El dormitorio del padre de Calvino era amplio y confortable, aunque un poco siniestro. Los muebles parecían muy antiguos, y tanto las cortinas como la colcha y la alfombra era negras. Y enfrente de la cama, colgado de la pared, había un cuadro bastante inquietante. Era el retrato de una mujer morena y muy pálida, toda vestida de negro, cuya larga cabellera se confundía con el traje y con el oscuro fondo del cuadro. De no ser por los labios, de un rojo vivo habría parecido un retrato en blanco y negro. Lo más sobrecogedor era que los grandes ojos de la mujer parecían mirar directamente a quien contemplaba el cuadro. Tras observarlo fascinando durante un buen rato, Lucrecio lo descolgó y lo apoyó en el suelo de cara a la pared; no le hacía ninguna gracia tener delante aquellos ojos todo el tiempo.
La habitación tenía su propio cuarto de baño. Llenó la vieja bañera esmaltada y se sumergió en el agua caliente. Necesitaba relajarse después de las emociones de aquella noche tan extraña. Estuvo en remojo más de media hora; luego se secó perezosamente con una suave toalla negra y se acostó.
La cama era muy cómoda, y ningún ruido turbaba la tranquilidad de la noche. Pero Lucrecio no podía dormir. Estaba nervioso, inquieto por el insólito acuerdo que acababa de sellar, mediante un apretón de manos, con aquel extraño niño calvo. ¿Y si alguien descubría que estaba suplantando la personalidad del padre de Calvino? Pero no, nadie podría acusarlo de eso; él no iba a decir que era el padre del niño: simplemente, iba a vivir allí. Si lo pillaban, diría que era el jardinero y que no sabía nada. No podían detenerlo por afeitarse la cabeza y pasear al perro. Bueno, al lobo...
Estaba muy cansado, pero seguía sin poder dormirse; no lograba detener el torbellino de ideas que giraba como un tiovivo dentro de su cabeza. Se levantó de la cama y decidió salir a dar una vuelta por el jardín, a la luz de la luna. Calvino le había dicho que podía (mejor dicho que debía) usar la ropa de su padre, de modo que abrió el gran armario de caoba que había en un rincón del cuarto con la esperanza de encontrar un batín para poder salir sin tener que vestirse.
Todas las prendas que colgaban de las perchas eran negras y entre ellas no vio ningún batín. Pero era un armario muy profundo, y había una segunda fila de ropa colgada. Lucrecio metió el brazo entre las prendas de la primera fila y lo estiró al máximo. Le sorprendió no tocar el fondo del armario. Introdujo el hombro, luego medio cuerpo, y acabó metiéndose del todo entre la ropa que lo oprimía como una muchedumbre apelotonada a la puerta de un cine. Y tan oscuro como un cine estaba el interior del armario, desde luego...
Lucrecio se acordó de las historias de Narnia que tanto lo habían impresionado de pequeño, y sintió un escalofrío. Pero no en vano lo apodaban "el Rata" por su habilidad para colarse en todas partes; y también por su insaciable curiosidad, más fuerte que la prudencia. Siguió abriéndose paso a través de la ropa colgada y llegó a un espacio más despejado, como si el armario diera a otro cuarto, Avanzó un par de pasos a ciegas, con los brazos extendidos, y de pronto tocó algo. Se detuvo en seco, paralizado por el terror. Lo que había tocado era un rostro humano.
A Lucrecio también llamaban "el Rata" por la fulminante rapidez con la que era capaz de huir cuando se imponía una retirada estratégica, y en aquella ocasión hizo honor a su apodo. En menos de lo que se tarda en decirlo, volvió al dormitorio, cerró con llave la puerta del armario y se escondió debajo de la cama.
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Calvina
Mystère / ThrillerEn el mundo de Calvina, los muertos están vivos; los locos, tan cuerdos como los libros que creen ser; los ladrones tienen buenas intenciones y puede que la protagonista sea el protagonista. Todo es extraño, todo es un juego; un desafío a tu intelig...