Es lo único que ayuda.

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Coges un folio, en blanco, como siempre, aunque, esta vez, la que está en blanco eres tú.

Intentas plasmar en él toda la rabia y decepción que tienes dentro de ti. Pero ese nudo en la garganta y esa terrible sensación de vacío en el pecho, como si una bala te hubiese alcanzado, atravesándolo, no es algo que se pueda explicar así como así.

Comienzas a escribir todo lo mejor que puedes, solo para intentar quitarte ese peso de encima, el peso de sus besos, pero no consigues nada, aunque poco a poco el nudo que te asfixiaba comienza a desaparecer, que al fin y al cabo, era tu objetivo, para dar paso al par de lágrimas que brotan de tus ojos. (Un par, otro, otro más...)

Sin embargo, tú no paras de escribir, cada vez lo haces con más fuerza, apretando con más ganas el bolígrafo casi gastado, como si a través de la tinta pudiera escaparse el dolor que llevas tanto tiempo acumulando. Tienes la mirada tan empañada que apenas consigues leer lo que surge de tu mano derecha. Ellas son las culpables, esas pequeñas gotas de agua ligeramente salada; ellas, que resbalan por tus mejillas, surcando el lugar donde ayer se encontraban tus tan gráciles hoyuelos, que han sido desdibujados sutilmente.

Diario adolescenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora