Esa misma noche, cuando los conquistados celebraban haber sido subyugados y los conquistadores se alegraban por ello, dos sacerdotes, Riste y Terate, se acercaron al altar, ahora olvidado por quienes antes lo protegían, lo cuidaban y lo veneraban.
—¡Un milagro! —exclamaron al unísono.
Poco quedaba del nudo. Las trenzas que convertían los hilos en cabos, se descomponían a un ritmo nunca jamás presenciado por los hombres. De la misma forma que la harina se espesa con el agua, los restos del nudo estaban convirtiéndose en polvo fino. Riste lo tocó con la mano derecha, y Terate con la mano izquierda. Dos opuestos iguales. Dos iguales con dos mentalidades diferentes.
—¿Sientes eso? —preguntó Riste.
—Claro que sí —contestó Terate.
El suelo comenzó a temblar, pero las estatuas, las jarras repletas de vino, las joyas que adornaban el lugar y los tapices de lana que colgaban de las paredes, no se movieron ni en lo más mínimo. El polvo en el altar, tampoco. Sólo cuando el terremoto cesó, empezó a agitarse como si tuviera vida propia. Las motas se revolvieron y comenzaron a moverse en círculos, como si la vida de lo orgánico hubiese penetrado en ellas. Se dispersaron y se reagruparon, formando líneas perfectas en círculos perfectos. Un entendido sería capaz de distinguir en ellas el mapa de nuestra galaxia, tan inmensa y oscura, pero a la vez cercana y brillante.
—¿Qué es esto? —preguntó Riste.
Terate salió corriendo y regresó con una copa de plata.
—Creo que debemos atraparlo —dijo entusiasmado y aterrorizado a la vez.
Riste no escuchó sus palabras. Permanecía anonadado con el espectáculo y hasta parecía haberse dormido durante un instante.
—¡Despierta! —gritó Terate.
Cuando el sacerdote abrió los ojos, un halo oscuro rodeaba sus párpados, como si le hubieran maquillado con polvos de carbonilla. Una extraña expresión se apoderó de su semblante y la algarabía de sus pensamientos fue silenciada para siempre.
No puedo verte, murmuró en sus adentros.
Y Terate le escuchó. Sin dudarlo ni un segundo, cogió la copa de plata, le dio la vuelta y tapó el polvo con el fin de guardarse de él.
—Pe... pe... pero... ¿qué está pasando?
La plata comenzó a trasparentar. Burbujas de diáfano cristal aparecieron moviéndose de arriba abajo, y de lado a lado, como si de unas bolsas de agua se tratasen, y lentamente recubrían por completo el preciado metal. Al parecer, el polvo reconcomía la copa de dentro hacia fuera, y la trasformaba en cristal. Un cristal de plata.
Terate sintió un dolor intenso. La cara le escocía y su pelo se consumió como si un fuego invisible lo estuviera quemando. Y también comenzó a brillar, y sus párpados se rodearon de un halo, asemejándose a las lágrimas del sol. Pero se trataba de un brillo cálido y suave, de tonos diáfanos y dorados. Exactamente igual que Riste, aunque distinto. Ambos se recuperaron y observaron nuevamente cómo un remolino de polvo circulaba sin parar y relamía las paredes de la copa metamorfoseada.
—Aceptamos nuestro destino —dijeron ambos al unísono.
Y cuando posaron las manos sobre la plata de cristal, el polvo comenzó a crear un cono en la parte de abajo. También de cristal.
—¿Qué es eso ahora? —preguntó Riste.
—El recipiente se está cerrando —dijo Terate con timidez precavida.
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Reloj de arena
AventuraRelato de aventuras y misterio. Nada es lo que parece y nada es lo que merece ser. Durante los días turbados, una sombra se cierne sobre nosotros, y sólo depende de los más valientes interpretarla, luchar o unirse a ella, y sobrevivir.