10- Sin sentido

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Principio. Final.

Vida. Muerte.

Dos opciones, dos conclusiones. Todo estaba a horas de ser resuelto y yo parecía estar encerrado en una encrucijada sin salida aparente. ¿Por qué? A lo mejor Emiliano ya había ganado. ¿Para qué seguir avanzando?

Apenas Nahuel entró al aula, todo el colegio empezó a girar a una velocidad increíble y sobrehumana. Las paredes empezaron a resquebrajarse y partirse en pedazos; y los fragmentos de ladrillos rotos, chapas, los restos de baldosas y los demás escombros, emprendieron vuelo alrededor de mí, virando vertiginosamente.

Cerré los párpados para aislarme de la catastrófica escena que estaba presenciando y cuando todo pareció calmarse, los abrí.

La imagen de Nahuel abrazando a un perro de color negro, provocaron que instantáneamente la amargura se encendiera dentro de mí. Había arribado al día que tanto me había costado olvidar. Había desembarcado en lo más profundo de mi memoria, en lo más doloroso y cruel que había vivido... que había sobrevivido.

Días. Semanas. Meses. Años. Tanto para nada. Sin quererlo, y a la vez queriéndolo, estaba parado frente a un Nahuel de unos catorce años, quien sentado en el piso de su cuarto, sin imaginar lo que le esperaba, acariciaba a Nano, el regalo que Emiliano le había hecho en su cumpleaños número diez.

Nano era mi aliado. Un aliado en mi vida. Un guardián silencioso, un amigo que nunca me fallaba y estaba ahí para consolarme. Solamente con su mirada lograba que cambiara mi estado de ánimo. Nunca me dejaba solo. Todas las tardes pasaba al menos una hora acariciándolo, hablándole, contándole mis cosas. Las cosas que un adolescente normal dialoga con sus padres, yo las conversaba con él. Quizás piensen que estaba loco, pero es la verdad.

Afuera lloviznaba, estaba ventoso y hacía frío. Por esa razón, esa tarde había decidido quedarme en casa, tranquilo y sin preocuparme por nada. Mis padres estaban trabajando y Agustín, mi hermano mayor, se había ido la noche anterior y no había regresado.

No sé cómo hacerlo. A pesar de que sólo tengo que escribirlo, me lastima mucho. Lo postergué tanto como me fue posible, pero al final llegó. Tengo que reventar con ese miedo que hasta hoy me carcome. Si me trancó o si no me expreso cómo es debido, perdónenme y entiéndanme. Relatar la muerte de mi hermano me destruye, pero debo hacerlo. Por mi bien.

—¿Tienes hambre?—Nahuel besó con ternura la nunca del animal.

Se incorporó con algo de dificultad, se desperezó con ganas y sonrió. Se acercó a su armario y sacó de allí una frazada marrón.

—No se lo digas a mamá—exclamó suavemente. A continuación lo tapó con ella.

El perro levantó la mirada, lo miró unos segundos y volvió a recostarse.

—Te quiero...—murmuró Nahuel. Permaneció un rato con el pensamiento perdido, hasta que reaccionó y abandonó la habitación.

Salí detrás de él. El silencio que se extendía por toda la casa era muy desagradable. La tranquilidad que bailaba en el aire anunciaba subliminalmente lo que acontecería pronto. En ese entonces no podía percibirlo, pero ahora que estaba del otro lado, viéndolo como un espectador en primera fila, era capaz de sentirlo.

Me desplacé hasta la planta baja para encontrarme con Nahuel. Agustín iba a llegar en minutos y tenía que estar cerca de ellos.

Mi yo de esa época estaba en la cocina, preparándose la merienda. Tenía el grabador encendido y cantaba al ritmo de la música. Estaba contento.

EL RELOJ DE LOS SUEÑOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora