Atrapada en una pesadilla

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"Siempre que la vida sonríe, hay que desconfiar de las intenciones que se trae escondidas." Éso decía siempre doña Elisa, cada vez que tocaba un imprevisto salto de buena suerte, que por lo general no duraba más que un instante; según la sabia mujer que era mi madre, todo lo bueno venía seguido siempre por algún suceso nada venturoso, y uno tenía que estar preparado para el zarpazo traicionero de la desgracia, que llegaba justo detrás de la buena fortuna, sin hacerse esperar demasiado. Nunca me pregunté si su sabiduría se basaba solo en propias experiencias, pero a mí me habría servido de mucho aprovecharme de su saber; si me hubiese acordado de aquellas palabras suyas mientras festejaba el inicio de año en compañía de mis amigos, quizá no me habría ilusionado tan estúpidamente con que, todo lo bien que me sentía, toda la dicha y la paz que traía ese día, no se me acabarían en cuanto pusiera un pie en mi maldita casa. 

Había pasado la mayor parte del primer día de enero a pura risa, había disfrutado de una noche sumamente divertida con mi grupo de siempre, y había tenido además una "tarde de chicas", a solas con mi mejor amiga; mientras cenábamos, la madre de Maju me comentó que la empresa en la que trabajaba estaba buscando personal, y se ofreció a recomendarme para alguno de los puestos que se buscaba cubrir, lo que me hizo dar un salto de felicidad en la silla. Conseguir empleo en aquella empresa, me proporcionaría la oportunidad de independizarme; una vez que dispusiera de mi propio dinero, ya no tendría que esperar hasta que se vendiera la casa que mi madre nos dejara en herencia a Fernando y a mí para poder mudarme, y la madre de mi amiga me había asegurado que ya podía contar con que obtendría un buen puesto, que ella misma se aseguraría de que así fuera.

De pronto, todo lo malo que venía sucediéndome desde que mi madre muriera, parecía que iba a dar una vuelta de campana, y que el viento que traía lo bueno comenzaría al fin a soplar a mi favor; el nuevo año me traía esperanza, una esperanza que abracé desesperada, ilusionándome con lo que había tras esa puerta que se me abría hacia una vida nueva. ¿Por qué no echar a volar los sueños? ¿Acaso, no me merecía disfrutar por anticipado de lo que venía por delante, después de tanto que me había tocado padecer en los últimos meses? ¿No tenía derecho a creer que, por una maldita vez, la jodida vida se apiadaría de mí y me daría un respiro? ¡Claro que lo merecía! Ni por medio segundo dudé de que tenía derecho a planear mi futuro sin miedo a la decepción, sin recelo ante la tristeza que parecía estar ensañada conmigo, sin desconfiar del destino que me esperaba, y sin recordar que el dolor existía; tan estúpidamente creída estaba en que todo comenzaría a irme bien, que ni siquiera me incomodó la idea de tener que regresar a casa, a esa maldita realidad que me asfixiaba. 

—Si mi madre dice que tendrás un puesto, ya puedes ir pensando en qué gastarás tu primer sueldo —me dijo Maju mientras salíamos de su casa; la rubia me llevaría en su auto.

—¡Eso no necesito ni pensarlo, amiga! —exclamé, con una sonrisa que no me cabía en la boca —Lo primero que haré, en cuanto cobre el primer sueldo, será mudarme. No me importa si solo consigo pagar una habitación diminuta, en alguna pensión para estudiantes; quiero irme de aquella casa, tan pronto como sea posible —Subimos al coche de Maria Julia, y la rubia puso rumbo hacia mi casa; durante el trayecto, fuimos conversando animadamente, hablando sobre ese futuro que se me presentaba tan promisorio, haciendo planes de juntadas en mi "hogar de soltera", bromeando sobre citas con muchachos... parloteando sobre todo eso que dos buenas amigas pueden llegar a decir, cuando una de ellas es la primera en irse a vivir sola.

Era cerca de la medianoche cuando Maju estacionó su auto frente a mi casa; extrañamente, ésta se encontraba completamente a oscuras, ni siquiera la luz exterior, que se encendía de manera automática al caer el sol, estaba funcionando. La primer idea que me vino a la cabeza, fue la de que se había producido algún apagón, pero luego vi que en la casa de Gonzalo se notaba el reflejo de las luces del patio trasero encendidas, y en la casa contigua hacia el otro lado también parecía haber luz; entonces, me convencí de que era muy probable que se tratara de algo que solo nos afectaba a nosotros, como un cortocircuito, una variación en la tensión, o alguna cosa que hubiera accionado la llave térmica, mientras no había nadie en casa para que la volviera a su posición normal. La rubia bajó del coche al mismo tiempo que yo, para acompañarme a ver qué era lo que había dejado mi casa totalmente a oscuras, como si fuera una caverna escondida en las profundidades de la tierra; estábamos a un par de pasos de abrir la puerta, cuando el idiota de Danner estacionó su auto detrás del de mi amiga, y esperamos a que nos alcanzara para entrar junto con él. Fue en el momento preciso en que los tres entramos juntos a la sala, cuando la peor, la más absurda y jodida de todas las pesadillas que me podría haber imaginado jamás, puso en marcha las agujas del reloj de mi desgracia.

Promesas falsas // Disponible en físico y ebookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora