Día 6.

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6 de Septiembre 

   Ambos se habían vuelto a encontrar en esa librería situada en la hermosa ciudad Jardín, un frío día soleado como lo era ese martes 6 de septiembre.

   Desde temprano habían acordado verse para buscar el deseado libro que anhelaba el rubio desde hace mucho, y por ello suprimió su deseo de gastar dinero en libros por montón, solo por esperar su tesoro literario.

—El sistema dice que hay una gran cantidad de copias de este libro —explicaba Manuel con un tono serio, haciendo notar su estado de concentración al ver los archivos de la librería en la que trabajaba (que era una de las más grandes de la región). Con su mano derecha manejaba el mouse del computador, y su mano izquierda se encontraba en su mentón denontando el interés por lo que estaba haciendo.

— ¿Pero dónde, Manu? Siento que voy a estar toda la vida buscando esos libros —soltó Martín, largando un gran suspiro en forma de cansancio acumulado durante esos días de dar tantas vueltas y, últimamente, de tener sus hormonas un poco más alteradas de lo normal.

   En aquella posición el argento afirmo su mentón sobre la cabeza del chileno que parecía no querer perder la concentración por nada del mundo, logrando despertar el lado molestoso de Martín.

   Inhaló de forma juguetona el aroma de Manuel, que le mantenía prendado desde el primer día que le vio, el perfume del chileno que le hacia volver cada día de septiembre en busca de lo que podría ser un libro descontinuado por aquella región, pero seguía insistiendo ahí, porque en aquél lugar se encontraba ese perseverante y dulce omega.

   El castaño que hace unos segundos se encontraba concentrado en la búsqueda de aquél libro se removió nervioso al sentir como el alfa olfateaba su cabello juguetonamente (hasta podía asegurar que el argentino estaba sonriendo), pero que sorpresivamente para el chileno aquellos mimos pasaron a ser de una forma más lenta, pausada, logrando sentir la respiración del rubio de forma más patente.

—Che, Manu... —murmuró el rubio pausadamente, notandose cansado. Se acercó más al chileno, para así sujetarle por la cintura con sus dedos fríos por las heladas que se presentaban en esa época del año.

   Manuel trago en seco, dejando quieta su mano con la cual sostenía el mouse, logrando sonrojarse notoriamente. Agradecía mucho estar de espalda hacia el argentino.

— ¿Si...? —logró articular con tono nervioso el chileno, sintiendo la frialdad de los dedos del rubio.

—Yo... No-

— ¡José! —Martín no logró concretar sus palabras, pues la mujer que siempre se encontraba en la caja había subido en busca del castaño —. ¡A trabajar, muchacho! —Tanto Manuel como Martin ya se habian separado de forma abrupta —. Mirele que hasta abajo se siente lo acaramelado que están acá, por el amor a la Virgen santísima, no te prohíbo tener a un alfa metido en la bodega todos estos días solo porque te conozco José, pero necesito que te concentri' en el trabajo po'.

   Ambos hombres escucharon la reprimenda que les dio la señora Inés, haciendo volver al chileno al trabajo y al argentino lo mando a dar una vuelta por el mall para darle espacio a su empleado.

   Martín gruño mientras se comía un helado de piña, y esperaba en la fila para pode retirar su pizza ya comprada.

   Dio vueltas repetidas veces por aquel gran edificio, llegando también a cruzar hasta la otra estructura con la cual se encontraba conectada por una pasarela. En el otro "mall" compró más comida, y un libro(no lo resistió, le llamaba) y le mandó un mensaje al chileno desde su nuevo celular, pues le esperaría hasta que saliera.

   Manuel reviso su celular alejado de la mujer de la caja, que estaba atendiendo a quienes llevaban libros o alguna cosa relacionada con estos. Pues no quería volver a ser castigado con enciclopedias que podía llevar otra persona.

   El tiempo se le paso rápido al atender a los clientes que buscaban cierto libro o querían recomendaciones de estos.

   Manuel se cambio su uniforme después de que su colega llegase para reemplazarle, saliendo rápidamente para encontrar al rubio afirmado en la pared izquierda fuera del local, tomando un batido de dudoso sabor.

   Martín le miro y le sonrió, Manuel le devolvió la sonrisa.

— ¿Vamos a mi departamento? Compre pizza y caramelos —comentó el rubio agitando una bolsa de plástico blanca, en la cual igualmente cargaba otra bolsa con una caja de pizza dentro.

—Eh... —Manuel titubeó, desviando la mirada inseguro, procesando rápidamente la idea de ir a la casa de un alfa a esa hora de la tarde.

   Pero... Era Martín.

—Bueno po' —respondió finalmente, tomando una de las bolsas que cargaba el argentino. Manuel le dedico una sonrisa para que ambos comenzaran a caminar tranquilo fuera del centro comercial esa fría tarde de septiembre.

30 días de ti || ArgChiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora