Día 7.

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7 de Septiembre

   Esa madrugada de un miércoles 7 de septiembre no resulto ser la mejor forma de desvelarse, pensaba Martín, el cual maldecía todo lo que recordaba en ese instante.

   El rubio se sentía enfermo (porque lo estaba), asqueado de todo. Sentía su garganta horriblemente rasposa, odiando de forma poco normal lo que eran aquellas gripes.

—Pucha... —murmuró Manuel, tomando de forma calmada el termómetro que marcaba más de lo que debía, sacándole un suspiro de resignación —. Treinta y nueve, Tincho —le dijo al rubio que con ojos entrecerrados asintió desganado.

   Ambos chicos el día anterior habían estado en el apartamento del alfa, como descanso de la infernal búsqueda de aquél libro que tanto deseaba Martín. Y dentro del hogar del rubio hablaron de muchas cosas; gustos literarios, musicales, sus ideas y opiniones de la sociedad actual (¿Qué? Ambos chicos hablaban con gran interés de temas poco llamativos para otros) y de la igualdad entre alfas, betas y omegas.

   Y sí, estuvieron así toda la tarde del día anterior, entre risas y golosinas, entre libros y canciones, hasta que el rubio comenzó a sentirse mal, logrando preocupar en gran manera al chileno, pues Martín casi se desmaya en medio del living.

   Manuel supo inmediatamente que no era tema del celo del alfa, no había aroma ni se estaba volviendo dominante el argentino, solo tenia el rostro rojo, lo que significaba que seguramente (más que seguro por Dios) el alfa tenía fiebre.

   El chileno no esperó nada con poner toda su fuerza en levantar al argentino del suelo y con un poco de ayuda del rubio lograr llevarlo al hospital en el que este trabaja.

   Término con una licencia de una semana el pobre argentino que gruñía cada vez que escuchaba por parte del chileno que debía tomar pastillas de ahora en adelante para quitarse aquella gripe.

   Dos de la mañana de ese miércoles 7 de septiembre, Manuel seguía pendiente de que al rubio le bajase la fiebre. Aún con lo cansado que se encontraba no quería que despertase peor el alfa.

   Cabeceaba tranquilo ya por las dos y media de la mañana, creyendo que era hora de pegar una pestañeadita, pequeñita (aunque debería dormir de verdad era muy terco para dejar al rubio solo), así que medio consciente se levanto de la silla en la que se encontraba frente al argentino.

—Che, Manuel —escuchó el murmullo de Martín. Se dio vuelta para verle con un sonrojo menos notorio y con el paño húmedo que le había puesto en la frente en su mano —. Veni, dormi conmigo, tengo frío —el argentino tenia los ojos entrecerrados, con el brazo estirado intentando alcanzar al chileno que se encontraba casi al borde de salir de la habitación.

   Manuel se sonrojo, al punto de decirle una seguidilla de insultos y mandarlo a la punta del cerro, pero se contuvo al ver como el rubio cerraba sus ojos y formaba una sonrisa, aún sin bajar su brazo.

   El castaño cerro los ojos y fruncio el ceño, haciendo una mueca de vergüenza con sus labios. Suspiro y dejando su difícil orgullo de lado aceptó la invitación del argentino.

   «Solo debo cuidarlo de cerca, nada ma'» se repetía al momento de acomodarse ya cubierto por las sábanas, dándole la espalda al rubio.

   Una, dos, y hasta tres veces pestañeo cuando ya sentía que sus ojos no se podían mantener abiertos. Se dio para finalmente poder dormir, sintiendo como los brazos de Martín le envolvían delicadamente.

   Aquélla fue una cálida noche de septiembre.

30 días de ti || ArgChiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora