| XIV: DESESPERACIÓN |

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Isabel

Había sido la noche más agotadora que habían tenido. Juraba que su cabello ya era todo un desastre; tuvo que atender y hacer más de un llamado, explicándole a los padres de sus alumnos el porqué debían pasar la noche en un hospital.

Intentaban conversar de cualquier tema trivial, pero el sueño comenzaba a pesar; deseaba dormir, estaba totalmente exhausta, sin embargo debía aguardar por si una noticia sobre la desaparición de Gabo se presentaba.

-Estoy seguro que voy a caer rendido, peor que Lucas -dijo Vitto, señalando al mencionado, que se encontraba profundamente dormido sobre el hombro de Leo. Era extraño. Había escuchado que no hace poco ambos tuvieron problemas.

-Descansa si querés -respondió amablemente-, yo voy a estar al pendiente por cualquier cosa que pase con Gabo.

-¿Segura? -preguntó dubitativo.

-Sí, no te preocupes. -Vió cómo se alejó un poco hacia uno de los asientos ​junto a la pared, la cual ocuparía como un soporte para no caerse a mitad de su encuentro con Morfeo.

-Isabel -susurró alguien cerca de su oído. Dió un pequeño salto, todo había permanecido en silencio, hasta ese momento; giró para ver quién le llamaba. Abrió los ojos espantada, no sabía nada de él desde hace un buen rato, temía que algo terrible les hubiese sucedido a los chicos.

-¡Francisco! -espetó sin medir el volúmen de su voz.

-Shh -susurraron varias personas a su alrededor.

-Francisco -repitió en voz baja-. ¿Dónde te habías metido? -Miró de vuelta a Lucas que seguía durmiendo plácidamente en el hombro de Leo-. ¿Y me podés explicar qué hacen aquí Leo y Joaquín?

-No me vas a creer si te lo digo -respondió sentándose a su lado.

-¿Qué te pasó! -preguntó exaltada al verle de frente y ver qué tenía en el rostro-. ¡Tenés la mitad de la cara morada!

Francisco suspiró pesadamente. -Voy a contarte todo, pero prometeme que no te vas a alterar. Ya tengo suficiente con todo lo que está pasando. -Isabel asintió. El DT le contó lo transcurrido en susurros; cuidó perfectamente que ningún detalle se le escapara, incluso la parte de la escena de celos que le hizo a su hija.

-No me lo puedo creer -dijo perpleja-, ¿y adónde se fueron?

-No lo sé -susurró-, pero no podés decir nada. Si decís algo sería contraproducente porque los chicos no podían salir, estaba prohibido. Los pueden acusar y llevárselos como sospechosos del secuestro de Gabo.

-¿Y ahora qué vamos a hacer? -preguntó con el ceño fruncido.

En su cabeza no cabía todo ese plan descabellado, pero debía admitir que la explicación de Francisco era coherente, ¿por qué más lo hubiesen golpeado?, Pero​ mayormente se preguntaba: «¿cómo hizo para llegar aquí». Sin seguir pensándolo, lo preguntó.

-Si decís que estamos en toque de queda -se aclaró la garganta-, ¿cómo es que te dejaron venir aquí?

Lamió sus labios; estaban secos en su totalidad. No pensó cuánto tiempo había transcurrido sin que comieran ó bebieran algo, por ende, le ofreció su café -el cuarto en esa larga madrugada-; y él lo aceptó sin chistar, tomando un largo sorbo.

-Uno de los policías me encontró, supongo que faltaba por buscar allí. -Suspiró-, no supe qué decir, francamente pensé que los chicos estaban conmigo, hasta que el oficial me dijo que habían huido. Me interrogó, pero al ver que no tenía nada para decir, me envió aquí.

Misterio en el IAD • TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora