P R Ó L O G O

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Una nube vaporosa se escapó de los labios del monje, llenado la habitación con el espeso humo del tabaco.

—¿Té? —ofreció el curtido general al otro lado del tablero de pai sho, encaminando ya su mano hacia la pequeña tetera sin esperar a la respuesta del contrario.

—¿De jazmín? —inquirió Gyatso, aceptando la pequeña taza de porcelana oscura que le era ofrecida, con un tono cómplice en la voz.

Iroh soltó una carcajada sonora que hizo temblar su amplia barriga.

—De jazmín —comprobó el general retirado, acariciando su larga barba nívea divida en tres puntas—. Es mi favorito. Un viejo hábito adquirido, el té de jazmín, quiero decir.

—Se bien de viejos hábitos —levantó la pipa de tabaco a la cual le había estado dando caladas, haciendo énfasis en ella para que su amigo la viera—. Tengo los míos después de todo.

La expresión en el rostro del hombre de ojos ambarinos se tornó preocupada de pronto.

—¿Como siguen tus dolores? —se animó a preguntar.

Gyatso prefirió no verlo a los ojos, mientras fijaba su vista de pupilas grises en el tablero que se extendía ante ellos; después de todo, era su turno de mover ficha.

—No podía decir que mejoran —tuvo que reconocer el monje de mayor edad, tomando una de las fichas blancas, con una media luna grabada en ella—. El tabaco ya no sirve, ahora solo ayuda un poco a llevar el dolor, y me he vuelto terriblemente dependiente en los últimos meses... son cosas de la vejez, supongo. No me preocupa demasiado.

Tras su respuesta, un silencio lúgubre lleno la habitación.

La falta de respuesta por parte de Iroh no se debía a la concentración del juego, aunque le gustaría que fuera así, sino a la tristeza y preocupación que las palabras de su amigo le habían traído.

—A todos nos llega el momento —dijo al final, tomando una de sus fichas negra, la de la flor de loto. Lo que Iroh dijo después, vino con un tono de anhelo y resignación—. A decir verdad, yo espero con ansias el momento para reunirme con mi Lu Ten.

La jugada había llegado al momento crítico y Gyatso la examinó. Ambos hombres nunca se habían podido superara en el pai sho y sus amistosas partidas siempre llegaban a callejones sin salida, dándoles un inconforme empate que molestaba a ambos.

Está vez el nómada pretendía alzarse victorioso.

—También ansío encontrarme con alguien —aseguró Gyatso, dejando que el humo del tabaco creará serpientes grises en el aire de la habitación—, solo que él aún se encuentra aquí.

Iroh sabía bien a quién se refería, a aquel niño que su amigo había criado bajo su tutela durante años y al cual había tenido que dejar cuando fue llamado al palacio de la Nación del Fuego para servir.

Le había hablado maravillas de aquel chiquillo y estaba emocionado por conocerlo.

Sabía que sería traído al palacio pronto y tomaría el lugar de su maestro.

—Tiene quince años ¿no es así?

—Si —reconoció Gyatso, con cierto tono de orgullo en la voz propio de un padre—, los cumplió el pasado otoño —al ver la expresión en el rostro de su amigo, algo lo hizo dudar—. Iroh, viejo chiflado, ¿en que estás pensando ahora?.

Iroh soltó otra carcajada al ser atrapado.

—En mi sobrino —admitió, mientras sonreía divertido—, tiene diecinueve años y es un cascarrabias —se estremeció al recordarlo—. Tal vez juntarse con chicos de su edad lo ayude a dejar de ser tan lúgubre y sombrío y has dicho que tu chico es tan alegre y carismático que he pensado por un momento...

Dejo las últimas palabras en el aire, haciendo una abierta invitación a cualquier interpretación.

Gyatso se lo pensó un momento, recordando a su pequeño discípulo, tan opuesto al sobrino de su amigo como podía serlo el día y la noche.

Pero estuvo seguro de algo sin la más mínima duda.

Si alguien podía cambiar el duro corazón del príncipe Zuko, ese sin duda era Aang.

Gyatso puso su ultima ficha en el tablero con un suspiro condenando así otro inaudito empate.

—Ese si que sería un juego interesante de ver, mi viejo amigo...

—Ese si que sería un juego interesante de ver, mi viejo amigo

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