueve demasiado, sin embargo, es un hermoso paisaje durante la primavera.

Ese día se podía sentir una gélida brisa que soplaba intensamente, me frote las manos para entrar en calor y las lleve a mi boca para exhalar sobre ellas.

No suelo tener buena memoria, pero no podría olvidar ningún detalle de lo que sucedió aquella mañana; incluso podría describir lo que llevaba puesto, una sudadera roja, unos vaqueros azules un poco sucios, unas botas de cuero para el fango, un gorro de lana, supongo que gris, y mi mochila.

Pocos días en mi vida he visto un cielo despejado, en Mill Wave eso un regalo de Dios. La luz mañanera del sol entraba por mis verdes ojos, una herencia de mi padre, al igual que mi tez, tan pálida como el papel, pero imperfecta, llena de cientos de esos pequeños defectos llamados pecas, mi abuela decía que las pecas son un adorno que embellece la piel, pero en las revistas de ciencia que tanto leo, siempre los describen como "defectos cutáneos", muy comunes en la gente de cabello rojo, como el mío, no soy una modelo de Vogue, eso lo tengo muy en claro, pero me gusta creer que al menos soy bonita a mi manera.

Mientras observaba meditabunda el panorama, algo surcó los cielos, algo que marcaría mi memoria y cambiaría mi forma de ver las cosas para siempre. ¿Un cometa? indagué ¿Un avión? lo dudé, ¿Superman? imposible.

En cuestión de segundos, el objeto se estrelló no muy lejos de dónde yo me encontraba, el estruendo fue ensordecedor. Estaba casi segura de que se trataba de un cometa, pero contuve mi curiosidad, y programé mi cita con el supuesto asteroide para el día siguiente.

Subí a mi motocicleta, y me fuí de regreso a mi casa aún con las dudas surgiendo dentro de mi cabeza.

Lo que vi me provocó mucha incertidumbre, pero tenía más asuntos en qué pensar, así que decidí no tomar más importancia a un posible mini meteorito.

Llegué a mi casa y mi padre se encontraba al lado de la puerta de entrada sentado en una silla de madera vieja, estaba meciéndose en ella pacíficamente, hasta se podía escuchar el crujir de la silla sosteniendo su peso. Mi padre tenía sus párpados arrugados en reposo y sus manos llenas de bellos sobre su estómago. No hay mucho que describir en él, ya que es el típico hombre barrigón con cabello parcialmente canoso y con barba áspera.

cuando sintió mi presencia saltó de la silla y apoyó sus manos en mis hombros.

—¿te encuentras bien?, ¿donde te habías metido? —exclamó muy alterado.

—fui a la biblioteca, todo está bien —mentí tratando de no preocupar a mi padre.

-¿que fue ese ruido en el bosque?

—no lo escuché, quizá tenía auriculares —dije excusándome, me miro entrecerrando sus ojos y volvió a su silla a retomar el sueño.

La noche había caído en un dos por tres. Me lancé a la cama de espaldas, provocando qué el colchón se hundiera bajo mi peso, encendí un radio que tenía en una mesa de noche a un costado de la cama, quería escuchar un poco de música al azar, Fui pasando las emisoras hasta poder encontrar alguna que me pudiera relajar. Por algunos minutos nada más era interferencia y voces inteligibles pero al fin pude encontrar una canción que por cierto era muy famosa en aquella época "The man who sold the worl, de Nirvana", cerré mis ojos mientras movía la cabeza al ritmo de la música, cuando de repente fue interrumpida por una noticia, fruncí el ceño, me senté en el borde de la cama y justo cuándo iba a cambiar de emisora, una voz femenina empezó a decir algo que provocó un ligero escalofrío en mi espalda que me puso la piel de gallina.

El chico de otra épocaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora