El jardín bosque

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Era un caserón antiguo y destartalado, rodeado por un amplio jardín que hacía mucho tiempo que nadie cuidaba; tanto que más que un gran jardín parecía un pequeño bosque. La casa no tenía aspecto de albergar cosas de mucho valor; pero había una ventana abierta en la planta baja, y esa era la clase de tentación a la que Lucrecio el Rata no podía resistirse. Además, si el Sopa lo había citado allí era porque el golpe valía la pena. El Sopa no solía equivocarse.

No solía equivocarse, pero sí solía llegar tarde. Cuando llegaba, pues a veces ni siquiera aparecía, ya que se quedaba dormido con mucha facilidad. Por eso lo llamaban el Sopa.

Tras esperar más de media hora, Lucrecio decidió hacer el trabajo él solo, Parecía fácil, y si salía bien le daría una parte al Sopa por la información. Imitó el ladrido de un perro y, al ver que no obtenía respuesta (señal de que no había ningún chucho en la casa), saltó, no sin dificultad, la alta verja de barrotes de hierro rematados por amenazadores puntas de lanza.

Mientras cruzaba sigilosamente el jardín, le pareció distinguir entre los matorrales los relucientes ojos de... ¿un gato?

"Es demasiado grande para ser un minino", pensó con un escalofrío al calcular el tamaño del animal por la separación de los ojos. "Pero si fuera un perro habría ladrado".

Lucrecio decidió no pararse a averiguar qué clase de bicho lo había mirado desde la tupida maleza. Corrió a toda velocidad hacia la casa y, sin mas averiguaciones, entró por la ventana abierta.

Era más de medianoche y todos debían de estar durmiendo, pues no había ninguna luz encendida ni se oía el menor ruido. De no ser por el débil resplandor lunar que se colaba en el salón por la misma ventana por la que había colado Lucrecio, la oscuridad habría sido completa.ç

El ladrón sacó su linterna de bolsillo y se dispuso a encenderla. Pero no tuvo tiempo de hacerlo. Una gran lámpara de cristal que colgaba del techo se iluminó de pronto, y Lucrecio se encontró cara a cara con un niño que lo miraba muy serio a apenas un par de metros de distancia. Era un niño bastante extraño. De unos diez u once años, muy menudo y algo cabezón, de grandes y penetrantes ojos azules, todo vestido de negro. Y completamente calvo.

-Aún falta mucho para Navidad -dijo el niño-, y además tú no pareces Papá Noel.

-No tengas miedo, pequeño .susurró Lucrecio con una sonrisa forzada. Su primer impulso fue el de salir corriendo, pero se contuvo; si actuaba con brusquedad, lo más probable era que el niño se pusiera a gritar. Y con la ventana abierta los gritos se oirían en la calle. Alguien podía acercarse y pillarlo saltando la verja.

-No tengo miedo -replicó el niño-. Y no soy pequeño.

-No quería ofenderse -se excusó Lucrecio-. Lo de "pequeño" es una forma de hablar, ya sabes... En realidad, eres bastante alto para tu edad.

-Deja de decir tonterías. A no ser que pienses que tengo cinco años, y por mi cara y mi forma de hablar es evidente que tengo al menos el doble, no puedes decir que soy alto para mi edad. Pero, como dijo Napoleón, la grandeza no tiene nada que ver con la estatura. Aunque es normal que los bobalicones como tú las confundan.

-Oye, yo no soy ningún bobalicón. Para que te enteres, me llaman... Demetrio el Astuto.

-Nada de eso. Te llaman Lucrecio el Rata, también conocido como Luc el Sigiloso. Aunque esto último, a juzgar por el ruido que acabas de hacer, no parece muy adecuado.

-¿Cómo demonios sabes...?

-Yo hago las preguntas -lo interrumpió el niño-. ¿Tienes familia?

-Depende de cómo se mire -contestó Lucrecio con suspiro-. Mi mujer me plantó hace un par de años, y casi no me deja ver a nuestra hija; dice que soy una mala influencia para ella.

-A primera vista, yo diría que no le falta razón -comentó el niño con una mueca despectiva.

-Oye, no te pases -protestó Lucrecio-. Mi... oficio no significa que sea un mal padre.

-¿Te consideras bueno?

-Tal vez no sea lo que se suele entender por un padre ejemplar; pero puedo asegurarte que mi hija es lo más importante para mí, y haría cualquier cosa por ella.

-Estupendo. Eres justo lo que andaba buscando.

-¿A qué te refieres?

-A un buen padre. Necesito un buen padre.

¿Para qué? ¿Para quién?

-De momento, contestaré a la segunda pregunta: para mí.

-¿Estas de guasa?

-En absoluto. Es un asunto muy serio... No tienes muy buen aspecto, pero, a falta de otra cosa, supongo que servirás.

Lucrecio sintió una extraña desazón. No era la primera vez que lo sorprendían al entrar a robar en una casa, pero nunca se había encontrado en una situación tan insólita como aquella.

-Creo que será mejor que me vaya -dijo tras una pausa-. Y tú por cierto, deberías estar en la cama.

Hizo ademán de salir por la ventana por la que había entrado, pero el niño se sacó del bolsillo un mando a distancia y oprimió un botón. Con un golpe seco. una reja de gruesos barrotes metálicos descendió como una guillotina desde el borde superior de la ventana y le cerró el paso al perplejo ladrón, que volvió hacia el niño y le dijo:

-Escucháme...

-Calvino. Me llamo Calvino.

-Escúchame, Calvino: lo mejor para los dos es que me marche tranquilamente por donde he venido, así que haz el favor de abrir esa ventana, o de lo contrario...

-O de lo contrario, ¿qué harás?

-Tendré que usar la fuerza.

-Un buen padre como tú no usaría la fuerza contra una pobre criatura indefensa.

-Bueno, no voy a matarte ni a romperte un brazo; pero tendré que quitarte ese mando por la fuerza.

-No será necesario. Toma -dijo Calvino tendiéndole el mando.

Lucrecio lo cogió y buscó el botón de apertura, pero no entendía los extraños signos grabados unto a los pulsadores; probó varios al azar, pero no consiguió nada.

-Está bien -dijo-; aunque no es mi costumbre, me iré por la puerta.

-No creo que puedas abrirla -replicó Calvino-. Es una puerta de seguridad, a prueba de ladronzuelos incompetentes.

-Oye, este juego está yendo demasiado lejos -dijo Lucrecio esforzándose por parecer tranquilo, aunque en realidad no lo estaba en absoluto-. No puedes retenerme aquí en contra de mi voluntad, de modo que si no me dejas salir...

-¿Llamarás a la policía? Adelante, ahí tienes el teléfono.


CalvinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora