Mi última tinta.

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Prometí que no volvería a escribirte,  pero esta vez aunque te escriba a ti, escribo para mi.

Hoy he hecho un pequeño recorrido por muchos de los lugares en los que solía besarte, aquellos besos con sonrisas interrumpidas, guiños de ojos y manos traviesas.

Aquellos en los que jugaba con tu pelo, en los que me abrazabas por la espalda, aquellos en los que el silencio era el mejor de nuestros amigos. Aquel sitio donde me regalaste aquel ramo de flores de papel que no dejaste que llevara conmigo. Aquel en el que nos vimos por primera vez y aquel en el que nos dimos ese último beso, que casualmente fue el mismo.

Algún día aprenderé a separar y reciclar sentimientos y recuerdos. Pasar del contenedor del presente al del olvido.

Aunque ese, el cajón de los olvidos es el peor de todos.

Es ese lugar donde se guardan las palabras nunca dichas, los besos al aire y los polvos a medias. También se guardan en él las decisiones abandonadas en el último momento por no tener el suficiente valor como para llevarlas a cabo.

Este cajón es tan bonito y desagradable a la vez... vas viendo como creces y todo lo que has dejado atrás, todo lo que pudo haber sido y que ya nunca será y entonces es cuando entran en juego dos opciones:

O te encierras en él, o tiras todo su interior al contenedor de basura orgánica.

Un momento, que voy a por la llave.

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