El precio mayor

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Cuando se es joven, es fácil pensar que las cosas son sencillas.

Era difícil pensar que algo podía salir mal, que existía algo que no se podía derrotar. La juventud te dotaba de un increíble sentimiento de osadía. Aun a pesar del riesgo, la derrota no podía ser contemplada.

Esta era la forma en la que Zuko veía el mundo.

Tenía solo trece años, pero su posición como príncipe de la corona le otorgaba una gallardía impropia de su edad.

Las personas se doblegaban a su alrededor con tan solo una orden suya, así que le era fácil pensar que controlaba lo que ocurría en su entorno.

Cuando la espada cayó sobre su cuello, Zuko danzo con gracia hacia el lado contrario. El silbido del metal cortó el aire, pero el príncipe ya se encontraba lejos del peligro.

Con un completo control de sus extremidades, movió la espada en su mano como si se tratara de una extensión de su propio cuerpo.

El movimiento fue veloz, casi imperceptible, y lo que llegó a continuación fue el repiqueteo del arma contraria al caer al suelo.

Zuko sonrió ampliamente, orgulloso de sus propias habilidades. Se aproximó hacia la espada caída y la pateo a los pies de su rival.

Asumió nuevamente la postura de ataque. 

— Otra vez —ordenó el príncipe, ebrio por la victoria.

— Es suficiente —una voz mayor respondió—. Con eso concluye el entrenamiento del día de hoy, su majestad.

Se trataba de Piandao, su maestro particular de esgrima. Su amplia reputación lo colocaba como uno de los mejores entre las cuatro naciones. Su rostro estoico reflejaba años de entrenamiento y su mirada calmada, era propia de alguien que a enfrentado el peligro frente a frente.

Pese a esto, Zuko se negó de forma obstinada a obedecerlo.

— He dicho, otra vez —ordenó el chico.

Piandao recogió la espada del suelo y se la entregó al otro muchacho, solo uno par de años mayor que el propio príncipe. Era una señal para que se retirara del dojo.

— Y yo he dicho que es suficiente —repuso el maestro, sin verlo a la cara—. No sirve de nada fatigar en exceso el cuerpo. Podemos continuar mañana. Por hoy la práctica a terminado.

La respuesta no fue del agrado del más joven.

¿Cómo se atrevía a desafiarlo? No importaba que tan buen maestro se dijera ser, la única razón por la que se encontraba en el Palacio del Señor del Fuego es porque él lo había hecho venir.

Tal osadía, era una falta de respeto.

— Soy tu príncipe y te he dado una orden —siseo Zuko y a pesar de querer proyectar seguridad, su voz aún contenía el tono chillon propio de la niñez.

— Y yo soy tu maestro —repuso Piandao, con firmeza—. Parte de mis deberes es decirte cuando es suficiente —esta vez, lo vio a los ojos—. No se confunda, príncipe Zuko. No soy un mero sirviente al que puede dar órdenes. Cuando hablo, tengo por costumbre esperar que mis alumnos obedezcan sin desafiarme. Parece que esa es otra lección que debe aprender.

El hombre hizo una reverencia formal y abandonó el dojo, dejándolo a solas con su enfado.

Zuko estaba tan rabioso que azoto la espada contra el suelo. Sus dientes se apretaron tanto que amenazaban con romperse.

Algún día él se convertiría en el Señor del Fuego, ¿cómo es que sus órdenes era desafiadas de esa forma? Aun lo trataban como un niño idiota, a pesar de tener ya trece años.

Dragon heartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora