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— ¡Mycroft! —Sherlock Holmes corría desesperado por toda la casa en busca de su hermano mayor; no encontraba las llaves de su auto y quería que Mycroft lo llevara a su preparatoria.
— Se fue hace cinco minutos, cariño. —Le dijo su madre desde la cocina al escuchar los pasaos acelerados y los fuertes gritos que el joven propinaba con desespero.— Toma un taxi.
— ¡Pero no quiero tomar un taxi! —gritó Sherlock apareciéndose a un lado de su madre mientras se revolvía su despeinado cabello con su mano derecha.
— No me levantes la voz, jovencito —replicó su madre mientras partía en pequeños trozos una zanahoria—; si no quieres tomar un taxi entonces vete caminando, que mucha falta te hace el ejercicio.
Sherlock rodó los ojos.— Lo que sea —dijo—. Ni siquiera quería ir en el mismo auto que Mycroft.
Sherlock tomó su mochila después de escuchar las palabras de "hasta luego" de su madre. Salió rápidamente de su casa y caminó pocas cuadras hasta llegar a la avenida. Vio algunos taxis acercándose cada vez más a su lugar. Alzo la mano un par de veces pero fue ignorado por los conductores en todas la ocasiones.
Suspiró pesadamente.— Fascinante —dijo con ironía mientras reafirmaba el asa de su mochila en su hombro.
Dio un vistazo a su caro reloj y notó que faltaba poco para que las clases empezaran. Y él definitivamente no quería llegar tarde. ¡Mary estaría enfadada si no la acompañaba a pedirle esa tonta cita a ese tal jugador de fútbol!
Volvió a levantar la mano a un taxi, que también pasó de largo. No se dio el tiempo de volver a su posición original cuando un autobús paró justo frente a él.
Sherlock bajó la mano y se quedó quieto. ¿Debería de subir? Ni siquiera había tenido la intención de llamar al autobús en primer lugar.
— Oye, chico, ¿vas a subir? —le preguntó el chofer impaciente luego de algunos segundos.
—Oh, —pensó por unos instantes. ¿Qué tan malo podía ser viajar en autobús? — sí. Lo siento —se excusó por tardar tanto.
El autobús estaba vacío. Casi vacío. Un poco vacío. Quedaban algunos pocos asientos vacíos. Estaba a punto de sentarse en una silla junto a la ventana cuando una mujer mayor se apresuró para ganarle el asiento.
Sherlock solo le sonrió forzadamente.
Se dirigió a la parte trasera del autobús cuando este frenó espontáneamente. Sherlock logró sujetarse de uno de los tubos antes de caer disparado hasta el otro extremo del autobús.
Pudo escuchar una leve risa a su lado. Frunció el entrecejo y giró su mirada hacia el asiento que estaba más cerca.
— ¿Te estás burlando de mi, acaso? —preguntó indignado a la persona que estaba sentada. Era un chico rubio, cada vez que soltaba otra risa se formaban pequeños hoyuelos en sus mejillas.
— Si, un poco —admitió—. Te puedes sentar aquí, si quieres —le ofreció su asiento.
Sherlock vaciló.
— No necesito una obra de caridad —le respondió seco. Justo cuando acabo de hablar el autobús volvió a frenar abruptamente, tanto, que la mochila de Sherlock resbaló de su hombro para ir a parar a las piernas del rubio.
— ¿Decías? —se burló mientras se levantaba de su asiento.
Sherlock se sonrojó ligeramente y aceptó el lugar con algo de vergüenza. El asiento a su lado, que estaba pegado a la ventana era ocupado por un hombre de unos 50 años; no podría decir bien si estaba muerto o solo estaba tomando una siesta. Sherlock se estremeció ante sus pensamientos.
Seis paradas después, el chico rubio bajó del autobús. Sherlock se quedó pensativo. Su cara le era un tanto familiar. No se dio cuenta de que ya llevaba más de una hora dentro del autobús.
Cuando miro su reloj, se levantó abruptamente. Casi corrió hasta donde estaba el conductor. Había pasado tanto tiempo que dentro del autobús solo quedaban cinco personas.
Se sujeto fuertemente del asiento del conductor.— Disculpe —habló—, ¿me podría decir en dónde estoy?
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