2 - Lo que no tenía que suceder, sucedió

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Sé que este va a ser el capítulo más difícil de escribir. Sobre todo porque no soy un escritor profesional. Estoy haciendo esto, rayando mi viejo cuaderno, para que, si algún día llegó a olvidarme de lo que viví, sólo haga falta regresar a este amigo de papel y rememorar esa maravillosa travesía que como mencioné previamente, me ayudó a convertirme en una buena persona.

La discusión se desató porque mis padres llegaron antes del trabajo y me vieron entrar a casa completamente empapado y oliendo a cigarro. No sé qué salió mal. A mi padre jamás lo liberaban de la oficina antes de las seis y mamá nunca terminaba de hacer recetas médicas antes de las cinco y media. Sin embargo, el mundo entero se puso en mi contra y lo que no tenía que suceder, sucedió.

—¿Usted no estaba castigado, joven?—esas fueron las palabras exactas que usó papá al verme cruzar el living camino a las escaleras.

—Sí, yo estaba en...

—¡¿Dónde se supone que estabas?! —mi mamá era la más seria de la familia. Era ella la que imponía rigurosamente las reglas—¡Habíamos quedado en que no ibas a salir de tu cuarto hasta el final de las vacaciones!

—Lo sé. Es que sólo...

—¡¿Sabes por qué estamos aquí tan temprano?! ¿Ehh?—mi madre se acercó rápidamente hacia mí. - ¿Lo sabes?

—No.

—¡Tu hermana te estuvo esperando más de media hora en la casa de Mariana! ¡Sus padres me llamaron preocupados diciendo que nadie contestaba el teléfono! ¡¿Cómo te pudiste olvidar de Clara?!

Ahí estaba la cuestión. El mundo no se había puesto en mi contra sino que yo me había puesto en contra de él. Yo y mi idiotez. ¿Cómo me había olvidado de ir a buscar a mi hermana? Mi madre me había dado la orden estricta de hacerlo. Me lo había estado repitiendo toda la mañana.

—Perdón. No fue mi intención.

—¿Escuchaste Héctor? ¡No fue su intención!—los ojos de mamá emanaban fuego— ¡Te pedimos que estudies y no lo haces! Que te portes bien, ¡y tampoco! ¡No se te antoja, al menos, respetar mis órdenes!

Esas palabras hicieron que yo brotara en furia.

—¡Ya soy mayor de edad!—respondí soberbio—¡No estoy para que nadie me mande!

—¡Mientras estés acá seguirás bajo mis reglas! ¡No me importa la edad que tengas! ¡Tienes que hacer lo que se te dice y nada más!

—¡Ni siquiera ustedes saben lo que quieren! ¡Se supone que no puedo salir de casa pero si puedo ir a buscar a Clara! ¡¿Por qué carajo no contratan a alguien que la cuide?!

—¡No uses malas palabras para dirigirte a mí!

—¡Yo digo lo que quiera! —en un instante de rabia empujé con la mano una lámpara ubicada al costado del sillón grande. El objeto cayó y se reventó en mil pedazos al chocar contra el piso.

—¡¿Estás de vivo?! ¡¿Quieres ganarte un año de castigo?! ¿Eso quieres?

—¡¡Quiero que me dejen en paz!!

—¡En paz están los muertos!—suspiró—¡Hay tantas cosas que debes aprender! La vida no es tan fácil como parece.

—¡No me importa lo que la vida sea! ¡Sólo quiero ser libre y estar tranquilo!—pausé. Giré la mirada hacia fuera. Un rayo iluminó el cielo— ¡Y si hace falta estar muerto para estar en paz, pues entonces quiero morirme de una vez por todas!

Me di media vuelta y subí a mi habitación a los trotes. Mamá salió atrás mío, reprochándome. A esa altura de la discusión ya no la escuchaba. Estaba cegado por la ira. Abrí la puerta con brusquedad y tomé las llaves de mi moto. Me puse una campera por encima de la ropa mojada y salí. Mamá estaba esperándome cerca de las escaleras.

—Piensa bien lo que vas a hacer—me dijo casi susurrando cuando pasé por su lado. Y yo le contesté algo de lo que siempre me arrepentiré:

—Para mí no eres nada. Vete a la mierda.

Sin mirar a atrás, seguí velozmente hacia el garaje. Quería que todo se apagara, que la tierra se detuviera. Que los pájaros dejaran de cantar y que el sol nunca más volviera a aparecer detrás de las nubes.

Me subí al vehículo y arranqué. La lluvia caía sin piedad sobre mí y me dificultaba la visión. Aceleré con ganas. Todo a mi alrededor giraba vertiginosamente. Las casas, las luces y los árboles no eran más que manchas de colores sobrios que se interponían en mi camino.

Las ruedas de la moto patinaban de vez en cuando pero resistían la jugada. Al fin tenía algo a mi favor.

Sin darme cuenta comencé a llorar. Estaba angustiado. Las discusiones con mi madre no eran nada fáciles pero nunca había llegado al extremo de irme desesperadamente de mi casa. ¿Ahora que iba a hacer? ¿Tenía que regresar a pedirle perdón? La culpa la tenía yo, de eso no cabían dudas...

Lo que sigue es muy confuso de recordar. Estaba por doblar una esquina, cuando algo, no sé si auto o camión, se me interpuso enfrente y mi moto chocó violentamente contra la puerta de los asientos traseros. De inmediato salí despedido por los aires.

Sentía cómo todo se movía con rapidez sobrenatural. La respiración se me cortaba y mi corazón latía alocadamente... Iba a morir.

Lo último que pensé fue ojalá hubiera traído casco y al instante siguiente tenía el suelo a veinte centímetros de mi cara. A continuación, todo se apagó.


◘◘◘

EL RELOJ DE LOS SUEÑOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora