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— A ver hija de puta — se cruzó de brazos, Franco — Vas a comer o vas a comer. Tu viejo me mata si te ve más flaca que antes.

— No tengo ganas — suspiré.

— Tenés que comer Martina. — insistió.

— ¿Qué me das a cambio?

— Un chongo nuevo. — rodeé los ojos — ¿Un cuarto de helado? Del que vos quieras.


Franco se recostó junto a mí, en silencio ambos como si estuviéramos contemplando el sonido de la lluvia caer o la gran luz que iluminaba la ciudad. Ése era el único momento donde no nos encontrábamos hablando y hablando sin parar, la lluvia era nuestro "che, pará".

Ya no pensaba en quién gobernaba en mi conciencia, ya no pensaba en Ignacio. Sentía que jugaba a dos puntas, o una y media, como si una persona no valiera más que una noche y algo más. Hacia unos dos meses que había dejado de tener contacto con él, en todos los sentidos. Nos fuimos alejando tan de a poco que se volvió a la nada.

Ésos amigos que creía tener, ya no estaban. El quinto se deshizo poco a poco, o al menos los pibes de siempre se fueron cada uno por su camino. 

Damián. Damián. Damián. 

Si bien en un principio quise cortar todo con él en conjunto a las diferencias que teníamos o me las creaba con el fin de terminar con la culpa de sentir cosas con quién no debía. Pero Damián, otra vez estaba ahí. Pensar(nos) en esos días que todo era amor y estaba conmigo hasta en los días que ni yo quería ser yo, en esos días que todo se derrumbó pero sus brazos rondaban lo bueno y me hacían viajar al más allá, a la tranquilidad.


De cierta forma me hacía falta. 


Pero siempre, 

aprendemos de la peor forma

a querer a quiénes perdemos.




❝desaprender❞ ➳ Damian LafuenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora