Capítulo 4

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Jackson.

Mi madre ya no está realmente viva. Es más como un fantasma andante, hablador, que se tropieza y se arrastra.

Sin embargo, no estoy enfadado.

Está sobria a veces; está loca todo el tiempo.

Las pastillas no ayudan.

Los médicos dicen que está mentalmente enferma, sufriendo de alucinaciones extremas y paranoia, y los trabajadores sociales dicen que debería ser admitida en un centro de atención mental. Me han dicho que sólo cuestión de tiempo antes de que el estado insista en llevársela.

Pero ella es el único padre que me queda, así que no estoy preparado para dejarla ir. En cambio la mantengo aquí y me aseguro de que tome sus pastillas.

Pero las pastillas no ayudan.

No es su culpa, sin embargo... La locura.. El alcohol. El hombre que es mi padre la golpeó brutalmente durante veintes años. Los repetidos golpes a su cabeza le dañaron el cerebro. Y ahora se auto medica.

Con licor.

El alcohol adormece el pasado. Y el presente. Lo entiendo. Lo odio, pero lo entiendo.

El hombre que es mi padre me golpeó muchísimo durante años también. Pero no pienso en aquellos años.

— ¿Puedes verlos, Jackson? ¡Hay diminutos bichos de cristal cavando mi piel con sus garras! ¡Sácales! ¡Ayuda! ¡Me están comiendo!

Mi madre está lo suficiente loca sin el alcohol. Con la borrachera, sin embargo ella es como la gasolina y fuego. Miro la botella vacía del whisky en el fregadero y me pregunto dónde la consiguió. Probablemente la compró en uno de sus días buenos y la escondió en la casa.

Suspiro e intento tranquilizarla.

— Mamá, no hay bichos. Estás bien. —Digo esto con sensibilidad. No le hablo mal o la menosprecio, nunca. El hombre que es mi padre hizo suficiente de eso.

— ¡Pero Jackson! ¡Los veo! ¿No puedes verlos? ¡Son negros con ojos verdes! —Se está rascando la piel desesperadamente ahora.

Suspiro y trato se tomar su cuerpo ebrio en mis brazos. Si puedo llevarla hasta el sofá y poner algún programa de entrevistas cualquiera, se calmará.

— ¡No me toques! ¡Te van a atrapar!

Permanezco muy tranquilo y me meto al juego.

— Está bien. Te prometo que no te tocaré. ¿Qué puedo hacer para ayudar? ¿Algo de insecticida, tal vez?

Quiero gritar.

Sus ojos se iluminan y mi pecho duele.

— ¡Sí! Oh, Jackson, eres asombroso. Insecticida, sí.

— De acuerdo, quédate aquí mismo, iré a buscar alguno.

Camino por el pasillo hasta el armario donde solemos guardar los productos de limpieza, productos químicos, blanqueador y bueno, insecticida.

Hace unos pocos años fui inteligente y reemplacé todos los contenidos de la cada botella con agua corriente.

Hice esto después de que mi madre casi muere de intoxicación por sustancias químicas, porque se bebió una botella de limpiador de cocinas para ¨ayudar con la digestión de los gnomos¨.

Tuve tanto miedo de que muriera. Después de que llegamos a casa del hospital, vomité en el patio trasero y fui dentro de la casa para cambiar todos los productos de limpieza. Las cosas reales están en mi habitación, encerradas en un archivador.

Agarro el falso insecticida y vuelvo a la cocina. Mi madre tiene un cuchillo en la mano, intentando raspar los bichos invisibles de sus brazos.

— ¡Mamá! ¡No lo hagas! —Enloquezco, por supuesto. Me mira y trato de recomponerme.— A los, uh, bichos le gusta el acero, mamá. Tienes que usar insecticida. —Levanto la botella de spray rellena de agua y rezo porque me crea.

Asiento.

— ¡Oh, tienes tanta razón! ¡Gracias! —Baja el cuchillo y exhalo.

—De acuerdo, mamá. Quédate quieta.

Se congela y la rocío con una niebla de agua, deshaciéndome de los inexistente bichos. Cierra los ojos y se cubre la nariz y la boca.

Ahora estoy ganando su juego, pero me siento derrotado.

Ahora está húmeda y sonriéndome como un niño pequeño en Disneyland.

— ¡Gracias cariño! ¡Eres el mejor hijo que una madre podría esperar!

Me siento como una mierda.

Sonrío y la conduzco hasta la sala de estar. Un programa de entrevista está ya pasando en la televisión así que la siento en el sofá y prometo traerle algo de comida. El sofá es naranja y marrón, desgarrado en casi todas las costuras, y huele como a polvos de bebé.

Cuando tenía cuatro años vertí una botella entera de polvos de bebé en el sofá porque parecía como nieve y nubes. Mi pobre madre intentó fregar el polvo durante días sin éxito.

Así que el sofá huele como yo... Cuando tenía cuatro años. Y por cualquiera que sea la razón, eso me pone triste.

Miro a mi madre, con su enmarañado pelo oscuro y los ojos nublados, y trato de ver a la mujer que solía ser. La miro de cerca, como si en cualquier momento mágicamente fuera a despertar de esta pesadilla de enfermedad y volver a la figura de madre normal que era cuando yo era joven.

Sin embargo, nada cambia. Está absorta en su programa de entrevista y ajena a mi presencia.

Suspiro y vuelvo a la cocina donde me apoyó contra el mostrador manchado y roto. Por un momento cierro los ojos, escuchando al público abucheando desde el programa de entrevista en la otra habitación. Mi madre empieza a abuchear junto con ellos por el entusiasmo. Abro los ojos y miro al suelo de la cocina.

Hubo un tiempo, en que ella solía leerme libros y me ataba los zapatos y jugaba al monolopy conmigo. Había una vez una hermosa mujer con una mente sana y un contacto afectuoso.

Esa mujer ha desaparecido.

Viviendo en su cuerpo está un almo torturada que se ha roto. Odio al monstruo que la rompió.

Miro hacia abajo a la desagradable cicatriz que se extiende desde la parte atrás de mi cuello hasta mi codo.

El monstruo me rompió también, pero yo sané. En su mayoría.

Miro hacia fuera de la ventana y veo a Mark sentado en su mesa con los niños. La mesa se tambalea cuando pone algo delante de Grace y asiente. Hay un plato con alguna fruta marrón en la mesa.

Mi pecho duele de nuevo.

Tammy derrama su taza y el agua cae por todas partes. Mark sale disparado y comienza a agarrar las tareas y papeles de la mesa mientras los chicos ríen. Mark tira los papeles en el mostrador y agarra una toalla.

Tammy está llorando mientras Mark absorbe la inundación que se encuentra ahora en la mesa y el suelo mientras Grace y Joey atraviesen el charco y se deslizan por las baldosas como si fueran un slip-n-slide. Mark toma a Tammy en brazos y la calma con palabras. La niña pequeña para de llorar y le sonríe a su hermano mayor. Finalmente, Tammy brinca fuerza de su regazo y se escabulle lejos.

Mark señala a los chicos y los regaña, balanceado su dedo hacia la otra habitación. Los chicos siguen sus órdenes y se van cabizbajos, pero aún están sonriendo.

Solo en la cocina, Mark se arrodilla y comienza a limpiar el suelo.

Lo miro en silencio con admiración.

Suspiro y miro el reloj. Sólo unas pocas horas más.

—¡Jackson, hijo! ¡Ven aquí! ¡Creo que hay caimán delante de la televisión! —La voz de mi madre está llena de verdadero pánico.

Estiro el cuello y empiezo a caminar hacia la sala de estar.

Solo unas pocas horas más hasta que pueda relajarme.


Entre tú y yo ; marksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora