Era de noche y la carretera a penas se veía, pero me gustaba que no hubiera luces por el camino, así podía ver las estrellas a través de los cristales del coche.
Mamá iba conduciendo y papá iba a su lado, como siempre hablando por teléfono. Mamá decía que papá había nacido con un teléfono pegado a la oreja, que era como una extremidad más de su cuerpo. Yo me reía, pero en realidad no me gustaba que papá tuviera que trabajar tanto. Gracias a él podía tener la casita de muñecas que me gustaba o la última Barbie que había salido, pero también me gustaba que me llevara al parque con los demás niños y que no lo hiciera siempre Nana.
Mi hermano Mike, dos años mayor que yo, siempre me estaba pinchando; como en ese momento. No debía hacerle caso, pero él sabía muy bien como fastidiarme.
-Jope Mike –me quejé, intentando darle con la mano, pero mis cortas extremidades no llegaban hasta su asiento- ¡déjame en paz!
-¿Vas a llorar? ¿Vas a llorar? – se reía mientras hacía gestos con sus manos, como si se estuviera limpiando unas lágrimas inexistentes- ¡Clau va a llorar! ¡Mira mamá, Clau va a llorar!
-No, no voy a llorar –gruñí, al borde del llanto.
-Sí, sí que lo vas a hacer. Clau va a llorar, Clau va a llorar –canturreaba a la par que bailaba en su asiento.
-¡Mamá! Mike no para de hacerme de rabiar. ¡Dile que se calle!
-Niños, estaos quietos por favor –rogó con voz cansina- ya queda poco para llegar a casa.
Se suponía que debíamos hacerle caso. Yo quería, pero Mike no paraba de molestarme y eso suponía que yo no pararía de quejarme. Finalmente, rompí a llorar y Mike se echó a reír, alegre por haber conseguido lo que quería.
-Eres un bebé Clau, sigues llorando. Eres un bebé.
-¡Mike, por favor! deja a tu hermana en paz –dijo mi madre con más seriedad- sé que estás aburrido, pero no sé, coge la consola y ponte a jugar.
Mike se cruzó de brazos al ver que no conseguía captar la atención de ninguno de nuestros padres. Solía hacerlo siempre, chincharme para que tanto mamá como papá le hicieran caso; yo me preguntaba el por qué siempre la tomaba conmigo. No le hacía nada malo.
Sequé mis lágrimas con el dorso de la mano y sonreí al ver que me dejaba en paz. Yo lo quería mucho, era mi hermano. Querer a los hermanos es algo que forma parte de la vida, como si viniera escrito en nuestro propio ADN, aunque en esos momentos no sabía qué era el ADN y para mí, los niños venían en un saquito y eran traídos por la cigüeña que salía en la película de Dumbo.
Abracé con fuerza mi muñeca de trapo. Era la más vieja que tenía, pero supongo que por eso le tenía tanto cariño. Llevaba ya siete años haciéndome compañía y le tenía demasiado aprecio. Iba conmigo a todas partes, incluso a la playa. Le ponía su traje de baño que me había cosido Nana y la sumergía en el agua salada.
Las luces de la ciudad se distinguían a lo lejos. Eso suponía que ya estábamos llegando y yo quería irme a dormir ya a mi cama de ¨niña grande¨. Mamá y papá me habían dicho que cuando llegáramos de las
vacaciones, ya dormiría en mi propio cuarto y estaba ansiosa. Hasta entonces había estado durmiendo con Mike, pero quería una habitación para mí sola, donde colocar mis muñecas sin miedo a que Mike me las rompiera.
Todo pasó muy rápido o al menos así lo sentí yo. Estaba mirando por la ventanilla de mi asiento, cuando vi que una luz cegadora venía a alta velocidad hacia nosotros. Escuché un grito; era mamá que estaba llamando a papá y acto seguido el chirriar de las ruedas. Yo me abracé con más fuerza aún a Tris, mi muñeca de trapo. No sabía qué era lo que estaba pasando, solo que no era nada bueno. Pocos segundos después, el coche daba vueltas y nosotros con él.
Todo se volvió oscuro y dejé de sentir y escuchar nada.