| IV: EN EL HOSPITAL PARTE II |

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Lorenzo

Las cosas transcurrían tan lento... Sentía temblar sus manos y los nervios apoderándose de él. Reconoció perfectamente el grito de Gabo, cada vello de su nuca se erizó al instante.

Corrían como podían, la falta de luz era una ayuda nula; enfermeras y doctores iban de un lado a otro, el bullicio contenía tecnicismos ajenos a los oídos de Lorenzo. Veía a Felipe más lejano, una parte de él enfurecía al pensar que el rubio iba a salvar a Gabo primero, ¡quería se él quién lo salvara!... «¿Pero qué te pasa?» Lo importante era que el chico estuviese bien, ¿y salvarlo? Probablemente haya gritado por alguna herida que le estaban curando, mientras él se apresuraba a actuar —dándole razón a Dedé— como la reina del drama.

La luz de su celular le parecía sumamente tenue, a pesar de la poca intensidad, logró llegar a una parte del hospital donde sólo habían puertas.

—Checa de ese lado —ordenó indicándole las puertas de lado izquierdo.

Abrían una en una. Su corazón latía más rápido cada que entraba a alguna habitación; encontraba personas sufriendo todo tipo de heridas. Niños llorando, hombres perdiendo la vida, madres que perdieron a sus hijos, bebés que ya no respiraban; aquello era lo que veía detrás de cada puerta, le atemorizaba la idea de pensar que Gabo podría estar así.

—¡Auxilio! —exclamó de nuevo. Éste grito era más débil que los anteriores.

Entraron a la habitación de donde el grito provenía, un silencio sepulcral cubrió el ambiente; las luz de su celular empezó a parpadear. Lorenzo golpeó su teléfono esperando solucionar el problema, sin embargo, siguió fallando. Alzó la vista para ver a Felipe y notó que le pasaba lo mismo.

Enfocaron sus fallidas luces hacia donde se suponía estaba la cama, pero... no había nadie allí. Ambos se miraron con el ceño fruncido, y sin darle importancia, se dieron la vuelta para salir. —¡Auxilio! —Saltaron espantados. Tal vez estaba enloqueciendo, mas juraría ante cualquiera que el grito fue en esa habitación—. ¡Auxilio! —gritó otra vez. Sintió una ínfima ráfaga de temor, suspiró pesadamente y decidido a mostrar su valor, giró hacia la cama.
     Apuntó con la linterna de su celular a la cama y ahí vio un radio. —Eso no estaba ahí hace un momento —susurró. Ambos chicos se acercaron, el aparato comenzó a emitir un sonido entre más se acercaban. —Que llueva talento —«¿Joaquín?»—, Gabo lleva la pelota —se escuchó un ruido parecido al que se oye al arrugar la envoltura de un dulce—; salvala, número diez, salvala —la voz de Joaco comenzó a ser más grave—, salvala, número diez, salvala —repitió mientras su voz sonaba distorsionada—; salvala, salvala, salvala.

—¿Qué está pasando? —preguntó Felipe a punto de detonar la histeria.

—No lo sé —respondió Lorenzo con su respiración agitada.

Tomó el radio, tenía varios botones, no sabía cuál pulsar —salvala, salvala —decía Joaquín con una voz totalmente extraña—, salvala, salvala —la pronunciación se volvía lenta—, salvalo. —Lorenzo apretó todos los botones, pero no lograba callarlo. —¡Apagalo! —gritó Felipe. —Eso intento —espetó golpeándolo contra su mano. —Salvalo... —Inesperadamente se calló, y las luces volvieron.

La habitación era blanca completamente, observaron las sábanas de la cama cubiertas de distintas manchas de sangre, unas más grandes que las otras; —eso fue raro —comentó Lorenzo dejando el radio donde originalmente estaba.

—Tenemos que seguir buscándolo —respondió Felipe suspirando. Ambos estaban totalmente aliviados por haber salido de esa incómoda situación, bueno, no incómoda sino aterradora.

—Ésta era la última puerta —contestó—, a menos que esté en quirófano no sé dónde más podría estar.

El rubio rodó sus ojos, ambos atinaron a girarse para salir de allí, pero se quedaron un tanto confundidos al ver que la puerta se cerraba frente a ellos. Sin pensarlo corrieron hacia ella.

—No se abre —dijo el mexicano—, alguien debió trabarla.

—Oh, no —respondió el integrante de las Águilas—, pasó lo mismo cuando atacaron a Gabo.

Empezaron a golpear la puerta desesperados; de la nada las luces volvieron a parpadear —salvalo —habló de nuevo por el radio—, salvalo, —el grito desgarrador de alguna persona se emitió por el aparato.

—¡Apagalo! —dijo Felipe con sus manos tapándose los oídos. El grito era insoportable. El mexicano se acercó de nuevo a la cama, sin embargo, entre más cerca, sentía que sus tímpanos se rompían. —Salvalo —dijo entre el grito—, ¡salvame, salvame!, —comenzó a decir... —¿Es Gabo! —preguntó el otro delantero—. ¿Lorenzo, dónde está Gabo! —¡Es el radio! —Salvame... —El silencio regresó a la habitación. Una vez más tomó el aparato dispuesto a romperlo—. ¡¡¡Auxilio!!! —Gritaron a través de él. —¡Rompelo, Lorenzo! —Obedeciendo al muchacho, estrelló el aparato contra la pared. Cuando quedó roto, todo volvió a la normalidad. Ambos se dejaron caer exhaustos por el acontecimiento, —¿qué... fue... todo eso? —preguntó el mexicano sin aliento. —No lo sé, pero levantate, debemos ir por Gabo. —Una sensación extraña invadió su ser al ver que Felipe le daba la mano, era como... ¿firmar una tregua?.
    Si bien Felipe no es ya del agrado de los demás Halcones después de todo lo que hizo en la final, Lorenzo sentía que la rivalidad implícita que mantenían era por Gabo, después de todo, a ambos le afectaba de una forma muy fuerte verlo así, algo que el nueve no entendía.

Desde que el diez llegó al IAD, sólo se dedicaron a ser enemigos; y ahora, ni bien se enteró del ataque al delantero, se puso como fiera marcando su territorio y lo que era suyo. Pero... Gabo no era suyo. Abandonando sus pensamientos, tomó la mano de Felipe para levantarse posteriormente.

Salieron de allí algo aterrados, pero quedaron mayormente impactados al ver que todo allí ya transcurría normalmente. Se miraron confundidos, no esperaban ver aquello.

—Un momento —interrumpió Felipe—, la puerta.

—¿Qué tiene? —preguntó con el ceño fruncido y un tono de voz característico de él.

–¿No te das cuenta que salimos sin ningún problema?

–¿Y, querías pelear con la puerta para que te dejara pasar?

–No, ¿no entendés? Hace unos minutos la puerta estaba trabada, y ahora pudimos salir normalmente.

Se dieron​ la vuelta y algo extraño pasó: la puerta ya no estaba ahí.

–¿Qué demo...?

—¡No puede ser! —gritó Amelia—. ¡¿Cómo pudieron dejar que se lo llevaran?!

–Señora, calmese.

—¡No me pida que me calme! Por su culpa se lo llevaron a mi nieto —sollozó—. Ahora me lo tienen secuestrado. ¡Secuestraron a mi nieto! Se llevaron a mi Gabito.

—No —susurró. Sintió un dolor en su estómago y luego, todo se tornó oscuro.

¿Qué opinan del capítulo? XD
Espero sus comentarios, y no se olviden de votar (siempre quise decir eso :v), nah, yo no soy así. Pero si pueden comentar se los agradecería mucho, tomen en cuenta que les estoy actualizando en semana de exámenes. XD

Lady Catelyn. 🌊

Misterio en el IAD • TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora