| XIX: RESISTENCIA |

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Gabo

Después de tantas horas en la que sólo tenía como compañía al director deportivo, él se había marchado.

Gabo no sabía cuánto, pero sabía que tenía tiempo, tiempo para idear algo y escapar. El problema era cómo lo haría.

    Se encontraba atado a una especie de baranda, (no lo sabía con exactitud), sólo tenía libres sus piernas y sentía que el efecto de los analgésicos que Diego le hacía tomar, se hacía cada vez más nulo. Comenzó a forcejear, necesitaba quitarse los amarres que ataban sus manos a la baranda.

Unos pasos se escucharon y supo que había vuelto, «¿no me puede dejar ni cinco minutos solo?»

—¿Qué estabas haciendo? —preguntó Diego, totalmente enojado.

—No estaba haciendo nada —respondió con hastío.

El hombre mordió su labio inferior, —más te vale que no intentes hacer alguna otra tontería para escapar.

—¿Y cómo quiere que no escape! —replicó en voz alta—, ¡si me tiene secuestrado hace dos días!

—Tú sabes bien por qué estás aquí. —El exdirector deportivo sacó una botella de agua que guardaba en la pequeña nevera a un metro de Gabo—, tienes que tomar agua, —le acercó la botella a sus labios, pero él no bebió—, bien, como quieras. Tú serás quién se deshidrate. Si fuera tú bebería, iré al IAD y probablemente me quede ahí el resto del día, —el delantero no tuvo más opción que aceptar el agua, para que después viera cómo su secuestrador abandonaba el sótano en el que lo tenía secuestrado.

«Debo pensar en algo», vió toda la habitación en busca de alguna herramienta, pero no había nada. Le costaba mover sus brazos gracias a que la sangre había dejado de circular al estar alzados sobre su cabeza.

Empezó a tironear de las cuerdas que lo ataban, necesitaba liberarse pero el amarre era muy fuerte. —Vamos —se repetía mientras jalaba más fuerte—, podés con esto, Gabo.

Jalaba sus manos hacia abajo; sentía cómo empezaban a arder por tanta fricción; la soga le estaba cortando las muñecas. La desesperación comenzó a aumentar, y ya no movía únicamente sus manos y brazos, sino todo su cuerpo; se retorcía allí completamente intentando zafarse de esa maldita cuerda.

—¡¡¡Auxilio!!! —gritó—. ¡¡¡Ayúdenme por favor!!! —Intentaba gritar con toda la fuerza que tenía. Sentía que su pecho ardía, en un momento donde debía ser rápido se sentía sumamente lento; movía sus pies, mordía su labio, respiraba cansado y giraba su cabeza de derecha a izquierda y viceversa—. ¡¡¡Ayuda, por favor!!!

Comenzó a tirar cada vez más fuerte; brincaba a pesar de estar sentado, y pataleaba como si en alguna de esas veces lograse ponerse en pie.

—¡¡¡Ayuda!!! —gritó una vez más—, ¡¡¡estoy atrapado!!!

Jaló sus brazos con más violencia, hasta que sintió que uno de sus hombros comenzaba a doler de repente. El dolor era insoportable, probablemente se lo había dislocado.

—¡¡¡Estoy herido; ayúdenme; estoy aquí!!!

Dejó de lado el dolor de su hombro y siguió jalando sus manos, podía oler el aroma a sangre combinado con el de su sudor; vió hacia su abdomen, y se dió cuenta que comenzaba a sangrae de nuevo, no tenía que hacer esfuerzos, ya había perdido mucha sangre y las puntadas que Diego le dió de mala gana sirvieron para que su herida que él mismo le provocó con alguna especie de cuchillo, empezara a sanar.

Pero eso impediría que escapara.

[...]

Una hora.

Misterio en el IAD • TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora