Si uno pudiera elegir de quién se enamorará, la vida no se nos complicaría tanto; pero, a uno no le dan oportunidad de escoger, y quien sí tiene la suerte de poder hacerlo, seguramente eligirá lo complicado, lo que hará más daño, lo que más costará amar. Somos idiotas para los asuntos del amor, o quizás el idiota es el amor, que elige por nosotros y no nos deja otra opción, más que caer ante aquella persona que jamás escogeríamos; no lo sé, y creo que nunca voy a saberlo. Lo único que puedo asegurar es que, si me hubiesen dejado tomar esa decisión, habría elegido no enamorarme nunca.
Yo lo odiaba aún antes de tenerlo en mi vida, cuando solo era una sombra que vagaba por ahí, y cada tanto venía a hacerme saber que conocía de mi existencia; odiaba todo de él, su nombre, su olor, y cada maldita cosa que me recordaba que compartíamos el mismo planeta. No había manera de que me enamorara de ese idiota; al menos, eso era lo que yo creía. Pero... el maldito amor se confabuló con el puto destino, y no tuve oportunidad de salvarme.
La primera vez que lo vi, yo tenía nueve años; una tarde a mediados de mayo, unos compañeros de colegio de Fernando vinieron a casa por una tarea que les había tocado hacer en conjunto, y entre todos, estaba él. Me cayó mal desde el minuto uno en que puso un pie en la sala; del grupo de hormonales adolescentes con los que mi hermano se juntaba siempre, el único con el que no conseguía llevar una relación mínimamente civilizada era, precisamente, el que acabó siendo su mejor amigo. ¿Capricho del destino? Tal vez. Lo cierto es que, de Mariano Kaled Danner, no me caía bien ni el nombre, que me resultaba difícil de pronunciar, lo que propició que el idiota se aprovechara de eso más de una vez, para burlarse de mí; cuando todos comenzaron a usar el apelativo "Nano" para llamarlo, me desquité de sus mofas haciendo rimas con su apodo, las que le cantaba a voz en grito cada vez que se metía conmigo. Era una guerra absurda y despareja, de egos y de orgullos; en más de una ocasión acabé llorando de rabia, encerrada en mi habitación para no darle el gusto de regodearse con mis lágrimas. Si hubo algo de lo que "Nano, cabeza de gusano" nunca pudo ufanarse, fue de verme derrotada al final de alguna de nuestras batallas; eso siempre me hizo sentir que salía victoriosa, sin importar qué tan amarga fuera esa victoria.
El pasar de los años solo vino a ahondar el abismo que nos separaba; sobre todo, cuando él y mi propio hermano se pusieron en plan "custodios de la frágil princesa". Que Fernando estuviera al pendiente de mi vida y se comportara de un modo bastante controlador, además de entendible, resultaba lógico; después de todo, yo era su hermanita menor. Pero, que el imbécil insoportable de Nano Danner creyera que tenía algún derecho a opinar sobre mi vida, era algo que nunca estuve, ni jamás estaría dispuesta a consentir. Las discusiones empeoraron, en modo y en tono de voz, hasta llevarlas a un nivel en el que ni doña Elisa pudo oficiar de árbitro para detenerlas; él se ensañaba, insistiendo en meterse en asuntos en los que no tenía porqué, tal vez con el solo fin de gozar el hacerme enfurecer, y yo... Yo resistía como podía, defendiendo mi punto con una convicción digna de elogio; intenté todo lo imaginable, desde ignorar cada palabra que salía de su boca, hasta fingir que no lo tenía delante. Nada dio resultado; el maldito siempre hallaba la forma de llevarme a su propio campo de batalla, y yo acababa llorando a escondidas, llena de amargura, y de un odio tan grande como irracional hacia él.
La única vez que nos llamamos a tregua, fue cuando falleció mi madre; durante todo aquel largo y doloroso dieciséis de abril, y en los días posteriores al sepelio de doña Elisa, todo mi mundo se redujo a mi hermano, y a la necesidad de asimilar que nos habíamos quedado huérfanos. Nano se llamó a silencio; las únicas ocasiones en las que dejó oír su voz, fue para alentarnos a comer y a descansar, o para preguntarnos si necesitábamos alguna cosa. Debo reconocer que, al menos en esos momentos, no se comportó como el imbécil que era siempre.
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Promesas falsas // Disponible en físico y ebook
General FictionSofía Quintana cometió el peor de los delitos: confió en las promesas de personas a las que solo les importaba salvar su propio pellejo. Traicionada y abandonada a su suerte, irá tras la venganza que se prometió el día que comprendió que había sido...