El último escalón de la decepción

111 23 2
                                    


—"... Valoradas las pruebas incorporadas, los informes periciales de expertos, el informe técnico del médico forense, las actuaciones policiales, y los testimonios presentados por allegados, quienes dieron fe ante este tribunal de la mala relación existente entre víctima y acusada a la fecha de los hechos, se considera acreditada la acusación que se le imputa a Sofía Elizabeth Quintana, sobre el delito de homicidio calificado, en perjuicio de Valeria Cecilia Santana, y en perjuicio también del hijo nonato de diecinueve semanas, que la occisa  gestaba al momento de su fallecimiento, y que era producto de la relación que Santana mantenía con el hermano de la imputada. Valoradas también las circunstancias relativas a la naturaleza de los hechos que se imputan, los medios empleados para ejecutarlo, y la extensión de los daños provocados, este tribunal decide hacer lugar al pedido solicitado por el cuerpo del Ministerio Público Fiscal y las partes querellantes, en cuanto se considere como agravante el grado de parentesco de Sofía Elizabeth Quintana con el hijo nonato de Valeria Santana y Fernando Quintana, y la alevosía con que fueran cometidos ambos homicidios. Ante la negativa de la imputada a hacer uso de su derecho a presentar descargo en su defensa, este tribunal ha llegado al siguiente veredicto por unanimidad: se condena a Sofía Elizabeth Quintana, de demás condiciones personales obrantes en autos, por encontrarla autora penalmente responsable del delito de doble homicidio calificado agravado por el vínculo y por la alevosía con que fuera perpetrado, imponiéndosele la pena de prisión perpetua y acsesorias legales. Considerando que corresponde la prórroga de la prision preventiva que actualmente cursa la imputada, este tribunal resuelve: que Sofía Elizabeth Quintana sea alojada en la Unidad Penal número cuatro, para el cumplimiento efectivo de dicha prisión preventiva, hasta tanto el fallo de esta sentencia quede firme, o hasta que, eventualmente, la Cámara de Casación Penal resuelva en discordancia con lo aquí fallado."  —De toda la palabrería que el presidente del tribunal soltó en la extensa lectura de mi sentencia, las únicas que quedaron resonando dentro de mi cabeza, fueron: "penalmente responsable", "homicidio calificado agravado", "condena", y "prisión perpetua". 

Atrás quedaba un largo mes de audiencias, de testimonios que fueron empujando mi suerte más afuera del cuadro, con cada palabra que se pronunció, con cada verdad contada a medias, con el silencio, tras el que algunos se ocultaron para salvar su propio pellejo. La "justicia" había sido engañada, y a mí me tocaba pagar las consecuencias. 

De decepción en decepción, fui descendiendo lo que restaba de escalera para llegar al infierno. Tal vez, la peor de todas ellas, la que más hondo golpeó dentro de mí, fue entrar por primera vez al recinto donde se llevó a cabo el juicio, y ver a mi querido hermano sentado en la primera banca, junto a los padres de aquella maldita desgracia de cuya muerte se me acusaba. No hubo cruce de miradas entre Fernando y yo; a pesar del shock momentáneo que me causó verlo allí, con las manos apoyadas sobre las piernas y la mirada extraviada en algún punto en medio de sus rodillas, no permití que aquel dolor profundo que se abrió camino dentro de mi pecho se notara en mi cara. No sé de dónde saqué fortaleza para aparentar que seguía entera, y simular que no me había partido en cientos, en millones de pedazos, que todavía me quedaban fuerzas para librar aquella batalla sin el apoyo de nadie; pero, me enfrenté a todo aquello con una muy bien disimulada entereza, oyendo impávida los testimonios de cada una de las personas que se sentaron frente a los jueces, para contar con desparpajo la versión de la historia que ellos creían cierta, o relatarla del modo en que les convenía contarla. Me mantuve en silencio durante cada maldita jornada del maldito juicio; ni siquiera hice uso de mi derecho a contar lo sucedido desde mi punto de vista, cuando el presidente del tribunal me cedió la palabra para que efectuara mi descargo.

—Mi defendida ratifica ante este tribunal su decisión de guardar silencio, y expresa su negativa a presentar algún descargo en su defensa —anunció con tono neutro el defensor de oficio que me representaba, cuando el juez que llevaba la voz cantante, de los tres que estaban sentados en el estrado, me llamó a presentar mi descargo final; mi abogado había hecho muchos intentos para convencerme de contar mi versión de los hechos, con la esperanza de que eso pesara a mi favor al momento de decidir la pena que me impondrían, pero yo me negué terminantemente. ¿Qué caso tenía decir algo, si ya estaba claro que no habría piedad para mí?

Promesas falsas // Disponible en físico y ebookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora