Asfixia

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Subimos a casa riendo, bromeando, abrazándonos.

Me senté en tu cama, habías bebido y se te notaba, estabas mucho más contento y parecía que no le temieses a nada. Me miraste con los ojos inyectados en deseo y, por un momento, sentí como un escalofrío trepaba por mi columna.

Posaste una mano sobre mi rodilla subiéndome un poco la falda, me quedé sin respiración al instante. Te acercaste a mi boca, sonriendo de oreja a oreja y me besaste muy apasionadamente.

Los nervios se apoderaron de mí. Tus manos, borrachas, intentaron jugar con mi cuerpo sin que me diese tiempo a detenerlas, estaba perdiendo el control de la situación.

Me besaste el cuello mientras desabrochabas mi camisa y sentí asco, me entraron arcadas al tiempo que intentaba, sin éxito, apartarte de mi lado.

Me resistí con todas mis fuerzas, pataleé, grité, me retorcí.

Nada.

Cada vez reías más fuerte, tu risa retumbaba en mis oídos dejándome sorda, impidiéndome pensar.

De repente, dos manos asieron mi cuello. Abrí mucho los ojos a la vez que me esforzaba por hacer llegar algo de oxígeno a mis pulmones. Notaba las lágrimas brotar, incansables, inundándolo todo. Cada vez me costaba más respirar.

- ¿Por qué lloras? Es solo un juego.

Tus palabras me abofetearon. Conseguí inhalar la última pizca de oxígeno y tu risa, alcoholizada, fue lo último que escuché ese sábado por la noche, contigo, en una habitación cualquiera.

EFÍMERODonde viven las historias. Descúbrelo ahora