Qué decepción

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Los recursos que tuve para lograr ser feliz
eran más bien un emporio de tristezas
y la inspiración para describirlas;
hoy en día es más atractiva
aquella que se tira al piso
que la que intenta escalar hasta la cima.

Criticar mi realidad
implica también que estoy consciente
del vacío que ha dejado
la falta de memoria de mi país
y la falta de experiencia en el ladrón constante
al que durante años he llamado "presidente".

Por suerte
existen los que lo echen a patadas,
pero hay resentidos que,
con tal de cambiar de dirección,
están dispuestos a echarse al barranco.

Cada día están asaltando un nuevo banco
y no me sorprende que otra vez anden matando:
si tu pueblo fue engañado
por su propia burocracia
no esperes que crean
en tu democracia.

Esto es sólo un ejemplo
de lo mal que ha aprendido
a pensar el ser humano
tanto,
que estoy rogando por tener a un idiota de candidato
y no a uno que piense en estrategias
para seguir robando.

No estoy de acuerdo
con la falta de filtros
y el exceso de información
que estamos dejando entrar
sin abrir los ojos,
el cerebro,
el corazón.

A lo mejor si se apreciara más a los maestros,
a los padres,
y se le diera importancia a la educación,
no estaríamos recurriendo a otra reflexión
que pueda aceptar nuestra visión del mundo
sin ser silenciados
o acusados de ignorantes
por ser "la nueva generación".

Pero seguimos condenando la igualdad,
popularizando el matriarcado
para matar el feminismo.
Y ahora tengo que creerle al conformismo
porque nadie en el poder está dispuesto
a admitir que política y engaño
no deberían ser lo mismo.

Hoy en día,
gobernar es ser millonario.
Pero aún recuerdo
cuando gobernar
era saber estar al mando.

El que no sabe controlarse,
sólo sabe alzar la voz,
y el que conoce la culpa
pende de un hilo con la traición.

Qué decepción.
Estaba viendo el debate presidencial y...
si le tenía miedo a la dictadura perfecta,
denle dos años
y la anarquía,
y el sufrimiento,
y la escasez
se van a volver tradición.

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