8- Día de furia

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—Estoy aquí, Nahuel.

Desperté sobresaltado. Estaba tirado boca abajo, sobre un suelo irregular y acolchonado. Al principio me costó reconocer en dónde me encontraba, pero al cabo de un rato logré ubicarme. Estaba recostado sobre la alfombra del living de mi casa. Todo se hallaba en perfectas condiciones: muy ordenado y limpio. Y eso era extraño.

Me incorporé con la ayuda de los codos. ¿De dónde procedía aquella voz, tan conocida para mí, que me llamaba con prisa? Recorrí el salón con la mirada. Estaba ansioso... ¿Había vuelto a la vida? ¿Por qué era capaz de sentir algo así? Primero confusión y ahora ansiedad. ¿Qué carajo me estaba pasando? ¿Había, mi viaje, llegado a su final?

Reconozco que a lo mejor soy un poco insoportable con el planteo casi repetitivo de tantas interrogantes, pero si por un instante tuvieran la posibilidad de ser yo y vivir todo lo que viví, les aseguro que cambiarían rotundamente de opinión. Con esto no intento excusarme ni nada por el estilo. Al contrario, quiero que entiendan que la mayoría de las veces, las respuestas se encuentran escondidas dentro de las preguntas... Y justamente por esa razón estoy escribiendo esto. No crean que me da placer gastar todos los días dos o tres horas de mi tiempo para rayar este cuaderno. Lo hago, como lo mencioné al inicio, para no olvidarme nunca cómo llegué a convertirme en una mejor persona y para que aquellos que se aman a sí mismos más que a cualquier otra cosa, reaccionen y se percaten de que hay algo más para descubrir. Algo que va más allá del dinero, del aspecto físico y del interés personal. Algo que supera, incluso, la propia vida.

—Nahuel. Aquí.

Debajo del marco de la puerta que daba hacia a la cocina estaba mi abuelo. Nuevamente lo tenía adelante. Y eso también era extraño.

—¿Qué es lo que está mal?—pregunté, sin siquiera saludar— ¿Por qué estás de regreso?—me callé. De pronto me sentí inseguro. ¿Si lo que tenía enfrente no era lo que parecía?— ¿Cómo puedes demostrarme que no eres la Muerte? Te apareces de la nada, sin previo aviso. ¿Cómo confiar en ti?

La figura de mi abuelo no emitió sonido alguno. Simplemente agachó la cabeza y luego de unos segundos avanzó hacia mí. Instantáneamente, retrocedí unos pasos.

—No tengas miedo—respondió—. No soy lo que imaginas. No voy a dañarte.

No sé. Quizás fue el fugaz brillo en sus ojos o la tímida sonrisa que brotó de su rostro, pero algo hizo que me sintiera repentinamente cómodo y tranquilo. Definitivamente no era la Muerte.

—Lo sabía—exclamó—. Sabía que te ibas a dar cuenta—pausó—. Vamos a sentarnos.

Nos dirigimos, sin decirnos una palabra, hasta el sillón. Reinaba un clima tenso, raro.

—Regresé para aclararte tus dudas... al menos, las que Él me permite.

Fruncí el ceño.

—Nahuel, hay muchas reglas en juego que veo que desconoces. Por eso vine.

—Pero, ¿no se suponía qué no podía verte más? Teóricamente...

—No hay teorías. No existen. Todo se rige gracias a los hechos. En cuanto a tu pregunta, por esta vez, olvida lo que te dije en nuestro encuentro previo acerca de eso.

—Es que no soporto más. ¡No sé si podré aguantarlo!

—Claro que podrás. Te lo mencioné antes, no será fácil. Dime, ¿realmente pensaste que todo sería, como dicen, "soplar y hacer botella"?

—No, es que...

—¿Te olvidaste de lo que estás haciendo? No sé si lo recuerdas, ¡le estás jugando una pulseada a tu destino!

EL RELOJ DE LOS SUEÑOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora