El lobo perro

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Estaban sentados uno frente a otro en sendos sillones, cerca de la chimenea, en la sombría biblioteca atestada de libros que había junto al salón.

-Voy a ofrecerte un trato que no podrás rechazar -dijo Calvino-. A no ser que estés ansioso por volver a la cárcel.

-Nunca he estado en la cárcel -mintió Lucrecio.

-Tres veces -replico el niño-. Y ahora estás en libertad condicional, de modo que si te pescan reincidiendo...

-¿Cómo demonios puedes saber...? .empezó a decir Lucrecio, pero Calvino lo interrumpió:

-Ya te he dicho que las preguntas las hago yo. En realidad, no tendrás que hacer casi nada; solo tienes que vivir aquí y afeitarte la cabeza.

-Pero...

-No me interrumpas. Mi padre ha tenido que marcharse precipitadamente, y tal vez no pueda volver en un tiempo. Si lo dan por desaparecido, o incluso si se enteran de que no hay ningún adulto viviendo conmigo me meterán en alguna de esas instituciones para huérfanos y niños abandonados, y no voy a permitirlo. De modo que necesito a alguien que ocupe el lugar de mi padre y que saque a pasear al perro de vez en cuando para que los vecinos no sospechen.

-¿El perro? Pero si no hay ningún perro...

-¿Creías que podías engañar a Loki con tu patética imitación de un ladrido? -dijo Calvino con tono displicente-. ¡Loki!

Fue como si la oscuridad que reinaba en un rincón de la sombría biblioteca se hubiera materializado de pronto en una enorme bestia negra. Un lobo descomunal se acercó al niño con paso sigiloso y apoyó la cabeza en su regazo.

-Eso no... no es un perro -farfulló Lucrecio, que ya había visto aquellos ojos en el jardín.

-Es un lobo canadiense. Y como al fin y al cabo los perros son lobos domesticados, a efectos prácticos Loki es como un perro grande. Otros tienen un perro lobo, y yo tengo un lobo perro.

-Pero los lobos canadienses son de un gris muy caro -comentó Lucrecio.

-Vaya, entiendes de animales. Eso me gusta  -dijo Calvino con un gesto de aprobación-. Sí, los lobos canadienses suelen tener el pelaje muy claro para mimetizarse con la nieve; Loki es un insólito caso de melanismo, el equivalente lobuno de una pantera negra.

-Debe de pesar más de ochenta kilos -estimó Lucrecio con una mezcla de asombro y temor.

-Ochenta y cinco. Tienes buen ojo para el peso... ¿Es de robar gallinas?

-Oye, ¿por quién me has tomado? Yo...

-Ya lo sé, ya lo sé: eres un elegante y honrado ladrón urbano que solo roba en las casa de los ricos.

Tras una pausa Lucrecio preguntó:

-¿No tienes ningún pariente, aparte de tu padre?

-Solo un abuelo creo; y digo "creo" porque está en paradero desconocido desde hace años. Mi madre murió, y era hija única, igual que mi padre. Igual que yo.

-Lo siento.

-No lo sientas: prefiero no tener competencia.

-Me refiero a lo de tu madre.

-Eso tampoco es para lamentarlo demasiado; era una bruja. Estuvo a punto de matar a mi padre.

-Vaya, qué familia tan encantadora...

-Por eso te propongo que te incorpores a ella. ¿Te interesa el trato que te ofrezco?

-¿Solo tendría que vivir aquí y sacar a pasear a... Loki?

-Y afeitarte la cabeza. Lo de mi pelo (o mi ausencia de pelo, mejor dicho) es hereditario, y mi padre es tan calvo como yo. O viceversa, más bien.

-¿Y de donde sacaríamos el dinero para vivir?

-Del cajero automático. Tengo la tarjeta de crédito de mi padre, y en la cuenta hay dinero suficiente como para vivir sin problemas durante...mucho tiempo.

Tras una larga pausa, Lucrecio dijo:

-Supongo que, sin me niego, Loki saltará sobre mí y me inmovilizará mientras tú llamas a la policía.

-Y se te caerá el pelo de todas formas -añadió Calvino con una sonrisa malévola.



CalvinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora