Mercedes.

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Se paró en la esquina de la avenida y miró la hora. Le gustaban los días otoñales como aquel, aunque en ese momento se estuviese por tirar los pelos de la frustración. Todo se había empeñado en salirle mal, desde el momento en que sonó el despertador. Intenta contar hasta diez, veinte, treinta. Prende un cigarrillo y le pega una calada profunda. Comienza a caminar lentamente mirando los autos pasar, cuando de pronto su cuerpo se paraliza.

El verano se le había escapado de las manos, entre libros y juegos peligrosos. Había estado saliendo con un tipo mayor. A escondidas, ciertamente, ya que la joderian feo si se supiera y obviamente más a ella siendo mujer. Todo pasó lejos de la calles urbanas y de su eco. Se suponía que no se verían las caras otra vez. Pero ahí el estaba. Casi un metro ochenta y cinco, enfrascado en un elegante traje de dos piezas, con una fantástica -obviamente- mujer de la mano. Mercedes se dió cuenta de que estaba conteniendo el aire. Y sí. Él había notado su presencia.

Ambos se miraron por una décima de segundo, pero ni un momento más faltó para que se viniera a su mente la imagen de él balanceándose entre sus pálidos muslos de niña jóven, con el vestido floreado arriba y las ganas de comerse el mundo como si fuera un pastel de manjar.

Se volvieron a mirar. No se suponía que se iban a encontrar otra vez en una ciudad tan, malditamente, llena. Ni tampoco que él tuviera pareja, ni que a Mercedes le temblaran las piernas.

¿Se acordaría él en ese momento sobre aquel día en que...? ¿Lo haría? ¿Le llamaría?

El Paraíso de Las Vírgenes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora