Para ella su mundo no estaba tan mal.

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Se sentía agusto en la oscuridad, aunque en cierto modo, también le angustiaba. No podía ver sus cortes en las muñecas, esos cortes que definían uno a uno cada momento en que estuvo sola, en los que no encontró a nadie lo suficientemente valiente como para acompañarle en aquella horrible pesadilla. Nunca se le había pasado por la cabeza que, en realidad, la valiente era ella por enfrentarse a los monstruos que habitaban en su cabeza sin un ejército capaz de resistir aquellos ataques. Los monstruos eran tan fuertes y horripilantes que serían capaz de ahuyentar hasta al adulto más valiente, ¿cómo no iban a asustar a aquella pequeña? Ya bastante tenía con fingir ante los demás una de esas sonrisas tan reales y falsas, merecedoras de un Óscar, como para ahora ir a pedir ayuda a una panda de descerebrados con intenciones de meterle en un psiquiátrico.

¿Ellos qué sabrán? Parecen tenerle miedo, temen aquello que no está dispuesto a tomar el mismo sendero que la multitud, a aquel que es capaz de pensar. De sentir. SENTIR. La gente últimamente parece no ser sensible a nada.

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