11- Principio o final

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¿Por qué?

Me hallaba tendido sobre el cuerpo de Agustín. No podía creerlo, era incapaz de reaccionar. Estaba allí, vivo, reviviendo lo que tanto me había costado olvidar y me sentía confundido, dolido, culpable... sin ganas de seguir. Deseaba morirme y ser justo conmigo. Ser justo con él y con el destino.

Había transcurrido casi la mitad del tiempo que poseía para cambiar el recuerdo y ni siquiera sabía lo que tenía que hacer. ¡Estaba hundido! La ignorancia y la tristeza me habían vencido.

—Perdón hermano—exclamé en alto. Estaba llorando—. Perdón por todo. No quise hacerlo, no... Fui cruel y me siento una basura por ello. Te amo más que a nadie y te juro que no hay día en el que me levante y no piense en ti—suspiré. Tenía la garganta húmeda y un nudo fuertemente atado en el estómago—. Lo que te dije no es verdad. No te odio. ¿Cómo pude decir eso? Te adoro Agustín y te extraño muchísimo.

Me agaché para abrazarlo. Quería sentir el calor de su cuerpo por última vez antes de irme. Apoyé mi cabeza sobre su pecho: su corazón no latía. Lloré. Lloré como nunca antes lo había hecho. Lloré con rabia, con furia.

Y entonces sucedió. Al principio me pareció una ilusión, pero de inmediato lo comprendí.

—Te perdono.

Las palabras resonaron dentro de mí, en mi mente. ¡Claro! Esa era la misión: el perdón. El rencor es un sentimiento potente, capaz de llevarnos a lugares insospechados para hacernos cometer acciones inhumanas. Hay que aprender a pedir perdón y redimirnos. Es la única manera de sentirnos bien con nosotros mismos y con los demás. Es la única manera de salvarnos.

Levanté la mirada. En la planta alta, en el mismo lugar donde segundos atrás Agustín y yo habíamos estado discutiendo, se hallaban ahora dos figuras translucidas que se abrazan con ternura. Estaba hecho. Había logrado arrepentirme de corazón y había vuelto a sentir el dolor en carne propia.

Sonreí y acto seguido mi alma comenzó a liberarse de Nahuel. Jamás lo había sentido tan real. Era una sensación impresionante, inexplicable: no existen adjetivos en el mundo para describir semejante momento. Sencillamente no los hay.

INMORTAL.

Esa era la palabra. El Reloj de los Sueños resplandecía de un color azul tan intenso como el cielo. Oficialmente el final estaba cerca. Volví a sonreír. La arena dentro del reloj se deslizaba lentamente de un lado al otro. Eso era una buena señal.

—¡Ganaste!—gritó de pronto una voz seca y gruesa, desde lejos.

Simultáneamente, el silencio de la habitación se vio brutalmente interrumpido por un estrepitoso ruido proveniente detrás de mí. Los vidrios de las ventanas que estaban prolijamente ubicadas a cada lado de la puerta, estallaron. Los cristales cayeron con violencia. El suelo del living quedó totalmente tapizado de escombros y elementos cortantes.

El cuerpo de mi hermano desapareció entre los pedazos de vidrio.

—¿Gané?—inquirí confundido—¿Se terminó?

Todo sucedió muy rápido, demasiado. De un instante a otro, pasé de estar lamentando la muerte de Agustín a estar parado en el centro de una habitación completamente destrozada, presenciando una confusa escena que me devolvía un espejo que colgaba detrás de un sillón y que ocupaba casi un tercio de la pared.

Me acerqué lentamente, con curiosidad. Alguien del otro lado del reflejo estaba hablando y estaba diciendo algo sumamente importante. ¿Era el fin? ¿Realmente había ganado?

Apenas apoyé la palma de la mano sobre el espejo, el objeto comenzó a agrandarse de forma inimaginable. Se extendió hacia todos lados: el techo, el piso, las paredes; los reflejos se deslizaron a toda velocidad alrededor de mí, adueñándose de cada centímetro.

EL RELOJ DE LOS SUEÑOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora