Día 10.

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10 de septiembre.

   Martín le dio un sorbo a su infusión mate que tomaba ese sábado por la mañana.

   Sus ojos verdes se encontraban fijos en el cielo gris que cubría su apartamento aquél día. En su balcón se podía sentir claramente la diferencia de temperatura entre los anteriores días y este, que le daban una y mil razones para no salir de su cama, menos en su estado de salud.

   Pero el rubio se encontraba demasiado aburrido estando todo el día en cama. Ya se había duchado, cambiado sus sábanas, puesto a lavar ropa y hasta tomado la sopa que el chileno le dejó para el almuerzo.

   Otro sorbo más a su mate y lo acompañó de un alicaído suspiro.

   Se dio vuelta para entrar a su hogar, siendo golpeado por la calidad de este que le produjo un escalofrío agradable en el cuerpo.

   Dejó su mate sobre la mesa del comedor y fijo sus ojos en el gran reloj de pared que tenía forma de pajarera. Martín se dio cuenta que era hora de su medicamento, esa cosa del diablo que tanto odiaba.

   Y Martín sabía que debía tomárselo sin dar pelea, porque se lo prometió a Manuel antes de que este fuera a su casa por petición del rubio.

   El chileno había emprendido el viaje a su casa por la insistencia de Martin.

   El rubio no quería producirle más  problemas al omega reteniendole ahí en su fin de semana libre, más aún consciente por las palabras de Manuel al mencionar que no vivía cerca de donde se encontraba el departamento del argentino. Así que sintiéndose más culpable que otra cosa, Martín le insistió que pasara su fin de semana en su casa para poder descansar, lo último que quería era que el chileno se enfermase.

—Menuda mierda... —murmuró mirando de forma desafiante al medicamento que debía tomarse.

   No le dio muchas vueltas.

   Agarró un vaso de los que se encontraban limpios cerca del lavaplatos y lo lleno de agua. Saco del refrigerador uno de los dulces que le gustaban y que Manuel había comprado para él y lo dejó sobre un plato encima de la mesa (necesitaba pasar rápidamente esa asquerosa pastilla).

   Volvió a mirar el medicamento con odio. Y con toda su fuerza de voluntad se tomó el medicamento acompañado del vaso con agua que se término en menos de tres tragos.

   Rápidamente tomó el dulce que tenía encima de la mesa y le dio un mordisco.

   Con ese sistema si daba gusto tomarse el medicamento, pensaba Martín.

   El argentino suspiro después de haberse acabado el alfajor, tomándose a su vez la temperatura con el termómetro que mantenía a un lado. Si el chileno le veía en peor estado sabía que se enojaria, y un omega chileno enojado no era tan agradable como creía. Hasta se atrevería a decir que los omegas de aquel país eran mil veces más osados que otros omegas que había conocido, estos sin ningún problema eran capaz de golpear a un alfa si este les faltaba el respeto y aún así salir ilesos (o en la mayoría de casos).

   El termómetro le indicó su temperatura; 38°C.

   Guardo el termómetro y pensó que lo mejor sería el dormir un rato para que la pastilla le bajase un poco la temperatura.

   O ese era su plan hasta que escucho el timbre.

   Sin saber quien podría ser a esa hora recurrió al citófono.

— ¿Quién es y qué queres? —preguntó dándose cuenta hasta ese momento del tono rasposo de su voz.

—La verdulera —respondió en tono sarcástico su ya reconocido amigo Miguel —. Abre la puerta, te traje los libros que me prestaste hace... Ya no recuerdo, pero abre —término de decir y Martín lanzó un gruñido por el citófono que el peruano imitó en son de burla.

30 días de ti || ArgChiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora