Capítulo 2.

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-¿Es que no piensas darle ni un solo mordisquito? -preguntó Bonni, empujando el plato hacia mí.

  Había pedido una hamburguesa de toffu, no me gustaba comer carne, la verdad es que me sentía un poco monstruo si lo hacía. Pensar que un pobre animalito había muerto solo para que yo pudiera alimentarme me resultaba sucio y depravado. Ahora que tenía el plato delante, se me había pasado el hambre. Tenía el estómago cerrado por no mencionar que no veía comida, solo veía calorías y carbohidratos por todos lados. La psicóloga me dijo que tardaría tiempo en recuperarme, pero no pensé que tanto.

-No tengo hambre -mentí, empujando de nuevo el plato hacia ella.

-Venga, solo un mordisquito -dijo con voz de niña pequeña, devolviendo el plato hacia mí.

-No -sentencié, empujando de nuevo el plato- y no vayas por ese camino.

  Bonni tenía una cualidad especial, de hecho cualquiera diría que era una de esas mutantes de las pelis de los X-men. Sabía muy bien cómo hacer que la gente hiciera lo que quisiera; solo tenía que mirarte con los ojos muy abiertos y poner voz de niña de dos años y … voila, acababas en su red.

-Entonces ¿por qué te la has pedido? -intervino Dinna, dándole un sorbo a su vaso de coca cola.

-Antes tenía hambre y ahora no -me encogí de hombros- así de simple.

  Bonni me miró tras sus nuevas gafas de pasta, las cuales no necesitaba porque veía perfectamente, al menos la última vez que la vi, por lo que estaba más que segura que solo se las ponía por moda.

-¿Clau?

-¿Qué?

-¿No estarás de nuevo....? Ya sabes.

  La pregunta del millón. Si me hubieran dado un dolar cada vez que me escuchaba esa pregunta, estaba segura que podía ser billonaria, trillonaria o algo por el estilo.

-No, Bonni, no -suspiré. Sabía que si no hacía lo que ellas querían, la que saldría mal parada sería yo, porque no pararían de insistirme en que me comiera la hamburguesa,  por lo que mejor ahorrar sufrimiento.- Si le doy un mordisquito... ¿me dejaréis en paz?

-Sí -sentenciaron las dos al unísono.

-Bien.

  Vale, decir que no estaba hambrienta era una estupidez porque realmente me estaba muriendo de ganas de incarle el diente a esa hamburguesa que parecía que me estaba gritando ¨¡cómeme!¨ desde el plato. Pero yo sabía que no iba a ser un mordisco, sino que serían dos, tres y cuatro... y acabaría toda en mi estómago; luego vendría la culpabilidad y el lugar donde iría a parar sería al váter.

-Ya está -tiré la hamburguesa de nuevo al plato. Solo le había dado un mordisco, pero todo mi cuerpo de decía que le diera otro.

-Toda -dijo Bonni, señalándola con el dedo índice.

-¿¡Qué!? Dijisteis un mordisco.

-Clau, cielo... -Dinna me miró con compasión, estaba sintiendo pena por mí. Normal, yo también lo habría sentido en su lugar.- ¿Cuánto pesas?

  Pregunta que encabezaba la lista de cosas que odio. ¿Que cuánto pensaba? No lo sabía, había dejado de subirme sobre esa máquina del diablo hacía un tiempo, porque solo me traía disgustos.

-No lo sé; la última vez que me pesé... creo que eran cincuenta y cinco kilos.

-¡Joder tía, si estás genial! -exclamó Bonni dándome una palmadita en el hombro.

  Sí, estaba genial para ella, para Dinna o Dilan, para mi padre, Nana, Richard, Nina... pero no para mí. Hacía tiempo que había dejado de estar genial para mí.

Un Vuelco a la Vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora