| I: REMORDIMIENTO |

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Felipe

—Vos no te preocupes —le susurró Félix—, hiciste lo que debías.

—Pero me expulsaron —replicó lleno de coraje.

—Eso no importa —respondió calmado—, si vos no hubieses hecho la falta, las Águilas tendrían un gol más en contra. Hiciste lo que tenías qué hacer. Bien, Felipe, no me cabe duda que vos vas a ser el goleador del próximo campeonato. —Miró hacia el resto de los ex alumnos del IAD—; después hablo con vos, Ezequiel —sentenció el DT para retirarse.

—Parece que alguien quiere ocupar tu lugar, Alejandro —provocó el arquero—, no me extrañaría que pronto Félix lo ponga a tirar los penales. —Abrió la boca dispuesto a refutar,  mas unos ruidos extraños y un grito los alarmó—, ¿qué fue eso? —preguntó Ezequiel extrañado.

—No lo sé, por ahí alguien se cayó —contestó restándole importancia, pero un grito desconsolado invadió los vestuarios. Inmediatamente todos los que aún no entraban a las duchas se dirigieron a abrir la puerta.

—¡Está trabada! —dijo Ciro alterado.

—Alguien la debió cerrar por fuera —agregó Alejandro.

—Esto es una broma de los Halcones —declaró Ezequiel—, escuchame, Lorenzo, vos y los demás pichones me la van a pagar después de que salga de aquí.  Comenzó a golpear la puerta desesperado por salir.

—¡Pará, Ezequiel! —A pesar de la fuerza con la que golpeaba, logró quitarle sus manos de la puerta la con unas abolladuras, pues sus dos amigos una vez lo vieron atacando, hicieron lo mismo—. Dejame escuchar —exigió pegando su oído a la puerta.
     Gracias a los golpes en conjunto de Ezequiel, Alejandro y Ciro, una pequeña rendija quedó en la parte inferior de la puerta. —Shh —susurró. Divisó una figura a lo lejos, vestía de negro. La única parte que pudo ver con claridad fueron sus pies, pudo notar unas manchas rojas en sus cordones.

—¿Qué estás viendo? —preguntó Ciro.

—Hay un hombre o mujer, está de negro y... —Se detuvo en seco, vio cómo tomaba un extintor y golpeaba algo. El objeto tenía un líquido rojo escurriendo. Usó su mano para hacer más grande la rendija, y cuando logró abrir más la puerta vio cómo una persona caía al suelo desmayada, cubierta de sangre en la cara y partes del cuerpo. Sin embargo, aquello no fue lo que más impactó a Felipe, sino el hecho de reconocer la cabellera del chico, al igual que el uniforme de su equipo, —Felipe —murmuró Gabo, con sus últimas fuerzas. Abrió los ojos tal cual platos y se incorporó estupefacto lentamente.

Cuando se levantó sintió un ardor en su pecho y empezó a patear desesperadamente. —¡Hey! —gritó Ezequiel intentando apartarlo de la puerta—, ¡qué te pasa?

—¡Es Gabo! —replicó para empezar a patear la puerta mientras gritaba desesperadamente—. ¡Gabo!, ¡Gabo!, ¡Gabo, reaccioná!

Se hizo hacia atrás notando que ninguno de sus compañeros entendía qué estaba pasando. Se impulsó, y con una patada que sintió llevaba toda la fuerza de su cuerpo, abrió la puerta. Corrió directo al delantero que sangraba tan rápido.

—¡Gabo! —gritó con dolor—. Debemos levantarlo, ayúdenme —miró a sus compañeros exasperado, al ver que ninguno se molestaba en moverse—. Alejandro —el chico frunció el ceño—, Ciro —le susurró pero éste sólo miraba extrañamente—, ¿Ezequiel? —El arquero estaba en shock.
     En medio de su desesperación tomó el brazo de su amigo y lo puso en su hombro, iba a cargarlo, y lo llevaría con Francisco o con Vitto.

—¡No! —espetó Ezequiel—, dejalo ahí.

—¿Qué? —cuestionó a punto de explotar—, no podés estar hablando en serio.

–Escuchá...

—No, ¡escuchá, vos! No me importa si somos rivales —bramó—, él es mi mejor amigo. No lo voy a dejar aquí sólo porque ganaron la final. Volvió a poner la mano de Gabo en su hombro y después tomó sus piernas, sin embargo, Ezequiel lo detuvo.

—Te dije que lo dejes ahí —su voz se volvió diferente—, no lo podés mover. Si Gabo tiene una fractura o algún otro tipo de daño, al moverlo vas a empeorarlo. Llamá una ambulancia, Alejandro. Y nosotros tres vamos a buscar a Francisco, Vitto, Isabel o Diego, quién sea, no importa.

—No —respondió Felipe mientras Alejandro hablaba por teléfono—, yo no voy a ninguna parte. Me voy a quedar con Gabo hasta que vengan los paramédicos.

–Tenés que ayudarnos a buscar...

—Dije que no —declaró con voz autoritaria—, llevatelo a Alejandro, que ya está acabando de hablar. Ezequiel, ve a los vestuarios, seguro ahí van a estar Francisco, Vitto o el Pulpo. Ciro, ve a la cancha, ahí avisale a Isabel y Amelia, ella es la abuela de Gabo, preguntá por ella a alguno de los Halcones o a Zoe. Y vos, Alejandro, pasá por el hall y si no encontrás a Diego, buscá a Florencio en la cafetería, o algún profe que pueda ayudar. A cualquiera que encuentren lo traen para acá, y le dicen que ya llamamos una ambulancia. Pero a toda costa si llegan a encontrar primero a Ricky y Dedé pidanle ayuda para encontrar a un profe. ¡Rápido!

Los chicos salieron corriendo. Salía mucha sangre de la cabeza de Gabo. Se quitó la camiseta y con mucha fuerza, rompió la fina tela. Amarró fuertemente parte de ella a sus respectivas heridas, haciendo gran presión en cada una. Quitó parte de su cabello y con la tela sobrante secó delicadamente la sangre que corrió por toda su cara, un sabor salado llegó a sus secos labios, humedeciendolos, estaba llorando. El líquido rojo llegó hasta su boca, sus dientes que siempre se mostraban en una sonrisa, ahora eran de color ocre. Pasó su mano apartando un mechón de su rostro. El remordimiento invadió cada parte de Felipe, «todo es tu culpa, imbécil» recordó haciendo salir sus lágrimas sin control. No, no podían ser esas las últimas palabras que le dijo a su mejor amigo antes de éste terrible crimen. —Perdoname, Gabo —dijo mientras lloraba al ver sus ojos ya limpios, sin ninguna intención se abrirse—, perdoname, por favor —miró al techo rogando que estuviera bien.

Limpió sus amargas lágrimas y un segundo después, llegaron Francisco y Vitto con Ezequiel.

—Gabo —Francisco y Vitto se pusieron frente a él—. ¡¿Cómo pasó?! —preguntó exasperado.

—Aún hay pulso —declaró el preparador físico—, Felipe ve a ver si llegó la ambulancia.

—No —ambos adultos fruncieron el ceño—, yo me quedo aquí.

—Dejá, Francisco, voy yo —Ezequiel salió de allí a toda velocidad, para que unos segundos después llegara Isabel y Amelia —quien había roto en llanto—, ambas traídas por Alejandro y Ciro.

—Amelia —dijo con su voz quebrandose.

Se acercó a él con el corazón roto y gran llanto saliendo de sus ojos. —¿Qué pasó, Felipe? —preguntó Amelia levantándose por fin. Había pasado demasiado tiempo, y la ambulancia no llegaba. Isabel les llamó de nuevo, pero nadie se veía ahí. Vitto ayudaba en lo que podía, sintió cierto orgullo al ver que su camiseta servía para contener la sangre.

–Bueno...

—¿Qué está sucediendo aquí? —Félix salió confundido de los vestuarios, pero al ver la escena y a él con el resto del uniforme ensangrentado, se quedó estático. Estaba a punto de preguntar algo, sin embargo, se vio interrumpido al ver llegar al arquero de las Águilas con los paramédicos. —Está perdiendo materia cerebral —sentenció uno de ellos—, ¿quién está a cargo de él?

—Yo —le pusieron el collarín y uno de ellos comenzó a administrarle oxígeno—, soy su abuela.

–Venga con nosotros.

–Voy con usted, Amelia.

—No —interrumpió Félix—, vos te quedás aquí —ordenó tomándolo del brazo, pero él se zafó del agarre. Entró de vuelta a los vestuarios, aún en shock. Se detuvo por un momento, experimentando un dolor en su estómago, a lado de un líquido caliente atravesando la cara de Felipe, se dio cuenta que lloraba involuntariamente. No lograba parar las lágrimas, así que aceptándolas, tomó la camiseta que ocupaba para los entrenamientos, y avanzó despacio hacia la puerta.

Sabía que desobedecer a Félix traería grandes consecuencias, pero en éste momento sólo le interesaba su amigo.

Misterio en el IAD • TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora