Día 1.

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1 de Septiembre.

   La brisa de primavera se sentía fría para aquél principio de mes. Aún en los nostálgicos días de invierno estos se sentían calurosos, logrando un ambiente de combinada perfección con el viento helado que se levantaba por esas horas de la tarde de un día jueves primero de septiembre.

   El cabello rubio se le agitaba con gracia, en especial por aquél mechón que le distinguía de entre las personas. Tomó los bordes de su abrigo para juntarlo culpa de la corriente de aire que se había levantado antes de que lograse entrar a ese transitado lugar de la región en la que vivía hace algunos años.

   Martín Hernández se apresuró en poder pasar por esas puertas de las cuales salían y entraban personas a cada segundo, suspirando con satisfacción al encontrarse dentro del mall de aquella ciudad.

   Observó la hora en su reloj, riendo al ver que no era tan tarde como el creía. Al tener su día agitado, tomar ese descanso cada vez que salía del trabajo le alegraba.

   Miró a su alrededor, el lugar repleto de alfas con sus omegas de paseo. Betas con betas, betas con omegas, alfas con alfas, así era la sociedad hoy en día. Él no tenia oposición en ello, se le hacia agradable poder observar como el mundo estaba más abierto a nuevas perspectivas sobre el amor, aún con lo marcado que estaba lo carnal en lo que trataba de emparejar personas.

   Caminó hasta el fondo de aquél primer pasillo marcado que se veía dentro del mall, bajando unos pequeños escalones hasta llegar rápidamente a la librería que prometía tener lo que buscaba.

   Hace una semana había recorrido todo el centro de la ciudad puerto en busca de un libro que, le repetían, era muy antiguo para ser vendido en librerías modernas. Perdiendo muchas horas de su vida (y también dinero, le era imposible el pasar a una librería y no comprar un libro. Su pequeño placer culposo.)

   A paso calmado entró al local, repleto de todo tipo de libros y algunas cosas más relacionados con los mismos. Respiró hondo, sintiéndose satisfecho al encontrarse como en su hogar.

   El lugar era amplio, cálido. Con muchas personas que ojeaban libros para decidirse si llevarlos o no (o muchos otros solo con la tristeza de mirar y no poder comprar).

   En la caja se encontró con una abuelita canosa, que intentaba leer el precio de un calendario de El Principito.

—Perdone —le llamó con la sonrisa más humilde que podía hacer, con la esperanza de encontrar lo que llevaba buscando hace ya tiempo.

   La señora dejó de pelear con su anteojos y miro al argentino con cara de pocos amigos.

—Digame —respondió con un tono agudo. Mirándole con desconfianza que fue asimilada por una clara razón al golpear con su perfume repelente natural a Martín.

   Martín sabía que aun existían muchos omegas en el mundo que poco y nada confiaban aún en los alfas, porque todo lo bueno que tenían esos tiempos en la sociedad fue antes marcado por horribles conflictos bélicas entre alfas y omegas.

—Mire, vengo en busca de un libro un tanto antiguo —dijo sujetando bien su bolso. La señora le miro mal, con una cara de "me estai' weviando", logrando hacer sentir incomodo a Martín.

—Bueno joven... ¿Y cuál sería? —Y la señora comenzó nuevamente a intentar ver el precio.

   Martín le miró frustrado, aunque dudaba que la señora pudiese ver su expresión.

Flores en el ático, de V. C. Andrews —respondió lentamente, temiendo por la respuesta que la mujer le pudiese dar.

   La mujer dejó de mirar el calendario y dirigió su vista al techo, como si estuviese pensando profundamente en algo.

— ¡José! —exclamó con su tono chillón provocando que el argentino pegase un brinco del susto. Varias personas se le quedaron viendo ante su acción, Martín solo se arreglo el abrigo con la dignidad de un alfa aunque tuviese las mejillas sonrojadas por la vergüenza.

   Observó a la señora que esperaba paciente con la vista puesta al fondo del lugar, donde se encontraba una gran escalera de madera.

—Eh... ¿Sabe?, sino lo tiene no le hago problema y busco en ot-

—No joven, espere, si ya viene este cauro lentejo. Porque él es quien sabe más sobre ese tipo de libros —comentó la señora en un tono más amable, logrando por un momento agradarle al argentino.

   Martín le sonrió a la mujer, volviendo su vista al fondo de la escalera cuando escuchó un fuerte estruendo y un grito.

   Sintió un olor a canela y dulce de leche que lo prendó en segundos.

—Este niño no es más pailon porque no nació antes —gruño la mujer canosa, ajustándose nuevamente las gafas —. Puedes ir con él, te va a guiar al lugar dónde se encuentran esos libros —comentó tomando una calculadora. Martín asintió dispuesto en ir a ayudar al chico que se encontraba recogiendo una gran cantidad de libros —. Y ten cuidado con él, es un omega. No quiero que lo trates mal ¿me escuchaste bien? —le advirtió.

   En ese momento a Martín no le quedo duda que aquella mujer era de las que aún seguían resentidas con los alfas en la actualidad.

   Rápidamente se acercó al chico castaño que hacia una montaña de libros infantiles, mientras lanzaba una seguidilla de malas palabras en contra del universo.

   Tomó un librito que tenia en la portada un tigre, mientras que sentía el olor liviano del omega que tenía en frente.

—José ¿no? —preguntó haciendo otra montañita de libritos infantiles al lado de la del omega, con claras intenciones de querer llamar su atención.

   El castaño dejó de maldecir, sintiendo la presencia del alfa más fuerte que de lo que llevaba percibiendola desde que le vio entrar en la librería, sintiéndose nervioso en segundos.

—Eh, no... Bueno sí, pero no —respondió mirándole de reojo para acomodar los libros.

—Che ¿y cómo es eso? —rió el argentino ayudando al chileno a levantarse del suelo, compuesto de largos tablones de madera.

   El castaño se aferró de la mano del alfa, sintiéndose pequeño ante la fuerte presencia del rubio.

—Solo dime Manuel, no me gusta que me digan José —respondió mirando directamente los orbes esmeraldas del rubio, con cierta verguenza, pero sin desfruncir el ceño (que no era adrede la expresión, le salia natural a esas alturas). Solto la mano del argentino cuando sintió que habían estado así más de lo que deberían, para disponerse el tomar las montañitas de libros.

—Un gusto Manuel, yo soy Martín —se presento el argentino, tomando primero que en chileno la montaña más alta de libros —. Te ayudo —dijo con una sonrisa, que intentaba ser vistosa.

   Y es que ni para la mujer de la caja había pasado desapercibido que aquel alfa se sintio atraído a primera vista por el omega castaño que trabaja en el lugar. Cualquier persona hasta con un olfato defectuoso se hubiese podido percatar de ello.

   «Jóvenes» pensó para sus adentros la mujer de avanzada edad, logrando finalmente etiquetar aquél calendario dorado.

N/A:

Cauro: mejor conocido como "cabro", es un apelativo que suele darse a los niños (suelen ser siempre personas mayores quienes los dicen), cauro es como se dice más al sur de Chile (suelen decirlo las abuelitas a jóvenes mayores de 20 o que parecen aún entrar en la categoría de los 20-29).
Pailon: Una persona con comportamientos de niño cuando ya es pasado de la pubertad, se usa tipo "no podi' ser más pailon porque no naciste antes" en referencia a que ya esta grandesito para sus actitudes(?).
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(Resubido de una ex-cuenta, año 2016).

Comienzo explicando que este mundo omegaverse es una sociedad "casi" igualitaria, y en casi porque o sea, es omegaverse, nunca sera 100% igualitaria(?)

MissGlass.

30 días de ti || ArgChiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora