—Me gustaría entender lo que ocurre aquí —afirmó el inspector—, porque a pesar de la gravedad del asunto, ni el personal del hospital ni las autoridades locales parecen estar demasiado preocupados.
—¿Qué insinúa?
—¿Acaso no es obvio?
—Si usted pretende ofenderme, yo...
—Sólo pretendo averiguar dónde están los pacientes desaparecidos. Eso es todo.
El inspector miró al director con ojos de lince, y sacó una libreta.
—Veamos. En los últimos dos años han desaparecido treinta y cuatro pacientes, y como puedo ver en mis notas, todos en estado terminal. ¿Curioso, no?
—No entiendo a dónde quiere llegar —contestó el director.
—¿De veras?
—Resulta que...
—Doce pacientes con cáncer, ocho con heridas muy graves y catorce con enfermedades varias: como muerte cerebral, pulmonía en fase avanzada, etc.
—Si no deja de interrumpirme, inspector, me temo que no podré serle de demasiada ayuda.
—¡Oh! Por supuesto, señor director. Le pido disculpas.
—Como bien sabe, los familiares que denunciaron la desaparición de sus seres queridos no tardaron mucho en retirar la denuncia. Al parecer, los convalecientes no deseaban pasar sus últimos días en un hospital, por lo que decidieron marcharse por su cuenta.
—¿Ellos solos?
—No sabría explicarlo, pero sí. Abandonaron las instalaciones utilizando sus propios medios.
—Sin la ayuda de un enfermero, sin el consentimiento de sus familiares, sin ni siquiera tener fuerzas para caminar.
—Entiendo su escepticismo, inspector. Pero recuerde que el cuerpo humano posee una fuerza que a veces no somos capaces de explicar.
—Siendo usted médico, ¿me habla de misticismo?
—Le hablo de ciencia. Que nosotros no seamos capaces de explicarlo aún, no significa que no forme parte de nosotros.
El inspector tomó unos apuntes en su libreta y cerró los ojos para pensar. Cuando ordenó sus ideas y volvió en sí, revisó los elementos que se encontraban a su alrededor, para así permitirse el lujo de juzgar al interrogado.
Al parecer, a este tipo le gusta el golf. Un deporte muy caro, pensó el inspector al ver un trofeo en un estante cerca de la ventana. Aunque no debo olvidar que cualquier médico se lo podría permitir, continuó su razonamiento.
También se fijó en el cuadro familiar que decoraba la pared frente a su mesa, y las fotos de sus dos perros que estaban apoyadas en una mesita cercana.
—Magníficos ejemplares —mencionó Kamir, que no quería que el silencio imperase.
—Un regalo del primer ministro.
Kasim comprendió la indirecta.
—Tiene usted mucha suerte.
—¿De qué? —preguntó el director.
—¿De qué va a ser? Del estupendo regalo que le han hecho.
No contestó.
—Creo que será más que suficiente por hoy —afirmó mientras revisaba los gestos de su «forzado» anfitrión.
—Os acompaño hasta la puerta.
—Muy amable por su parte.
La despedida, cortés y falsa, no duró mucho. La puerta de la salida del despacho del director ya estaba abierta de par en par. En su rostro era fácil distinguir un cierto sentimiento de alivio, al ver marcharse a los dos agentes, aunque por otra parte el agobio de la verdad ocultada siempre atosigaba a quienes la tergiversan.
Por fin se marchan, musitó el director.
Pero a la vez que estaba a punto de cerrar de nuevo la puerta y así retomar sus tareas y volver a disfrutar de la tranquilidad, un grito detuvo su mano y le congeló la sangre.
—¡Mi hijo! ¿Dónde está mi hijo? —gritó una mujer, angustiada.
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Reloj de arena
PertualanganRelato de aventuras y misterio. Nada es lo que parece y nada es lo que merece ser. Durante los días turbados, una sombra se cierne sobre nosotros, y sólo depende de los más valientes interpretarla, luchar o unirse a ella, y sobrevivir.