Diciembre

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Diciembre. Una fría tarde a finales de diciembre. Podría haber sido la más cálida que has vivido en mucho tiempo, sin embargo, el frío invade cada milímetro de tu cuerpo. Qué irónico, ¿no?

Todo dependía de su presencia. O en este caso, de su ausencia, esta era precisamente la razón por la cual aquella (cálida) tarde, era cada vez más fría.

Y cuando digo frío es obvio que no solo me refiero a la sensación térmica de ausencia de calor, hablo de soledad, de anhelo de aquella felicidad, hablo de echar de menos (no solo a ella, sino a uno mismo).

En momentos como ese echas de menos todas aquellas sonrisas, ser aquella persona tan alegre y risueña.

Te odias, odias en lo que te has convertido, en gran parte por su culpa, aunque claro, también tienes méritos propios.

Es mirarte al espejo y entrarte ganas de romperlo en mil pedazos, pero así sería aún peor, porque no te verías reflejado una vez, sino tantas como trozos hubiera de aquel maldito invento. Es mirarte en él y varias lágrimas comienzan a caer por tus mejillas, aquellas que tantas veces han sido besadas por sus suaves labios.

¿Cómo has llegado hasta aquí? Yo también me lo pregunto. Parece imposible que todo se haya ido a la mierda tan rápido.

Lo peor es cuando no te lo esperas. Cuanto todo parece rozar la perfección y entonces... ¡PUF! Desaparece, como si fuese lo más frágil y efímero de todo el universo; y con ello, también despareces tú. Y os aseguro, chicos, que recuperarse no es tarea fácil.

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